—Daniel, llegas tarde. —Ferit me espera en la antesala.
—Me quedé dormido —digo con vergüenza.
—Te lo dejaré pasar. —Abre la puerta—. Yo dije que era una reunión apresurada. No fuiste el único.
Ferit me escribió anoche para notificarme de esta reunión. Estaba en el café, esperando que la lluvia escampara. Quería desvelarme esta noche para acabar el diseño. No me queda de otra que mostrar lo que tengo, e inventar algún discurso.
—Bien —dice Ferit—, ¿tienes todo listo?
—Si. —Debo aparentar seguridad—. Entremos.
Apenas salgo de la reunión, bajo a la cafetería por un café y algún aperitivo. No me fue tan mal como pensé. Creí que serían exigentes. Con amabilidad y buen trato rechazaron el diseño. Agregar detalles, tomar en cuenta el nuevo estudio del topógrafo, corregir la estética. Ahora no estoy para pensar.
No podía con el dolor de cabeza de anoche. Tomé dos pastillas para dormir, no resultó nada bueno. Prácticamente quedé noqueado hasta las nueve de la mañana. Desperté con el ritmo acelerado. No entiendo como ella no se despertó con lo brusco que fui al levantarme. Suspiro apenas la recuerdo. Ya no tiene sentido molestarse por lo ocurrido. Puedo tolerarle el abuso porque estoy aliviado con el resultado de esta mañana.
Sabía que no tenía a donde ir. Quise ignorarla, pero no pude con la desesperación. Corrí de un lado a otro buscándola. Hasta que vi la plaza y pensé: debe de estar ahí. Verla hundida en su propio caos me hizo revivir muchos recuerdos. Quería decirle que ningún peluche sobreviviría a esa noche lluviosa. Pero a la vez, no puedo ignorar el rencor. Dudo de sus acciones en el pasado. Me dejé inundar con la intriga. No me atreví a preguntar: ¿por qué corre, si no tiene nada que esconder?
Subo al coche. Dejo caer mi cabeza sobre el volante. Las ideas y preguntas no dejan de aparecer. La necesidad de enfrentarla es frustrante, sumado a que debería disculparme por cómo la traté. No importa que hizo, no debo dejarme llevar por emociones. Sé que no lograré nada con eso. Además, no tengo por qué molestarme, ya no somos nada. Incluso estoy convencido que es una excusa para acercarme. En realidad eso es lo que escondo debajo del enojo. Sentí mucha tristeza al verla. Ya lo dije una vez: no puedo olvidarla.
Regreso a casa para cambiarme. Todavía tengo trabajo que hacer en la cafetería. Subo las escaleras. Karen camina desde la entrada, lleva consigo una maleta. Luce como una niña perdida. Es incómodo que no pueda dejar de preocuparme por ella.
—¿No qué no pasaba nada con él? —Me gana la amargura.
Reconozco el odio en su mirada.
—Por lo menos él me dio un lugar en su apartamento, cuando otro me echó a la calle. —Por su expresión puedo notar que se contiene de hablar.
No debí decir nada. No tengo por qué reclamar. Si pudiera apagar los celos, no haría este tipo de tonterías. Entro en casa. No fui capaz de disculparme. Creo que lo mejor será no volver a cruzar palabras. El desánimo no se hace esperar. Vuelvo a sentir las ganas de no salir, ojalá fuera una opción.
Luego de terminar mi adelanto, tomo asiento en la barra. He tenido una sensación de inquietud esta tarde. Es desagradable. Necesito apagar mi cerebro. No conozco otra forma que no sea caer en vicios. Tampoco quiero eso, debo aguantar como sea esta ansiedad. Margaret se sienta delante de mí, con una gran sonrisa.
—Ni se le ocurra mencionar el tema —advierto.
—¿Cómo no? ¿Acaso no es increíble? —Intenta no reir—. Cuéntame, ¿cómo te sentiste al verla?
—Como si me hubieran dado diez patadas en la cara —respondo con ironía.
—¿Enserio? Eso tuvo que ser doloroso.
Suspiro. ¿Esta gente no sabe ser considerada? No sé cómo pueden tener un café por tantos años y no saben tratar a las personas.
—Dime más. —Sonríe—. ¿La viste deslumbrar? Estaba con otro, tiene que haber más sentimientos. —Me mira como si fuera un objeto extraño.
—No le diré nada.
—Por favor, esto es un buen material.
—El café de hoy, lo quiero para llevar. —Me levanto.
—Daniel, entiéndeme. No todos los días tengo la oportunidad de obtener detalles de primera mano.
—¿Qué cree que soy?
—Lo siento, es que nunca tuve esas experiencias —pone cara triste—, pero escribo sobre ello. Quería saber qué tan similares son mis historias con la realidad.
—Ajá… —Finjo entenderla—. ¿Sabes qué? Le regalo el café de hoy.
Salgo peor de lo que estaba. Quiero hundirme en el alcohol. Ahora que lo pienso, esta mañana no hice ejercicio, quizás eso influya. Puede que por eso me encuentre tan ansioso. Si, creo que ese es el problema principal. ¿Por qué no fingir demencia como los demás, e ignorar todo? Quisiera poder tapar los detalles, no ver las emociones o ser tan consciente.
¿Cómo hace Karen para vivir tan tranquila en su mundo? Donde nadie tiene valor, ni importancia. No ve más que por ella. Me sorprendo al encontrarla de frente. Me aislé por un momento al tenerla en mis pensamientos. Sin darme cuenta, hemos cruzado caminos otra vez, en la entrada del edificio.
—¿Qué? —pregunta con amargura, al verme bloquear la entrada.
Me hago a un lado. No será fácil acostumbrarme a esto. Lleva una sudadera puesta, tampoco le importa salir despeinada. ¿Ahora es alguien despreocupada por su apariencia? Así era cuando la conocí, después fue poniendo más cuidado en eso. Camino detrás de ella. Entra en el apartamento de él. Sin mirar atrás ni una vez, y de seguro con su propio juego de llaves. Dentro, recuesto mi espalda en la puerta. Reviso en mi teléfono las conversaciones. Debato si debería aguantar el impulso de escribirle a Amanda para salir. Es posible que vea a Karen todos los días, no puedo escapar cada día. Cierro la puerta con seguro, y tiro la llave a ciegas. En algún lugar de la sala ha caído. Por ahora haré de cuenta que no lo sé, y no saldré más por este día. Medida desesperada en tiempos de crisis. Acostumbro a hacer esto cuando estoy ebrio, pero ahora me toca hacerlo de sobrio.