No entiendo nada. Regreso dentro de casa, a pasar la frustración que recorre mi cuerpo. Ganas de sacarla de ahí a la fuerza no me faltan, pero si ella quisiera escapar de esa situación, habría venido conmigo. «Pamel, Pamel… me suena». Otro más que la conoce antes que yo.
Camino de un lado a otro en la sala. No contesta mis mensajes, mucho menos las llamadas. ¿Ahora qué, Karen? Que ha pasado para que vuelvas a marcar distancia. Esta incertidumbre me desespera. Se desmorona todo lo que veníamos construyendo, y de seguro, por alguna de esas ideas sin justificación que siempre se hace, donde termina decidiendo por ambos, sin siquiera dar oportunidad de conversar. Dudas, miedos, suposiciones, inseguridad. «¡Qué, qué y qué!». Será difícil aguantar este día si no me responde.
Durante tres días he intentado cruzarme con ella, pero las pocas veces que la he visto, sigue de largo, apenas un corto saludo la he escuchado murmurar. Hemos cambiado los papeles. La prueba está en nuestras conversaciones, un par de mensajes cada día de mi parte, ella solo se limita a contestar con brevedad e ignorar las preguntas directas que le hago. «Todo está bien», es lo único que le interesa remarcar. Estoy desesperado, molesto y angustiado. «De nada sirve escribirte» envío. «Lo siento, tampoco me gusta ignorarte a propósito» responde. «Entonces, ¿por qué?». Escribe, pero no envía nada. «Por favor Karen, ¿que pasó?». Quisiera decirle que tengo el corazón en la mano, que en este momento es fácil estrujarlo. Me ilusioné, llegué con la intención de buscarla. Y esa noche fue suficiente para recordar cada día y cada momento que disfruté de tenerla conmigo. Pero no puedo presionar, tampoco exigir. Paso los minutos en vela, hace rato que ya ni intenta redactar una explicación, prefirió no agregar nada.
«Me propuse no ser egoísta, sufrí al decidir por mí. El año pasado lo hice muchas veces, hasta jugué con tus sentimientos al ocultarte mi intención de irme. No quiero que sigas perdiendo el tiempo conmigo. Te quiero, y mucho, por eso decidí apartarme, cada quien debe continuar con su vida. Esta vez intenté explicar de muchas formas, el porqué actuaba como actuaba, ya sabes, el rechazo y el ignorarte en los pasillos, pero ninguna fué una buena excusa. Lo siento, pero no tenemos el mismo camino. Me niego a la idea de una familia, creo que todos los que me conocen saben del gran fracaso que sería como madre, y no puedo corresponderte porque, otra vez, “esto no tiene futuro”. Aunque es diferente, ya no es por tonterías mías, de verdad, créeme. Y tampoco quiero decidir por ti. He pasado días pensando en esto, días complicados llenos de estrés, amargura y tristeza. Me gustaría contarte más, pero no quiero escribir, tampoco abusar de nuestra frágil amistad. Quisiera escaparme un rato contigo, pero me siento culpable. Entiéndeme, no quiero más sacrificios de tu parte, y sé que debería decirte esto en persona, pero no podré hacerlo, lo siento» leo este mensaje al despertar. Tanto que decir y a la vez nada. No pensé que estaría tan renuente a tener hijos. Tampoco quería exigirle eso apenas nos juntáramos. Esto se complicó de una manera innecesaria.
No he podido trabajar con regularidad. No tengo cabeza para pensar. Sigo debatiendo qué tiene más peso ante la soledad. Karen tiene un punto. ¿Qué se hace en medio de un no y un sí? Es una postura radical, extremista. Terminar antes de comenzar por una variante. ¿Cómo se puede decretar de antemano un fracaso por…? Todo son preguntas y respuestas a medias. Sí, estamos cada uno en un extremo. Y sorprendentemente es bastante madura en su decisión, ¿dónde está el sentido en continuar nuestra relación? Sentimientos, deseos, aprecio. Lo único que podría romper la monotonía en mi vida era esa idea, o sueño, que ahora se vuelve borrosa.
—Daniel. —Una mano en movimiento me distrae—. La reunión ya terminó.
—Lo siento Uni, ando agobiado.
—Tranquilo, lo estás haciendo bien —sonríe—. Tienes tiempo para aprender.
—Si…
—Por cierto, ¿podrías ir a casa de Majo hoy? Debía ir a ayudarla con los preparativos para su fiesta pero no pude. —Suspira—. Serás mi héroe si le llevas esta caja.
—Lo haré.
Pensé durante toda la semana sobre esta fecha. Majo cumple en pocos días, el tres de febrero. Pero más importante que eso, es que el cumpleaños de Karen es hoy, treinta de enero. Repasé una y otra vez en mis noches de insomnio qué podría comprarle. La palabra sacrificio resuena en mi cabeza, me hizo recordar que no le gustaba que le comprara regalos. Por que di mucho, no tenía permitido dar más. Otra vez vivo sumergido en la ansiedad, atormentado por los recuerdos. Lo irónico de esto, es que le da la razón. ¿Por qué insistir en algo roto? Los malos momentos inundan nuestras memorias, sobrepasan a los buenos.
Quisiera descansar un poco antes de entregarme de brazos abiertos a la tortura de visitar a Majo. Quise reclamarle lo anterior, pero usa su embarazo a conveniencia, nadie puede llamarle la atención. Subo las escaleras del estacionamiento. Me encuentro de frente con Karen. Lleva un vestido blanco, largo y pegado al cuerpo. Me inunda la rabia y la tristeza de verla arreglarse para salir con otro. «Nunca dejas de brillar» pienso lo que me gustaría decirle, pero solo dejo salir un suspiro.
—Vecino —sonríe, luego me rodea para bajar por las escaleras.
—Karen. —Se detiene, incluso desde arriba y con poca luz, luce resplandeciente—. Feliz cumpleaños.
—Gracias —vuelve a sonreír, y sigue bajando.
No me muevo hasta que dejo de escuchar los tacones. Basta verla un momento para alborotar mis emociones, pensamientos, y hasta el poco juicio que me queda. Ya no podré descansar.
La casa de Majo está alborotada. No entiendo el estrés de esta mujer por preparar una semana antes la decoración. Supongo que le sirve de entretenimiento.
—Deja la caja por acá. —Señala—. Tan bella Uni.
—Que desastre.
—¿Tú crees? —comenta con temor, no me acostumbro a sus cambios bruscos de humor—. Digo, debería verse el resultado final, incluso sin despejar lo demás.