Nota: Hola, este capítulo por error no fue publicado, y va antes de "NERVIOS".
Llegamos a la entrada del hotel, donde será el evento. El edificio es alto, digno de un hotel cinco estrellas. Me abre la puerta un joven, me saluda con amabilidad y me tiende la mano para ayudarme a bajar. La gente nos mira y murmura, como si fuéramos un par de celebridades. Pamel me ofrece su brazo. En realidad, me siento diferente. Fue una sorpresa que llegara con este vestido y una chica para que me maquille y peine. No puedo evitar verme en los reflejos, no me reconozco.
El salón es inmenso, el techo es alto, lleno de candelabros que iluminan por completo el lugar. Es increíble la cantidad de gente que hay en este lugar. Entre la multitud, puedo ver la mesa de banquete, decorada con esculturas de fruta. Quiero acercarme a ver.
—A dónde vas. —Pamel sujeta mi muñeca con fuerza.
—Solo quiero echar un vistazo. —Me jala hacia él.
—¿No entiendes cómo es ser una dama? —susurra—. No te puedes separar de mí ni un segundo. —Aprieta mi mano con más fuerza.
—Me duele —intento que pare, pero solo consigo que jale de nuevo mi brazo.
—Quiero que esta noche te duela el rostro de tanto sonreír, ¿me entiendes? No tienes permitido decir ni una palabra si nadie te la pide. —Esconde mi brazo abrazandolo con el tuyo—. Mantente firme, caminaré despacio para que puedas lucirte. —Sonríe—. Vamos, comparte la hermosa sonrisa que tienes, digna de admirar.
Mis labios se alargan escondiendo la rabia que me hace sentir. Me muestra una sonrisa abierta, señala sus dientes. Hago lo que pide, sonrío como si me hubiera contado un gran chiste, mientras esté cautiva tengo que obedecer.
—Así me gusta.
Paseamos por todo el salón, saludando a muchas personas. Me agobio al intentar memorizar tantos rostros y nombres, no puedo con tanto. Sigo sonriendo, finjo ser una muñeca. Hueca y tonta por dentro. Arrepentimiento por venir es lo que me sobra. Mientras que él, no suelta mi brazo.
Me duelen los pies, el rostro por no parar de sonreír, y mi mano cautiva, que más de un calambre he tenido. Puedo ver como se infla el pecho cuando le elogian la mujer que tiene a su lado. Me presenta como su dama, cada que lo escucho me hace reforzar la idea de largarme de la casa apenas llegue. “Mi karen”, me solía decir, sin mi permiso se tomaba esa confianza. Si hubiera recordado todo lo que hoy recuerdo, no habría venido.
—Pamel, un placer saludarte.
—Encantado señor Benjamín.
—¿Y esta hermosa joven? No se como le haces para siempre estar bien acompañado —ríe.
—Así es, es una joya reluciente —responde con una gran sonrisa.
—Mi nombre es Karen —interrumpo—. Soy una amiga haciéndole un favor —imito sus risas, ahora que ambos guardan silencio—. Y estoy cansada de esta estúpida noche. —Al fin logré soltar mi brazo, aprovechando que estaba distraído—. Si me disculpan, una dama siempre tiene que ir al baño a retocarse.
Camino entre la gente con prisa. No reconozco cuál es la salida. Tengo el corazón en la boca, el miedo comienza a consumirme. Me acerco a un mesero.
—Señor, me puede… —Tomo aliento—. ¿Cuál es la salida? —Señala la puerta al otro extremo—. Gracias.
La gente intenta retenerme, me saludan y me invitan a conversar. A todos los rechazo con moderación, mi objetivo es salir de este lugar, pero lo hacen difícil al interrumpirme cada cinco pasos. Antes de llegar a la salida, veo a Pamel esperándome. Regreso otra vez dentro la multitud, miro alrededor en busca de una solución. No sé qué hacer.
—Karen. —Vuelve a sujetar mi mano.
—No me toques o armaré una escena. —No quiero hacerlo, pero el miedo me hace sudar frío. Así no puedo evitar el pánico que tengo contenido en mi pecho.
—Vámonos a casa, ¿si? Hablemos con calma.
—No. —Me suelto—. Yo no iré a ningún lado contigo.
—Señorita —dice un hombre de traje, me toma por el codo, coloca su otra mano en mi espalda, y antes de poder decir algo llega otro hombre que copia su postura—. La acompañaremos a la salida, por favor, cálmese.
—¿Qué?
—Lo siento Karen, no sabía que estabas medicándote, no debí dejar que tomaras tantas copas —dice Pamel.
Me escoltan hasta el coche. Entro y cierran la puerta con seguro. No entiendo lo que hablan afuera, pero puedo notar las caras de lástima, como si trataran con una loca. Cierro los ojos, el escalofrío sigue presente en mi cuerpo. Me arrepiento de no aguantar hasta volver a casa, hubiera sido fácil escaparme. Pero no lo pensé, porque nunca pienso nada antes de actuar; «estúpida impulsiva» golpeo la guantera.
Pamel se sube sin decir nada. Conduce en silencio, fingir demencia se le da muy bien. Ojalá que no diga nada, y me deje volver tranquila a casa. No quiero revisarme la muñeca delante de él, no debo hacer nada que le recuerde lo sucedido. Pero el dolor que siento me deja una preocupación, que solo podré quitar cuando llegue a casa. Recuerdo que dejé mi teléfono en el coche, porque no traje bolso. Con disimulo tiro la mirada hacia la palanca, no hay nada, Pamel tomó y no sé en qué momento. Por tonta, no lo pensé al estar sola en el auto.
Llegamos al estacionamiento, apaga el motor. Pero no saca los seguros, me mantengo en silencio. Los minutos pasan, ninguno de los dos se mueve o dice algo, es sumamente frustrante.
—¿Puedes abrir? —digo sin mirarlo.
—Quiero escuchar una disculpa de tu parte.
—¿Una disculpa? —Contengo el odio. Levanto la manga, mi muñeca está rosada—. ¿Tengo que pedir perdón por esto? —Le muestro el hematoma.
—Karen, te regalé joyas y un vestido, mínimo tienes que comportarte.
—Oh, perdóname por ser grosera, es que de verdad, me comporté como una salvaje toda la noche —grito sarcástica—. Que animal soy, quien se imaginaría que necesitaba una reprimenda como… —Me hace callar de un golpe al rostro, con mi mano temblorosa me toco la cara.
—Parece que hay que enseñarte por las malas.