Idealmente quizás

CHOCOLATES

En medio del silencio puedo escuchar el latido de su corazón, es relajante. Yo estoy cómoda, pero él no, lo puedo deducir por la forma en la que está sentado. Con las piernas a un lado, girando el torso hacia mí. Me desprendo de su abrazo, aunque no quería hacerlo.

—Gracias —susurro con la voz débil.

Daniel se estira, mueve el cuello en círculos. Sabía que no estaba cómodo. Ahora ¿qué puedo decir?, debo explicarle el por que de mi llanto, ¿cómo hacerlo sin volver más tensa esta extraña relación que tenemos? Aprieto las manos, acaba de volver y de seguro está cansado. Debería entrar para dejarlo tranquilo.

—Tengo una idea —dice, se levanta y recoge mi teléfono del suelo—. Hay un lugar —ríe brevemente—, sé que te va a encantar.

—¿Si? —Mi pecho vuelve a doler, justo cuando pensaba en esconderme a soportar el sentimiento en soledad.

—Lo abrieron hace meses, no lo conoces. —Me ofrece su mano.

Acepto la invitación, mientras siento mis nervios desbordarse, haciéndome sentir cosquillas por todo el cuerpo. Desliza su pulgar sobre mis mejillas, eso me hace recordar que debo tener los ojos rojos y la cara hinchada. Oculto el rostro entre mis manos.

—Tengo que lavarme el rostro.

—Anda, yo dejaré la maleta dentro.

Entro directo al cuarto. Busco en el armario la mejor ropa que tenga, pero nada me parece apropiado, o al menos no me agrada. «Calma, Karen», respiro profundo, mantengo el aire por cinco segundos y exhalo. Mi mente es un caos, un revoltijo sin sentido de emociones tristes, melancólicas y alegrías que me ponen nerviosa. Es una simple salida, no es una cita. «Recuerda mantener la cordura». Me siento en la cama con ganas de llorar. No tengo estabilidad para salir, ¿no es demasiado? Debería quedarme en casa, procesar todo esto por mi cuenta. Busco mi teléfono, no lo encuentro. Resoplo al recordar que lo tiene él, buena manera de obligarme a salir. Me pongo medias para el frío, tomo un vestido de entre tantas telas que veo sobre la cama. Da igual lo que use, con este clima no se puede lucir nada por el abrigo. Me lavo la cara, aplico una crema para bajar la hinchazón. Me acomodo el cabello con las manos, salgo rápido del cuarto con el abrigo en la mano. No tengo el valor para decirle que no quiero salir, era más fácil escribirlo.

—¿Lista? —dice al verme salir. Me esperaba apoyado de su puerta. ¿Debería disculparme por hacerlo esperar?

—Si, eso creo. —Mi voz sigue débil.

—Si no quieres salir, lo comprendo. —Me entrega mi teléfono.

—Es que… —Lo guardo en el bolsillo del abrigo—. Siento un calor acá, como si hubiera tomado alcohol, ¿sabes? ¿El calor que queda cuando bebes con el estómago vacío?

Hace silencio, no sabe qué decir y yo menos. Esto se siente familiar. Es como un dia de esos, cuando le mentí para no vernos, cuando inventaba excusas para que no fuera a buscarme. Pero esta vez no es mi intención, solo que mi cuerpo se siente pesado.

—Mis padres… —Vuelvo a llorar, como una niña que ha perdido a su muñeca favorita.

No tarda en abrir sus brazos, ofreciendo otro abrazo. Con mis manos vueltas un puño intento frenar mis lágrimas, pero no sirve, el dolor no desaparece.

—Ya no están… —hablo entre lloros—. No pude pedirles perdón. —Duele más—. Nunca me despedí, porque hui de casa. —Escondo el rostro en su pecho, estoy haciendo un desastre con su camisa.

—Me harás llorar a mí también —susurra.

Me logra sacar una pequeña sonrisa en medio del dolor. Rodeo su torso, aprieto con fuerza. Tengo la sensación que puedo dejar un poquito de esto con él. Pareciera que me duele menos cuando lo comparto. Su mentón toca mi cabeza, esto sería lo único que me queda. A la vez lo siento tan fugaz, tengo miedo de que al hablar con él, desaparezca lo que queda.

—Perdóname —decirlo me hace llorar de nuevo.

—Tranquila. —Toca mi cabello, aprieta mi cintura con una mano—. Solo respira lentamente. —Descubre mi rostro al apartar mi cabello—. Eres hermosa incluso al llorar.

—No inventes. —Me froto el rostro—. Detesto estar irritada e hinchada.

—Si te golpeas así —aparta mis manos—, de verdad te vas a irritar la piel—. Vamos dentro, necesito cambiarme la camisa —sonríe.

—Qué pena. —No quiero verle la cara.

Lo acompaño hasta que él entra a su cuarto. Miro la cocina, con utensilios fuera, los frascos de condimentos, las servilletas. Hasta el microondas está expuesto. Que raro que no escondió todo en una gaveta. Y para mi sorpresa, todo es un desorden. Los almacenes están llenos, acomodados de mala manera. Fue difícil encontrar una olla la otra vez. Ni hablar de la sala, con ese montón de libros viejos. Solo faltan los manteles tejidos y sería una casa de abuela. Es gracioso pensar en eso. Y a la vez, me relaja saberlo. Nunca creí que él podría permitirse vivir en este tipo de escenario: “ruidosos”, como le dice. A mí me encanta llenar los espacios. Luce acogedor, agradable y me ayuda a calmarme.

—Ahora si, ¿nos vamos?

—¿Estás seguro de que esto me ayudará?

—Totalmente convencido —sonríe.

—Confiaré en ti.

Vamos en taxi, es algo lejos el lugar a donde quiere llevarme. Los nervios me invaden, este misterio me sienta fatal. ¿Por qué tanto estrés por una cafetería nueva? Es lo mismo de siempre, como cuando salíamos. Siento un cosquilleo en mi mano, dejo de ver por la ventana para revisar el asiento. Su dedo toca el mio. Luce distraído, ni siquiera voltea a verme. ¿Debería seguirle el juego? Quizás mi corazón se acelere aún más si le agarro la mano. Eso acentuará los nervios. Escondo mi mano entre mis piernas, vuelvo a ver por la ventana. Espero que no malinterprete esto. «Tonta» repito en mi cabeza. ¿Acaso es la primera vez que salgo con él? No debería sentirme así.

—Bienvenida —dice al bajarnos.

“Mundo chocolate”, veo el letrero frente a nosotros. Dejo salir mi sonrisa al confirmar que es otra cafetería.

—Ya no saben que inventarse —añado entre risa—. Me encanta.




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