Idealmente quizás

GOLPES

No sé si vendrá. Llevo una hora más de lo habitual en este pasillo. Me cansé de leer, estoy en esa parte de transición donde la novela puede tornarse aburrida. Reviso en mi teléfono las redes. Parece que Amanda y Monic han salido juntas, suben estados en la misma fiesta. Suspiro al pensar que debería salirme del grupo y cortar relación. De todos modos ya no respondo los mensajes y tampoco pienso salir con ellas. Me pregunto: ¿qué pensaría Amanda al saber que soy vecina de Daniel? ¿Se lo habrá contado?

Escucho la puerta de entrada. Al fin llega, ebrio, tambaleante. Tarda en abrir la puerta. ¿Será que no encuentra la llave? Reposa su cabeza en la madera hasta que logra abrirla. Creo que ni ha notado mi presencia. Son las doce y media de la noche. Me acerco a cerrar la puerta del edificio, la ha dejado abierta. No es una norma cerrarla, pero mi desconfianza me hace revisarla. De regreso, veo una línea negra en la entrada de Daniel. Me acerco para checar la puerta, y también está abierta. ¿Así de mal está? Nunca lo había visto tan ebrio. Por algo lo trajeron, si hubiera venido conduciendo, habría subido las escaleras. Toco la madera con suavidad, empujo un poco. Está a oscuras, ¿por qué le encanta tanto la oscuridad?

Busco en la pared el interruptor, este apartamento es diferente pero creo que la ubicación de las luces es similar. Lo consigo, ha vuelto la luz. Me acerco para verlo dormido en el sofá. Solo quería revisar que estuviera bien. Me agacho en cuclillas delante de él. Su respiración es lenta, con mi mano reviso la temperatura en su frente. Me encanta esta oportunidad, quería verle el rostro con detenimiento. Extrañaba mucho poder explorar su piel. Sus vellos pequeños y puntiagudos, que me hacían cosquillas al besarlo.

—Karen…

Se me eriza la piel. De manera abrupta me pongo de pie. Miro la entrada, todavía abierta, es mi momento de escapar. Pero, primero debería aclarar.

—Dejaste la puerta abierta… —¿Y por eso entré? No suena a excusa convincente—. Solo quería revisar que estuvieras bien. —Muerdo mis labios, él no parece reaccionar. Ni siquiera sé como dijo mi nombre—. Lo siento, no quería abusar de nuevo, no entré con esa intención.

Se coloca boca arriba, tapa sus ojos con el codo y suspira con pesadez. Es obvio que está despierto y consciente, qué tonta fui al pensar que no.

—Quédate, por favor.

—¿Qué? —pregunto exaltada.

¿Entonces, si está ebrio? En ninguno de sus sentidos me pediría eso.

—Sé que tenía que decirte algo en cuanto te viera, pero no recuerdo que…

—Puedo quedarme un rato, hasta que te quedes dormido. —Vuelvo a ponerme en cuclillas.

Con timidez acerco mi mano a su brazo, pero me agarra con rapidez. Acerca mi mano a su rostro. Se restriega con ella, como si fuera un peluche. Si hace eso, no le puedo pedir a mi corazón que no se emocione.

—Ya recordé.

—¿Si? ¿Qué sería? ¿Quieres que me largue? —digo sarcástica, él ríe.

—No. —Intenta levantarse, falla al perder el equilibrio y queda sentado en el sofá. Mira con desánimo el techo, luce fatal.

—Ven. —Le agarro con fuerza ambas manos, lo ayudo a levantarse.

—No deberías estar aquí, viéndome tan lamentable.

—No, pero esto es nuevo —sonrío. Deja caer su cabeza sobre mi hombro. Y poco a poco, siento que el peso aumenta—. No puedo con tu cuerpo, eres muy pesado.

—Tú eres la pesada, ignorándome.

—¿Yo te ignoro? —No puedo evitar sentirme ofendida. Niego para sacudir mis ideas, este no es momento de reclamos—. ¿Qué quieres hacer? ¿Ir al cuarto?

—¿Contigo? —ríe—. Siempre tan atrevida.

—No me refería a eso, ¿no quieres dormir? —Miro la cocina con dudas, sé que debo hidratarlo. Lo ayudo a caer en el sofá de nuevo, cae con rudeza, me gustaría tener la fuerza para hacerlo con suavidad. Se queja por el golpe en la cabeza—. Lo siento, ¿si? Iré por agua.

Ni puede tomar agua sin hacer un desastre. Tampoco sirve reclamarle, todo le da risa.

—Sí, mojé mi camisa —dice—, lo puedo arreglar.

—¿Cómo? —Le quito el vaso, antes que moje el sofá también.

—Así. —Se quita la camisa.

—¿Estás loco? Hace mucho frío, te buscaré otra.

—No hace falta, tengo mucho calor.

—El ardor en el estómago será lo que te dará calor. —Vuelve a reír. Suspiro con resignación, parece un niño.

—Eres demasiado chistosa.

—Y tú eres un desastre.

Entro a su cuarto, también está oscuro. Tardo en encontrar el interruptor. Escojo cualquier camisa y una toalla, o dos, se nota que las necesitaré. Ahora toca ponerla. Imposible no pensar en ciertas cosas. Limpio su pecho mojado. Su respiración sigue pesada. Me mira con ojos extraños mientras le coloco la camisa, hace que ponerle cada botón sea una experiencia llena de nervios y tensión.

—¿Ahora por qué tan callado? —pregunto al terminar.

—¿Si eres real? —Me toca el rostro.

—No, es que eres tan especial, que puedes ponerte una camisa por arte de magia —sonrío sarcástica. La sonrisa en su cara se ensancha, hasta estallar en una carcajada.

—Quiero vomitar.

—¿Qué? —El baño queda a varios pasos. Mejor busco algún recipiente en la cocina. No encuentro donde guarda las ollas. Cierro los ojos al escuchar la terrible escena, tardé mucho—. No… —susurro de un lamento.

Creo que la vida me las está cobrando. No debí entrar por esa puerta, no tendría que limpiar este desastre. Lo ayudo a llegar hasta el baño, puede que quiera vomitar de nuevo. Como no lo hace, procedo a limpiarle la cara con mucha agua y quitarle la camisa que le acabo de poner. Hace gárgaras para lavar su garganta, a cambio de mojar todo a su alrededor.

—Quédate quieto —le reclamo, no me deja secarlo con la toalla.

—¿No sería mejor una ducha?

—¿Con este frío?

—Contigo —sonríe.

Podría ser algo sensual, si, pero no. Le suelto un golpe en el brazo, como no reacciona de la manera que quería, con molestia, lo golpeo de nuevo. Su expresión cambia, se ha borrado la sonrisa. Esta vez le doy con la palma abierta para que le duela y le quede marca.




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