Han pasado dos días desde aquel golpe. Ya se ve menos, solo quedan manchas pequeñas. Las cremas que compré me han ayudado, dejando mi piel suave y con brillo. Solo salí a la farmacia, creo que necesitaba este tiempo a solas y aislada. Además, siempre me ha gustado estar en hoteles. Son unas mini vacaciones. Un retiro obligado, donde me ha ayudado a darme cuenta de lo agobiada que estaba. No tenía un buen descanso, siento que estas noches recuperé mucho más de lo que había dormido en este último mes. Recordar el asunto sobre mis padres todavía es doloroso, pero ya no me ahogo en llanto y dolor como en la semana pasada. Supongo que es cuestión de perdón a mí misma, ya que no hay nadie a quien pedírselo. Y Daniel, esa es mi única preocupación. No sé nada de él, una que otra vez pensé en aprenderme su número, y nunca lo hice. De seguro pensará que estoy ignorando sus mensajes, si es que me volvió a escribir. Con ese último texto que le envíe, se puede entender mi postura de querer terminar todo. Tonta es lo que soy. Me arrepiento, nuevamente, quiero pedirle perdón. ¿De verdad pude pensar que podría seguir mi vida como si nada? Recordé lo mucho que sufrí la ausencia de mi gran y único amigo. Me daría una cachetada a mí misma por rechazar a mi ex. Si, en cierto contexto puede ser fatal y pésima idea, pero en esta no. No terminamos mal, ni por una infidelidad, si no por una tontería mía. Y otra vez me alejo por tontería porque no quiero una familia, y eso me llevó a la pregunta: ¿qué quiero? Es agotador vivir en automático repitiendo cada día la rutina. Así, la vida de llegar a casa y recibir a más de una persona que espera por ti, no suena mal. Acabo de cumplir veintisiete años, la edad suficiente para empezar a pensar en algo más, que solo esperar a fin de mes y gastar dinero en ropa y en el mercado. Y en ese transcurso, ¿conseguiré a alguien que reemplace a Daniel? No creo, por lo menos estoy convencida que no existe tal persona. Daniel es único, me conoce y la paciencia que me tiene es descomunal. Hasta ha preferido olvidar y perdonarme solo porque no puede dejar de quererme. Y me lo dijo, pero yo no quise creerle. «Lamentablemente, te amo» susurro, al recordar sus palabras. Aún no estoy convencida de querer ser la madre de sus hijos, pero quiero estar a su lado. Quiero hundirme en su abrazo.
Al día siguiente salgo a la calle. Con maquillaje pude cubrir las marcas que quedan. Ya no me da pena mostrar el rostro. Paso por una residencia de estudiantes. Al comenzar el año encontré este lugar, quería mudarme pero después de la noticia de mis padres no lo hice. Si, una residencia no es lo más indicado, pero es económico y tiene un contrato por cuatro meses. Tiempo suficiente para procesar mis tonterías. Un edificio con diez habitaciones, el baño y la cocina son compartidos. Ahora debo buscar trabajo, todavía falta hacer algunos pendientes en la empresa, pero ya esta semana se acaba todo. Me he perdido los lloros al no asistir estos tres días. Quería verle la cara de sorpresa a las arpías de administración.
De regreso al hotel paso por una tienda de electrónica. Compraré un teléfono barato, al menos para no andar incomunicada. Luego tengo que ir a la oficina de la telefónica. Ya es tarde por hoy, iré mañana antes de ir a la empresa.
Poco a poco voy retomando el ánimo con el que comencé el año. Tomo asiento en mi escritorio, y pongo la línea al nuevo móvil. Mientras espero que entren los mensajes, reviso las carpetas amontonadas en mi escritorio. No parece que haya trabajo pendiente, ni nada relevante. El ambiente del lugar está tenso, el silencio se apodera en gran manera, eso hace que cualquier saludo se escuche en toda el área. Nadie quiere ser despedido, y ya los nuevos dueños pasean por el sitio. Las caras de todos han cambiado, actúan con afán y descaro para adular a los dueños. A mí no me interesa, ya me entregué a la idea de un nuevo trabajo y aproveché esta mañana de dejar algunas hojas de vida en tiendas, donde no me parecería mal trabajar. Como en la mercería de la esquina, capaz les haga falta un cambio de administración.
Esta es la mudanza menos complicada que he tenido. Claro, si solo traje una maleta y un bolso. Quedé con Enrique para que me trajera el resto. Ahora si, estando sola y en mi nueva habitación, reviso con calma mi teléfono. No hice un respaldo, por lo que no tengo nada agregado ni guardado. Y si Daniel no me ha escrito, no tengo su número. Tengo miedo de ir a visitarlo y encontrarme con el idiota de Pamel. Han pasado cuatro días desde entonces, no puedo postergar más, necesito hablar con Daniel.
El taxi me deja en la entrada. Regresar me hace sentir náuseas. Camino despacio, no sé porque tengo la sensación de que debo ser silenciosa. Llamo a la puerta, espero unos segundos antes de volver a tocar.
—Daniel —grito. Y suspiro delante de su puerta al saber que no está en casa.
—¿Para que buscas al vecino? —dice Pamel, desde la entrada. Verlo me revuelve el estómago, trae de nuevo esas náuseas de hace un momento—. ¿Te has quedado sin habla? —Se acerca.
—No es de tu incumbencia. —Camino hacia la entrada, intento no pasar cerca pero de un paso me agarra la muñeca.
—Karen, cariño… —Hace un sonido con la boca, es inquietante.
—¡Suéltame! —grito y jalo en dirección a la salida, quizás si corro pueda zafarme.
—¿Aún no entiendes?...
—¿Y tú estás sordo? Te acaba de gritar que la sueltes. —Daniel sube las escaleras.
—Vecino, puedes seguir tu camino…
Daniel se coloca delante de él, interponiéndose ante mí. Pamel me suelta, mi instinto me dice que corra sin mirar atrás, pero la espalda de Daniel se siente más segura que correr hasta la entrada.
—¿Qué pretendes? No te importó hacerle daño, ¿quieres seguir?
—¿De qué hablas? Ella es solo una aprovechada que juega con todos, alguien tiene… —Siento mis cabellos ponerse de punta al ver a Pamel en el suelo. Se tapa la cara mientras se queja del dolor.