—Daniel —dice la vecina antes de bajarse—. Me va a tomar un rato, ¿podrías esperarme?
—Sí, no se preocupe, aquí estaré.
—Cualquiera pensaría que eres amable —agrega Karen, sarcástica.
—Cuando quiero serlo.
—En fin, hablemos de otra cosa.
—¿Favorita del jefe? —No puedo quedarme con esta duda.
—Lo siento, me dejé llevar y no te conté el contexto.
—¿Podría saberlo?
—Verás, Enrique me contrató con la excusa de limpiar el registro de gastos de su empresa, para poder entregarlo a sus padres. Mi llegada a la empresa fue tan de repente, que todos asumen que me acuesto con él. —Suspira—. Son unas viejas amargadas, en eso se resume.
—Te llevas bien con él, ¿no es así?
—Vivimos juntos, si no fuera así, ya me habría ido —ríe—. Al principio fue emocionante volver a contactarnos. No sabía que dejé tanta incertidumbre en aquel lugar, de donde me sacaste.
—Lo recuerdo, un caos.
—Si, eso era. —Volteo la pantalla, para ver qué hace: sigue en la cocina. Luce concentrada, a la vez habla con tranquilidad—. Seré sincera, una vez te prometí que te contaría todo y no lo cumplí, espero que no sea tarde para retomarlo. Sí pensé que podría existir algo entre los dos. Había química, buen humor. Pero él es de esos, que no quiere nada serio, solo divertirse. Me desanimó bastante, más no bastó para quitarme las ideas. Cuando volví, tenía esta tonta intención, cómo decirlo. —Respira pensativa—. Ahora no, pero antes tenía esta inquietud por superar mi trauma. Me urgía tener esa experiencia y quise intentarlo con él. Porque es alguien cercano, amable y bla bla, eso. El punto es, que volvió a pasar. Me quedé inmóvil, en pánico.
—¿Qué? —intento no pensar en lo peor.
—No pasó nada, no estoy tan mal como para vivir con alguien que se aprovecharía de mí. —Sonríe—. Él se detuvo al sentirme rígida. Y luego… tú…
—¿Yo, qué?
—Escuché tu voz —su tono se vuelve triste—. Y no sé por qué tuve esta urgencia por salir a verte, ni siquiera encontraba mi vestido y tuve que ponerme su camisa.
—Ya, ya recordé la noche. —No entiendo mis emociones en este momento, pero mi ritmo se acelera.
—Lo siento, fue un desastre total, no es raro en mí, lo sé. —Se acerca a la cámara—. No veo nada en tu pantalla… no importa, no tenía que contar eso, lo siento. Y lamento mucho más meterme en tu cama, pero… fue la única forma de quedarme tranquila. Aún recuerdo el miedo que sentí. Abrazarte fue un gran consuelo.
—Karen —suspiro—. ¿Por qué siempre mezclas el orden?
—No lo sé, me cuesta seguir el patrón. —Se lava las manos—. Ya meti el pollo al horno, toca esperar varios minutos —finge una sonrisa. La conozco lo suficiente para saber que intenta ocultar el dolor.
—El pasado es pasado. —Vuelvo a colocar el teléfono como lo tenía—. Si tú lo olvidas, yo también.
—¿Si? —sonríe con emoción, de nuevo—. ¿Qué debo olvidar?
—Todo.
—¡¿Todo?! —alza la voz—. Pero no puedo borrar los momentos en la cafetería. O tu imagen de postal: el chico que espera apoyado en su coche, en el estacionamiento de la universidad. O tu cara de cansancio, al dormir poco para poder verme. —La sonrisa va disminuyendo—. Las noches tristes, por lo tonta que soy, incapaz de resolver un malentendido.
—¿Ves? Aunque tengas buenos recuerdos, te llevarán a los malos.
—No quiero olvidar mi vida contigo, aprendí mucho.
—¿Qué quieres hacer conmigo?
—¿¡Cómo!? —deja salir una carcajada.
—Yo también aprendí de ti.
—Qué directo —dice entre risas—. No sé qué decir.
—Pensé que tendrías mucho que contar para esta noche.
—Puedo contarte sobre otro tema.
—Está bien, dejemos la seriedad para después. —Es mejor disfrutar de esta noche.
—Para cuando tengamos asuntos que tratar.
—¿Asuntos que tratar?
—Si, por ahora es solo una cena de fin de año. No puedes exigir tanto.
—Mira quien lo dice, la que se arma toda una escena en la cabeza.
—Soy mujer, me es permitido —vuelve a reír.
—Pero si hace rato te quejabas de esa posición, ¿abusar de ello no es parte de tus quejas?
—También, pero eso no implica que no lo haga. —Imposible no unirme a su risa, con esa lógica disparatada—. ¿Y qué vas a cenar?
—Ya lo tengo listo en casa, solo tendría que recalentar.
—¿Y qué es? —pregunta insistente.
—Asado con ensalada, y de postre, una tarta fría de chocolate.
—¿La hiciste? —Asiento—. Quiero verla, ojalá estuviera allí para probarla. —Lo mismo digo, ojalá hubiera resuelto mis problemas con ella, estaría aquí conmigo.
La vecina sube al coche. Se disculpa por tardar. Si no fuera por Karen, puede que estuviera estresado. Esto puede resultar provechoso, le hablará bien de mí a mi madre.
—Te traje un pedazo de tarta de nieve. —Me entrega un envase—. Por las molestias.
—Gracias, no es nada —sonrío con amabilidad.
—Que encantador —dice Karen—. Ahora tienes más dulce, dime que te la comerás —hace un sonido—. Cierto que no puedes hablar, así que voy a decidir por ti. —Entona—. Si, esta noche comeré todo el dulce que no he comido en este año —intenta imitarme, su voz es graciosa. Quisiera decirle que yo no sueno pretencioso, pero no puedo hablar—. Ya vengo, tengo que cambiarme, para estar presentable en la cena.
No vuelvo a escucharla. Dejo a la vecina en su casa. Avanzo por el largo camino de entrada. Y nada que vuelve a la cámara.
—Aquí estoy. —Se presenta con un vestido blanco, pero este no es para el frío. Su escote resalta.
—Eso es una trampa. —Bajo del auto—. No tenías que dejar el teléfono
—¿Querías verme cuando me bañaba?
—No, pero tenía que escucharte. —Ella ríe fuertemente.
—Ventajas de que no pudieras hablar —retoma el aliento.
—Te aviso, que la tarta de chocolate es cacao amargo y no tiene azúcar.
—Entonces, ¿para qué la preparas?
—¿Para hacer un postre?
—No tiene razón de existir un postre sin azúcar.