Idealmente quizás

MANDARINA

Los trabajadores de la casa principal están de vacaciones. Este lugar queda vacío cada año, de vez en cuando pasa alguien a revisar que todo esté bien. Ahora soy el encargado, como otro obrero más. Comienzo con la lista. Cada día avanzo en lo que puedo, por las tardes veo el atardecer junto al señor Mandarina. Le agradezco su compañía, no sabía que los gatos son tan apegados. Acabé primero con las tareas pequeñas: limpiar lámparas, pintar ventanas, acomodar bisagras, retocar daños de humedad. Lo suficiente para pasar el tiempo.

Me siento a tomar agua en el jardín. No está mal, mi madre exagera al querer remodelarlo tanto. Haré el esfuerzo por lograr un cambio notable, aunque no me apegue del todo a lo que pide, porque no tiene ni idea. Con las manos llenas de tierra, sudor y estrés, termino el primer día en el jardín. Hoy desperté con una imagen clara grabada en la mente: el rostro de Karen. Aún debato si lo hice sin querer o aproveché la situación. Sea cual sea, me dejé llevar. Ahora que lo pienso, hay una conclusión: fue intencional, si de verdad hubiera perdido el control… No sé qué podría haberle dicho. Hablarle de lo mucho que la extraño. Besarla, quizás, sin ninguna palabra de por medio. Confesarme, o decirle que se ha vuelto más hermosa que antes. No lo sé, me quedé corto. Incluso así, fue una noche de vergüenza. Le envío una foto del atardecer, me parece una buena vista, algo que ella va a apreciar. Y acompaño la imagen con una frase, para romper la tensión. Su respuesta suena hostil: «con tu nueva amiga, en tu preciado coche». No me creyó cuando le dije que no salía con Amanda. Tampoco quería que la tomara contra el coche, como lo hacía con el anterior. Me tiro al suelo, delante de la puerta. Dejo que Mandarina se suba a mi pecho, su ronroneo me ayuda a despejar la cabeza. La tortura de pensar que sigue molesta conmigo. Con esa actitud reacia, esquiva y defensiva. ¿Qué puedo interpretar?

El último día del año. No pensé que lo pasaría solo, no lo consideré tampoco. Llevo toda la mañana de un lado a otro, la vecina hace sus compras tardías. Su cena estará lista para media noche. En cambio, tengo todo listo en casa, hasta le preparé una porción de asado al señor Mandarina. De todos los escenarios que podría imaginar, pasarla junto a un gato era el menos esperado.

—Daniel, me apena mucho tener que pedirte cada cosa. —Sus arrugas se notan más cuando pone ese rostro lastimero—. Pero encargué una tarta de nieve, que debo recoger en la noche.

—Seguro, estaré acá a esa hora.

Le ayudo con las compras, se despide con un gracias y una sonrisa. Verla tan anciana me hace darme cuenta de lo rápido que pasan los años. Ya estoy pisando los treinta y no tengo la misma energía que a mis veinte, ni mucho menos el ánimo. Esa ambición de conocer el mundo, murió apenas dejé el hogar. El trabajo constante fue mi refugio, y los vicios mi escape.

Destapo una botella de vino. Admiro el atardecer desde el jardín terminado. A esperar que llegue el manto de la noche. Mantengo el teléfono a mi lado, atento a los mensajes. Mi mente divaga entre ideas. No quiero estar solo de nuevo, quiero reconstruir la ilusión de un hogar, probar en persona lo que es tener un lugar donde llegar. Una familia con la que puedes contar, para celebrar, llorar, reír. Yo también quiero un pequeño que me reciba con alegría. Quiero que el tiempo pase mientras los veo crecer, prefiero eso a aguantar esta soledad. Es una amarga sensación mirar atrás y no encontrar nada que valga la pena recordar.

«¿Ya cenaste? Estoy por preparar la cena, ¿quieres unirte?», me alegro al ver el mensaje de Karen. «¿Cómo haríamos?» envío mi respuesta. De inmediato hace una video llamada.

—Hola —saluda a la cámara—. Supongo que estarás en familia…

—No, estoy solo.

—¿En serio? —Luce un vestido rojo, corto. Ubica el teléfono en un buen ángulo, desde la cocina, como si ya lo tuviera planeado.

—Bueno, no tan solo.

—¿Si? Entonces interrumpo…

—Si, nos has cortado la inspiración —sonrío—. Te presento al señor Mandarina. —Intento enfocarlo, para que salga en la pantalla pero es complicado, no estoy acostumbrado a esto.

—Aaaw, es una bola naranja.

—No, es Mandarina. —Ella ríe, se nota relajada, las ganas de estar a su lado no me faltan.

—Es perfecto. —Busca la tabla de picar—. Yo también estoy sola.

—¿Y qué vas a preparar?

—Aún no me decido, estuve en el mercado. Vi tanto que quería probar, compré un par de chuletas, pero también pensé en seguir los pasos de un video que… —Busca entre las gavetas—. No sé si lo has visto, que envuelven una pechuga de pollo en queso y tocino. ¿Cuál me recomiendas?

—¿Qué tienes de acompañante?

—Tengo vino, como tú. —Apunta con el cuchillo—. Más temprano hice una ensalada de tomate, cebolla, lechuga y pimiento verde. Que mantenga los colores de la temporada —ríe—. Papa salteada con zanahoria y calabacín…

—Suena bien, no sabía que habías explorado tu habilidad en la cocina —expreso sarcástico.

—Tuve que aprender, viví sola en una ciudad donde abusaban de los condimentos, la comida ahí me caía fatal al estómago.

—Me parece mejor opción la pechuga, quiero verte preparar eso.

—¿Quieres ponerme a prueba? No luce complicado.

Veo asomarse el mensaje de la vecina.

—Me encantaría quedarme a verte, pero tengo que hacer un favor —digo con pesar.

—Ah, cierto que no te comenté las reglas de hoy. —Se acerca a la cámara—. Asegúrate de tener saldo suficiente, porque no cortaremos la llamada hasta que sean las doce. Sin silenciar, yo escucharé todo de tu lado, así como tú del mío. ¿No tienes audífonos inalámbricos?

—Si, por ahí deben de andar en la maleta.

—Úsalos, y finge que no estamos en llamada. Solo podemos desactivar la cámara, pero no el micro, ¿entendido? —sonríe.

—¿De dónde sacaste esta idea?

—Soy yo, sería raro no tenerlas.

Mientras busco los audífonos, le cuento mi situación. Mejor ponerla al día, antes de que saque conclusiones erradas.




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