Idealmente quizás

EXPLICACIONES

Esta vez me desperté temprano, cosa rara al ser un domingo. Limpié la cocina e hice el desayuno lo más simple posible. Todo con la excusa de salir a leer, queriendo esconder las ganas que tengo por verlo.

Me cuesta entretenerme, me pierdo, no puedo concentrarme en las letras. Cierro el libro y lo dejo sobre la mesa. Suspiro aburrida, recuesto la espalda sobre el sofá. ¿Por qué no sale de casa? ¿Estará bien? No tengo excusa para tocar la puerta. ¿Y si le pido una taza de azúcar? Eso es común entre vecinos, ¿no?

—¿Qué haces? —dice Enrique, quien sale de casa.

—¿No es obvio? Perder el tiempo.

Todavía escucho su risa desde la escalera. Desbloqueo el teléfono. En teoría puedo escribirle, ¿sería mucho pedir una salida? Como antes, cuando eramos amigos. Daniel prometió siempre estar disponible para mí, mientras pueda. Esa prioridad ya no existe. Ahora no sé qué hacer con esta ansiedad. Quedé con ganas de volverlo a ver.

El lunes salgo temprano junto a Enrique, con la esperanza de cruzarme con Daniel en el estacionamiento. Pero antes de subir al coche, veo su camioneta estacionada.

—Espera, se me ha olvidado algo —finjo revisar mi bolso.

—Ve, te espero.

—No, voy a tardar un poco, iré por mi cuenta.

—Como quieras.

Subo de regreso. Espero impaciente en el sofá. No debería tardar en salir. Los minutos pasan, llegaré tarde si sigo esperando. Aprieto los puños llena de frustración, y toco la puerta, movida por el impulso. No contesta. Mis hombros se caen junto a mi ánimo. No entiendo porque creo que podríamos volver a aquella normalidad. Sí, sé muy bien que no quiero solo su amistad. No puedo ser tan codiciosa. Le escribo un mensaje, al menos para justificar que le toque la puerta: «Daniel, creo que dejé un gancho para el cabello en tu casa, ¿podrías dármelo?». Camino hasta la entrada, ojalá pasara un taxi en este momento. «¿Es urgente?» pregunta. ¿Cómo un gancho de pelo va a ser urgente? Respondo con un no. Su solución no tarda en llegar: «Te lo dejo más tarde en la mesa del pasillo». Guardo el teléfono. Me contuve las ganas de agradecerle por arruinar esta mañana. Cruzo la calle, en busca de un taxi. Quería creer que estaría interesado en hablar conmigo. Caí como tonta.

Regreso con Enrique. Durante todo el día no he querido hablar. Solo quiero llegar a casa para darme una ducha, comer algún dulce y leer. Es lamentable que mi zona cómoda, ya no sea tan cómoda.

Luego de comer, me recuesto en la cama para leer. Pero el peso del estomago me hace sentir mal. Salgo del cuarto, el ruido del televisor me obstina. No me queda de otra que salir al pasillo.

La noche pasa tranquila. Parece que hoy tampoco pretende salir. Su coche estaba en el estacionamiento cuando llegué. Me causa intriga y me llena de preocupación, ¿que le puede provocar este encierro? Siento una corriente recorrer mi cuerpo al escuchar la puerta. Por fin sale, con una maleta en la mano. Me queda viendo, su rostro luce apagado. Él solo hace esa cara cuando se trata de la familia.

—Karen, digo, vecina —sonríe levemente—. No encontré tu gancho.

—Estaba en mi cuarto, no lo había visto.

—Bien. —Observa la calle a través del cristal—. Gracias por cuidarme. —Su tono tan suave me pone nerviosa—. Quería pedirte disculpas por esa noche.

—Descuida… ¿te vas? —mi tono sale ronco, siento como que me apago.

—Toca pasar este diciembre con la familia.

—Si, ya era hora —finjo una sonrisa—. Yo debería hacer lo mismo, pero no creo que mi trabajo me lo permita.

—Ventajas de ser el favorito del jefe —bromea.

—De cierto modo lo soy —digo con vergüenza. La cual aumenta al verle el rostro confundido—. Es una larga historia.

—Espero que tengas una feliz noche buena. —Se despide.

Quería decir tanto, pero a la vez no dije nada. Se va por el resto del mes, a lo mucho regresará en enero, sé que puede tardar hasta febrero en volver. Por un momento retornó la emoción, ahora la vuelvo a perder. Deja un dolor puntiagudo en mi pecho. Justo cuando ardía mi deseo, en aumento por tenerlo cerca.

Al día siguiente, disfrutaba de la calma en el pasillo. Al no tener que preocuparme por la puerta de enfrente, puedo aislarme con facilidad en la lectura. Pero escuchar la voz de Amanda me ha dado un choque físico y emocional.

—No sabía que vivías aquí —dice sonriente, luego de saludarme.

—¿Qué haces aquí?

—Lo siento, no quería asustarte. —Su disculpa parece sincera, de repente su alegre rostro se torna temeroso.

—Creo que no tengo nada que hablar contigo. —Es molesto que mi tono y respuesta suenen como Daniel.

—No quería interrumpir, pero, ya que estás aquí. —Se acerca un poco—. Quiero pedirte perdón. —Baja la cara, mira el suelo—. Inventé que salía con Daniel por celos. Aunque lo quise negar, no pude evitar sentirme frustrada con tu regreso.

—¿Qué?

—Si, lo sé, fui una estúpida, y quizás lo siga siendo… —Junta sus manos, hace una súplica.

—¿Y por qué estás aquí?

—Vine… —Le conozco los nervios, está hecha una bola de ellos—. Vine a buscar el coche de Daniel.

—¿Te dejó el auto? —pregunto con horror—. ¿Qué son ustedes dos? ¿Por qué se escriben? ¿por qué se tienen tanta confianza?

—Karen… No creo que seamos tan cercanos como piensas —dice, casi en susurro—. Mañana saldremos, como una salida de chicas, ¿no quieres unirte?

—¿Acaso quieres torturarme?

—Es que ya no respondes los mensajes. Monic se va a casar, estamos ayudándole a organizar todo.

—¿Hasta Daniel se presta para eso? ¿Cómo hemos volteado la tortilla de esta manera?

—Creo que fue Majo quien lo convenció.

—¿Majo también? —Me levanto con rapidez—. Esto es absurdo. —Cierro la puerta de un golpe.

No sabía que tener amigas fuera una maldición. Como un virus que fue colado entre los amigos de Daniel.

—¿Qué pasa? —pregunta Enrique.

—Nada. —Entro a mi cuarto.

Me tiro en la cama y presiono mi rostro con la almohada. Dejo salir un grito. Respiro tranquila luego de eso. Ahora sonrío, me muero de la risa porque parezco una adolescente. Esa dichosa palabra vuelve a resonar: infantil. Es cierto, tengo que afrontar esto con madurez. Monic es la prometida de Alfredo. Es uno de ellos, es normal que se acercaran tanto. Debería ser como ellas, un virus que se cuela hasta las entrañas. Pero la energía social y emocional que necesito para meterme en esto, son costosas para mí.




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