Idealmente quizás

FAMILIA

Espero en la sala del aeropuerto. Un vuelo de cuarenta minutos, para luego tomar un viaje en tren de una hora.

Regresar a Numeria no me emociona. Mi familia se mudó allá, a la casa que han dejado mis abuelos paternos. Mi padre creció rodeado de campo. Ahora cuida la finca que heredó; solo conocí al abuelo, recuerdo que era un señor amable, siempre sonriente. No sé mucho sobre nuestra historia, lo poco que sé: Santiago, mi padre, se esforzó en los estudios para devolverle el favor a su familia. Estaban en una mala situación económica, gastaron lo que les quedaba para los estudios. Es la típica historia de la niña de familia adinerada que se enamora del chico humilde, trabajador, que lucha por sacar su familia adelante. Y lo logró, gracias a él, la finca donde ahora viven vuelve a tener vida y utilidad. Mi madre no tuvo que aportar nada. Aunque el cuento se contó una vez, con amor e ilusión, de mayor puedo ver las grietas. Las mentiras que intentaron pasar encubiertas de verdad. Más que una historia bonita, fue una de conveniencia. Dana eligió a Santiago porque lo vió capaz de mantener el hogar ideal que ella quería. Para mi abuela materna, a la que siempre hay que rendir cuentas y tributo cada año, en esta temporada. Si no fuiste capaz de lograr algo destacable, ni te presentes en la cena de nochebuena, no querrás recibir el desprecio de toda la familia y ser marcado como un “miserable” por la mirada que suele dar a quien considera que no fue lo suficiente.

Viajar en tren, ver las mismas casas; los recuerdos vienen solos. Se siente un vacío dentro del pecho. Un sentimiento de que algo fue arrebatado, algo que otros destruyeron. La ausencia, las palabras que no llegaron, las lágrimas que se cansaron de esperar. Hay mucho que me cuesta procesar y, nunca sé porque, no soy capaz de olvidar. Siempre es una herida abierta, que duele, arde cada vez que me acerco. Vagué mucho en busca de un hogar, quise replicar lo que tenía: una casa, donde mamá esperaba para escuchar sobre mi día mientras caminaba de un lado a otro en la cocina cuando preparaba el almuerzo. La mujer que ahora me espera, no es la misma, y no sé a dónde fue la que vive en mi memoria. Ya debería superarlo, ya no debería afectarme. Pero el anhelo me engaña, vuelve pequeño a mi corazón, padece de dolor por creerle a la emoción, la esperanza que nunca se marchita porque cree que en algún momento volverá.

En la estación busco un taxi. Aún falta media hora en coche para llegar. Intento mantenerme sereno, hago lo posible por ocultar mis nervios. La verdad, mi ritmo está acelerado, no logro distinguir entre el miedo y la ansiedad. Decidí llegar de sorpresa, ahora me arrepiento, porque no sé con qué me encontraré.

El coche se estaciona en la entrada, le pido que entre, para asegurarme que estoy en el lugar correcto antes de dejarle ir, no importa si tengo que pagarle un extra. El camino es largo, se aprecia el amplio terreno que forma parte de la finca. Los sembradíos, los animales y las zonas bien cuidadas que decoran el paisaje desde la entrada hasta el frente de la casa principal.

Toco la puerta. Que comience la cuenta regresiva, de cuanto tiempo aguantaré antes de querer irme.

—¿Daniel? —Por suerte, mi padre es quien abre. Me abraza, ahora luce más bajo que antes—. Hijo, que bueno verte.

—Si… —sonrío nervioso, no logro encontrar las palabras que encajen.

—Pasa, me alegra mucho volver a verte. —Me da un par de palmadas en la espalda. Parece complacido; saber de su enfermedad me deja ver su inquietud. Aunque sonríe, se puede notar que no está bien—. ¿Sucede algo?

—No, es solo que… es un viaje largo.

—Por supuesto, debes estar cansado.

Entro, la sala sigue tan radiante como la recuerdo. Nada cambia, todo sigue en su lugar, cada adorno, cada mueble. Mantienen la misma decoración que mis abuelos, lo hacen en su honor. Esto me recuerda a Liza, quien mantiene intacto el cuarto de Estela. Es escalofriante este tipo de honores.

—¡Pero mira a quien trajo el viento! —grita Brandon, para alarmar a sus pequeños.

No tarda en salir Santi, corre hacia mí, lleno de alegría. Lo recibo de brazos abiertos, su sonrisa es contagiosa. Pero el menor se refugia detrás de su padre. Se nota temeroso, y lo entiendo, no me conoce.

—Tío, ¿por qué te tardaste tanto en venir? —dice al bajarlo—. Y no digas que por el trabajo, a mí ya no me engañan con eso.

—Te traje un regalo. —Su sonrisa vuelve, con facilidad lo distraigo.

—¡Daniel! —Boni se acerca, carga al menor entre brazos—. Mira, Marcos, es tu tío. Dile hola a tu tío. —Oculta la cara entre el cabello de su madre.

—Ya se acostumbrará —sonrío.

—Hermano. ¿Qué te trae de vuelta? ¿No me digas que los maleficios de nuestra madre han funcionado?

—¡Sí! Yo la vi, haciendo los conjuros.

—Santi… —Boni le pone mala cara—. No hables así de tu abuela, y tú —señala a su esposo—. Deja de enseñarle cosas raras, que luego la que recibe el reclamo soy yo.

—¿Y se encuentra la bruja siniestra? —pregunto, Santi ríe cómplice.

—No te unas tú también, por favor —suspira—. Está dando una charla a los empleados, en un rato viene.

—Bien, tengo un momento para desempacar.

—Aprovéchalo.

Entro a mi habitación. Cuando éramos pequeños, veníamos a esta finca de vacaciones. El abuelo nos tenía un cuarto preparado a cada uno, con sus baños internos. El de Brandon queda al lado, modificado para su pareja. Pero el mio sigue igual, con cada juguete en su lugar, la cama individual con las sabanas de cohetes. No se me quita la idea de que es una costumbre rara.

Me lavo la cara, ya comienzan las preguntas en mi cabeza, el arrepentimiento de haber venido se hace presente. Pero sé y recuerdo que el dolor de cabeza será mayor si este es el último diciembre de mi padre.

Me despierto al escuchar la puerta. Me quedé dormido al recostarme en la cama. Si no digo nada, dejarán de insistir. Podría hacerlo para seguir descansando, no entiendo por qué tengo tanto sueño.




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