Idealmente quizás

PASADO

Vuelvo a sentir la seguridad de Daniel. Es reconfortante estar a su lado de esta manera. De camino a casa compramos hamburguesas para cenar. Pensé que estaría incómoda por su confesión, sobre todo porque no sé cómo responder. Pero, en cambio, estoy tranquila. Disfruto de caminar, el frío de la noche es dulce, casi se siente como en un sueño. Y no sé por qué tengo la sensación de que pronto despertaré.

Entramos en el edificio. Los latidos comienzan a sentirse en todo mi cuerpo. La llave en su cerradura es ruidosa, la pregunta en mi cabeza me llena de nervios: «¿qué puede pasar esta noche?».

—Karen. —Enrique abre la puerta detrás de nosotros—. Por fin llegas, necesito hablar contigo, es urgente. —Su cara luce fatal.

—¿Qué pasó? —pregunto preocupada.

—Hola vecino. —Enrique saluda cordial a Daniel, pero este no le contesta. Su cara de obstinado lo dice todo—. Lo siento, no quería interrumpir pero esto es urgente.

—¿Otro día? —Me despido de Daniel—. Muchas gracias por hoy.

—Espera —dice, me entrega la hamburguesa—. Ahora sí, que descanses.

El apartamento está revuelto. Luce como si alguien perdió algo y alborotó todo buscándolo. Sigo a Enrique hasta su cuarto, es la primera vez que entro. Quedo sorprendida al ver mis cosas sobre su cama.

—Mi primo volvió, tuve que sacar todo en medio del apuro.

—¿Entonces, si existe? —Busco entre la ropa las prendas que no deben arrugarse.

—Si, no le gustó para nada que metiera a otra persona acá. —Respira agitado—. Por ahora quédate en mi cuarto, yo dormiré en el sofá.

—¿Seguro? —No quería irme de este modo, supongo que tocará buscar alquiler, justo cuando estaba disfrutando ser vecina de Daniel.

Paso gran parte de la noche organizando mi ropa. Lo que uso a diario lo guardo en el armario. Del resto, lleno la maleta con lo que puedo. Compré tantas cosas que necesitaré conseguir otra maleta. Hago esto con calma, mientras mis lágrimas no dejan de fluir. Me duele la cabeza, ya ni siquiera quiero pensar. Tonta, lenta y débil, así me puedo describir. Antes de irme a la cama, le terminé regalando mi cena a Enrique, no tengo ni apetito.

—Karen. —Escucho la voz de Enrique—. Voy a entrar. —Abre la puerta—. ¿Sigues dormida? Lo siento, esperé hasta el mediodía para no arruinarte la mañana.

No veo nada, estoy sepultada debajo de las sabanas. Quiero quedarme así todo el día.

—¿No vas a comer? —sigue hablando—. Tengo que salir, pero no puedo dejarte en casa… No confío en mi primo. —Suspira ante mi silencio—. Vamos, te compro lo que sea, ven conmigo. —Se sienta en el extremo de la cama y toca mi pierna—. ¿Pasó algo ayer?

—Me enteré que mis padres murieron… —mi voz sale sin fuerza.

—Lo siento, que mala manera de comenzar el año. —Me da dos palmadas antes de ponerse de pie—. Haré algo de comer, ¿si?

Regresa al rato, insiste en hacerme salir de la cama. Salgo a la cocina luego de cepillarme y lavarme el rostro. El plato reluce lleno de aceite, un huevo frito con un par de salchichas y rodajas de pan. Me sirve una taza de café.

—¿Por esto me levantas?

—Come, ¿si? —Mira nervioso hacia la puerta del otro cuarto—. Si mi primo te habla mal, no le respondas. A veces es mejor ignorarlo. —Justo al terminar esas palabras se abre la puerta. Sale un chico de cabello rubio. Entrecierro los ojos al encontrarlo familiar.

—¿Karen? —Se acerca a la cocina—. Estás idéntica.

—¿Pamel? —finjo una sonrisa—. ¿Cuantos años?

—¿Se conocen?

—¿Cómo olvidar a esta hermosa dama? —Estira su mano hacia mí, no entiendo qué pretende—. No me mires así, solo quería ser un caballero y regalarte un beso en la muñeca.

—¿Caballero? —Enrique parece ofendido.

—Ella y yo fuimos muy cercanos, y buenos amigos, ¿no es así? —Aunque sonríe, no puedo evitar el escalofrío, de algún modo luce amenazante.

—Si… algo así —respondo nerviosa.

Tocan la puerta, aprovecho la oportunidad para escabullirme de estos dos. De seguro es la señora Emilia, una mirada odiosa para completar la mañana e irme a dormir todo el día.

—Karen. —Saluda Daniel.

Verlo me hace sentir un gran dolor en el pecho. No tengo palabras, ni siquiera puedo responder a su saludo. No pude pensar en él, no he tenido la oportunidad de aclarar el panorama. Tengo esta incómoda sensación de sudar frío. Creo que voy a enfermarme.

—¿Quién es? —Se acerca Pamel, su presencia a mi espalda intensifica el malestar.

—El vecino —contesto y de inmediato miro al suelo.

—Mucho gusto, vecino, soy Pamel, ¿qué es lo que desea?

—¿Vecino? —pregunta.

—Daniel —digo, intento actuar normal—. Es un amigo.

—¿Y qué quiere este amigo? —La voz de Pamel se vuelve aterradora, a la vez, enciende un extraño odio dentro de mí.

—¿Quieres salir? —dice sin dejar de verme. Sabe que estoy abrumada, me conoce.

Detesto esta presión controladora por parte de Pamel. Pero niego con un gesto, no tengo cabeza para nada, quiero regresar a la cama.

—Lo siento —digo—. Tengo un día ocupado.

—Ya la escuchó, puede irse. —Pamel me hace a un lado.

—¿Y tú de dónde saliste?

—Es otro conocido de hace años, de cuando vivía en numeria —contesto.

—Si, antes de que desaparecieras sin decir nada —ríe.

—Ah sí —agrega Enrique desde el fondo—. Ella suele hacer eso.

Finjo una sonrisa, quisiera calmar a Daniel con este simple gesto, pero su cara de preocupación no se va a borrar. Eso creí, hasta que le cierran la puerta en la cara.

—Pamel. —Se interpone delante de la puerta, no me deja abrirla.

—Ya se terminó la conversación. —Toca mi cabello—. Ve a descansar, hay que ponernos al día.

—¿Entonces ya no estás molesto? Resultó que no metí una extraña en casa.

—Solo por esta vez, querido primo, es una gran excepción.

—Ven Karen. —Enrique me toma por los hombros—. Tienes que terminar de comer, que aún estás medio dormida —ríe.

Apenas puedo, regreso al cuarto. Me oculto debajo de las sabanas, mientras Enrique se alista para salir. Al terminar, pasa seguro a la puerta. Se lo pedí, para no tener interrupciones. No recuerdo mucho sobre Pamel, pero se mostró insistente por querer hablar. Si hubiera sabido que él era ese familiar, nunca habría aceptado vivir aquí. No quiero encontrarme a nadie de mi pasado, con quienes quería tener alguna oportunidad ya no están. Es injusto. Mis padres son los únicos a quienes quiero ver en este momento. Lloro de nuevo, aunque me cueste mantener el silencio. El llanto me sale del alma, desgarra mi pecho. No sabía que podía sentir tanto dolor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.