Subimos al ascensor. Karen luce nerviosa y reservada. Quizás fue mucho el presionarla a venir, pero necesito hablar con ella, luego, cuando la lleve de regreso. Además, creo que le puede hacer bien socializar. Después de una experiencia así, lo mejor es despejar la mente. Aunque tenga que aguantarme las ganas de reclamarle, nunca entenderé el porqué vivir en silencio momentos traumáticos, y tampoco entenderé a los imbéciles como ese tipo. Aunque sea un caso perdido, debí enseñarle con otro par de golpes en la cara, para que se organice.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —Se abre el ascensor.
—¿Quieres que esté alterado? —sonrío—. ¿Por qué?
—No lo sé. —Suspira—. Quiero copiarte.
—Será una buena noche, ya verás.
—¿Por qué estás seguro?
—¿Alguien tiene que estarlo? —sonrío de nuevo.
—Pero… —ríe.
Con esto puedo decir, que el objetivo ha sido logrado.
Toma aire antes de entrar. Mario nos recibe en la entrada, saluda con una sonrisa forzada, se nota que no quería hacer esta reunión. Lo entiendo, en estos momentos de seguro querrá estar en calma con su hijo y esposa, pero ella no va a dejar pasar la fecha. Dejo las bebidas en la cocina, alcanzo a Karen con rapidez, no debería dejarla sola.
—Karen, qué sorpresa —saluda Majo.
—Feliz cumpleaños, y también… Felicidades por ser madre. —Se cruza de brazos, le han vuelto los nervios.
—Gracias, que raro verte acá. —La mira de arriba abajo, para luego hacer lo mismo conmigo.
—Yo tampoco quería venir, puedes darle las gracias a este señor de acá —me señala—. Cualquier queja, por favor que sea con él. —Se despide con la mano.
—Sabe defenderse —comento, Majo bufa estresada, como siempre.
—Ve, ya has ayudado mucho por hoy, quédate junto a tu invitada.
—Que considerada.
Me siento junto a Karen y Jon en la mesa. Todavía no han llegado los demás, por ahí creo que anda Uni, su esposo y algunas otras personas. El apartamento es grande, de engañosa apariencia. Se ve acogedor, en especial por la decoración de globos y telas que han armado.
—Daniel, ¿cómo has estado?
—Bien, ya sabes. —Me entrega una cerveza—. De aquí para allá, lo que su majestad ordene.
—¿Su majestad? —pregunta Karen.
—Si, Majo. —Jon completa—. Moviliza más a la gente que la misma empresa, ya está practicando para cuando Ferit —hace un gesto, se corta el cuello con el dedo.
—Que horror, no creí que fuera así de mandona con todos.
—Imagínate ser Mario —ríe.
—Tampoco exageremos —Karen añade con una sonrisa—. Ambos decidieron felizmente estar juntos.
—Exacto —vuelve a reír—. Por cierto Karen, te tomaré la palabra de viajar a… ¿Dónde es que fuiste?
Me dedico a comer bocadillos mientras hablan. Parece que Jon no ha perdido el tiempo, siempre tiene algo de qué hablar. Los invitados siguen llegando. No tardan en subirle a la música, ponen algo más movido. Observo a los padres de Mario colocarse en medio de la sala, comienzan a bailar con alegría. Se ven mayores que mis padres, pero estoy seguro que los míos sentirían envidia al ver este par. Se hablan al oído y ríen, mientras se mueven de un lado a otro.
—Karen. —Monic se acerca a nuestra mesa—. No esperaba encontrarte acá. —Detrás de ella se unen Alfredo y Amanda.
—Si no les importa, venimos a invadir.
—Buenas noches. —Toman asientos.
Miro a Karen y ella me responde con un gesto incómodo. Espero que no se moleste conmigo por traerla.
—¿Si saben que tuve que atrasar la fecha de la boda? —Como siempre, Monic se encarga de ser el centro de atención—. Bueno, en realidad Majo me lo pidió.
—Nunca pensé que tú y Majo podrían convivir sin pelear —agrega Jon, con humor.
—Ya ves. —Bebe—. Mientras se sepa quien es la que pone el orden, que soy yo, por supuesto.
—Eso es pidiendo y haciendo —dice Alfredo, supongo que orgulloso.
—Entonces eres el candidato a esposo perfecto. —Reímos con las palabras de Jon—. Qué mujer no quiere que su esposo le obedezca y en el momento.
—No es broma, intento serlo.
—Y lo eres, mi monito. —Le acaricia el brazo.
—No por favor, no empiecen, que ya me aguanté todo el viaje empalagado con ustedes.
Monic procede a contarnos los detalles y preparativos de su boda. De solo escucharla me da dolor, un buen golpe para la billetera. No quiere nada sencillo, ni se va a conformar con un gran banquete y ceremonia, no. Quiere fiesta, un menú complejo, muchas bebidas y hasta una fuente con escultura de hielo incluida.
Karen se muestra relajada, ríe con las ocurrencias de Jon y Alfredo en sus discusiones sin sentido. Pero su cara cambia y mira con atención como Amanda se me acerca a preguntarme:
—¿Quieres bailar?
—No, creo que…
—Anda, te ves aburrido. —Karen interrumpe mis palabras.
—Vamos. —Amanda jala mi brazo y cedo.
No entiendo esa mirada. Es tan confuso saber cuando está celosa, pues nunca la he visto como tal. Aunque me gustaría que lo estuviera, porque me preocupa que aún quiera unirme con Amanda, o que todavía tenga la idea de que estoy con ella.
—¿Volviste con Karen?
—Eso quisiera.
—Entiendo. —Su expresión se vuelve triste—. Yo no creo que Karen quiera estar contigo.
—¿Qué?
—Sí es que… —Deja de moverse—. Que tal si otra persona podría ser…
—Hora de cambiar —dice Jon, quien de repente aparece junto a Karen. Toma la mano de Amanda y se la lleva consigo.
—Creo que le falta un tornillo —comenta Karen, levanta los hombros—. Entonces… ¿bailamos?
—¿Sabes?
—Aprendí, con la ilusión de volver a bailar contigo.
—¿Por qué no me lo pediste?
—Amanda parecía la mejor pareja. —El comentario hace que se me pasen las ganas de bailar.
—Estoy cansado, te dije que esto sería un rato y se ha extendido demasiado.
—Si, tienes razón.
—¿Nos vamos?
—Sí, pero sin despedirnos, me da pereza.
Me sentí fatal cuando Amanda se le acercó. Pero, ¿qué puedo hacer?, si ella le sienta perfecto, hasta bailando se ven bien juntos. Si no fuera por Jon, creo que me hubiese ido sin decirle nada. El problema ahora es que las palabras han desaparecido. Ansiosa, estresada y odiándome por sentirme poca cosa.