Idealmente quizás

NEBLINA

He tenido una semana ocupada. Karen ha dejado de leer a diario en el sofá del pasillo. O al menos, ya no con tanta frecuencia. Y cuando está, la encuentro de salida. No hemos podido conversar de nuevo. Eso no le ha quitado lo graciosa, que ahora me llama vecino cada vez que me ve. Respondo lo mismo, copio el tono burlón que tanto me irrita. Pero no es la forma en que lo dice, si no, que no quiero que me mire así: un vecino más con el cual cruzas algunas palabras, una que otra vez. La distancia que quiere marcar es obvia. Vuelvo a encontrarme ansioso por su cambio tan repentino.

Me alisto para la fiesta de Ferit. En cada cumpleaños prepara el salón de su casa e invita a todos sus empleados, de las tres empresas que tiene. Siempre evito los eventos sociales, no me gustan las charlas triviales y tener que aparentar ser cordial con todos. Es molesto que se me acerquen a saludar personas que ni conozco, solo porque soy el “sucesor”. A Majo se le da bien, le gusta ser el centro de atención. Antes podía librarme usándola a ella, pero ahora, que tiene a su esposo como compañía, tendré que estar por mi cuenta.

Salgo de casa. Ahí está ella, leyendo, ha sacado hasta una cobija para abrigarse. El invierno está por comenzar, el frío aumenta gradualmente. Miro la noche a través del cristal de la puerta de entrada. Un día lluvioso, que dejó una ligera neblina.

—Vecino —dice sonriente, al darse cuenta de mi quietud.

—Vecina —respondo con seriedad, no puedo cambiar mi ánimo.

—Luce como una noche de terror. —Observa la entrada.

—Hará bastante frío esta madrugada.

—¿Regresarás tan tarde? —juzga.

—Espero que no.

—¿Quieres que te espere?

—¿Cómo? —Me Sobresalta la emoción.

Se retracta al mostrar una cara de vergüenza, finge leer el libro.

—Lo siento, leí en voz alta.

Sonrío al verla tan avergonzada. No me dirige la mirada, ni pretende volverme a hablar. La puerta sigue luciendo aterradora, ojalá pudiera quedarme esta noche.

—Si —susurro sin apartar la vista de la entrada—. Espérame.

Sacude la cabeza con ligereza. Pasa la página, como siempre, actúa tan tranquila sin escuchar lo que digo.

La noche es lenta. Me duele la mandíbula de tanto sonreír, y no es por gusto. Las conversaciones son aburridas. Tengo tiempo desentendido de la política, mucho menos quiero debatir sobre ideales que no causarán ningún cambio en el mundo. Me alejé de esos debates, dejé de consumir noticias, solo lo esencial. De nada sirve estresarse al ver las redes llenas de opiniones. Para que luego salten las excusas; “todo es relativo”. Pretendo escuchar las posturas. En sus caras puedo ver que, en realidad, ninguno vive lo que tanto defiende. El argumento de que no existe “la verdad absoluta” es absurdo, y tratar de explicar la contradicción del círculo cuadrado me hace doler la cabeza. Por eso me alejo de ese tipo de conversaciones, ¿qué provecho tiene?

Al fin logré zafarme. Disfruto del coctel de la noche, sentado y apartado en una mesa. En la esquina oscura, donde nadie ha querido venir. Ni idea del por qué, pero no está mal. Hasta que veo a Amanda saludar desde lejos. Suspiro para llenarme de paciencia mientras ella se acerca.

—Daniel. —Se sienta, con una extraña sonrisa.

—¿Estás ebria?

—¿Se nota tanto? —Da dos palmadas a su rostro.

—¿Qué haces aquí?

—¿No te enteraste? Ahora trabajo en la inmobiliaria.

—No sabía que aceptaban a cualquiera —respondo, restándole importancia.

—Oye, no seas así. —Junta las manos, pone los codos sobre la mesa—. Jon me ayudó, soy vendedora.

—Ah… —Miro mi vaso, va por la mitad—. Qué bien por ti.

—¿Todavía sigues molesto? Es entendible… —Suspira—. Karen no me dejó hablar, debe de pensar que estamos juntos.

Eso explica su cambio, su molestia, su cara de enfado, su actitud a la defensiva. Que irritante es esta mujer. Cómo es posible que no pueda hacer nada bien.

—Me alegra verlos juntos. —Majo se une a la mesa—. ¿Puedes creer que ahora soy cercana a esta señorita? —Toma a Amanda por los hombros—. Ha sido de mucha ayuda.

—No es para tanto —responde sonrojada.

—Entonces las dejaré para que hablen.

—No, quédate, eso no es todo.

—Siempre tan amargado —comenta Monic a mi espalda—. Nunca cambies —sonríe.

—Tú también.

—Vamos, siéntate. —Me hace volver al asiento de una sentada. Es perturbador la fuerza que tiene—. A Alfredo le encanta que le haga eso —dice cerca de mi oído, puedo sentir sus largas uñas sobre los hombros.

—También con ella —agrega Majo—. No sabía que las amigas de Karen eran tan geniales.

—¿Qué quieren? —Le aparto las manos, responde con una cara de asco.

—Estamos organizando la boda de Alfredo y Monic.

—Qué bien, felicidades, ¿qué tengo que ver yo en eso?

—Necesitamos un coche extra. —Majo acaricia su barriga—. No te puedes negar, tienes que ayudarnos.

—Y la parte en que estoy ocupado, ¿dónde queda?

—Lo sé, nos referimos para este diciembre.

—¿Cuándo es la boda? ¿En diciembre?

—No.

—Asunto resuelto, no hay apuros. —Choco las palmas, el ruido parece irritarles.

—Ya les habia dicho que es un idiota, no tiene caso.

—Puede que tengas razón. —De un trago acabo la bebida—. Se acabó, tendré que ir por más.

—Daniel…

Me alejo, necesito encontrar un lugar en silencio. La música no para de sonar, aunque no esté alta, la mezcla de tantas voces se vuelve un ruido constante. Alguien me toma del brazo para detenerme. Volteo para encontrar el rostro de desprecio que, Monic, siempre tiene al verme.

—Arregla tus asuntos con Karen —dice—. No quiero problemas, ni mucho menos voy a decidir a quién dejar por fuera. Que obviamente no puedes ser tú.

—¿No eras la que tenía el control en la relación?

—¿Qué esperas? —Suelta mi brazo bruscamente—. Vuelve con ella. —Se marcha.

Luego de conseguir otro cóctel, salgo a la terraza. Acá el sonido no llega tanto. Es una parte privada de la casa, a la cual casi nadie debería tener acceso. Sin embargo, no estoy solo. Encuentro a Ferit, apoyado en la baranda. Observa la ciudad a lo lejos, en silencio, con los brazos cruzados y el vaso vacío en la mano.




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