Ríe, de manera contagiosa, aunque me encuentre nerviosa me contengo.
—¿Quieres comprar algo para comer? —Vuelve a poner el coche en marcha.
—No, creo que comí suficiente. De a poco me llené.
Verlo es hipnotizante, con la música de fondo, su mano al volante, me hace querer imaginar cómo se vería sin nada puesto. Suspiro y me concentro en las calles que vamos dejando atrás. Solo por temor a quedarme paralizada me pongo a pensar en lo que sea que me lleve al deseo, pero termino haciendo lo contrario. Ponerme más nerviosa no va a ayudarme. «Lo natural es mejor», resalta un pensamiento en mi cabeza. Eso, o dejarme ganar por el cansancio y quedarme dormida en menos de dos horas. De todas formas, él no se imagina lo que pienso, y tampoco lo espera.
—No sabes cuantas veces recordaba salir contigo —agrego, me ataca la nostalgia.
—Pero no extrañas mi antiguo coche.
—No, tampoco entiendo porque lo odio, solo pasó así.
—Porque eres insufrible, y algo tenía que pagar tu obstinación.
—Que chistoso. —Recuerdo tantas cosas, comienza a picarme la curiosidad—. ¿Por qué vendiste todo?
—Se podría decir que fue un arranque por cambiar.
—¿Cambiar, qué?
—No lo sé, ¿comenzar de nuevo? ¿Ser real? —Me devuelve la mirada.
—Yo y mis tontas teorías…
—Nunca las entendí.
—Fuera de mi cabeza pierde el sentido.
—¿En serio? —ríe—. Tu cabeza debe ser un raro y curioso mundo.
—Todo se podría resumir en una palabra. —Suspiro, es hora de admitirlo.
—¿Cuál sería?
—Miedo. —Me cruzo de brazos—. ¿No es obvio? Siempre huyo de la responsabilidad, cuando toca dar la cara.
—¿Y ahora?
—Supongo que soy consciente de lo que conlleva tener que velar por otra persona. —Suelto mis brazos, miro el techo del coche con pesar—. Tú no eras tan importante, lo siento, me arrepiento de hacerte a un lado.
—Descuida, quedamos en que será una cuenta nueva. —Le sonrío agradecida—. Yo no voy a recordar nada, ni mucho menos a reclamarte.
—Lo sé, el problema soy yo. —Suspiro—. Roguemos porque aprenda a pensar antes de actuar.
—No huir es un progreso. —Lo dice de una forma que me hace admirarlo en silencio.
Es tan difícil de creer. Por fin tengo a mi lado al hombre por el cual lloré muchas noches. De quien pensé que no lograría obtener su perdón. Hasta puedo escuchar la voz de Reina que grita en mi cabeza: «¿Que esperas? ¡Cómetelo!». Cubro mi sonrisa con la mano. Llegamos y mi corazón se emociona de nuevo, haciéndome sentir los latidos en todo mi cuerpo. Él se baja primero.
Subo las escaleras sin dejar de mirar su espalda. Esto sería como la continuación de aquella noche interrumpida. No debería existir ninguna excusa esta vez.
Abre la puerta, entro y la cierro a mi espalda. Detengo los pasos de Daniel al sujetar su mano. Me mira curioso, sin saber lo que quiero. Coloco su mano en mi cintura, tomo entre mis palmas su rostro para besarlo. Siento de nuevo estas chispas. Un ardor creciente, inexplicable. Motivada por la sensación lo empujo hacia el sofá, haciéndolo caer. Me quito la camisa, el frío me deja al descubierto. Me mira sin decir nada, expectante de lo que haré. No ha sido buena idea alejarlo, porque me he quedado paralizada. Su mirada se ha vuelto a oscurecer. Cubro mi pecho con las manos, me vuelvo un nudo y no sé cómo continuar.
—Ven, acércate —dice.
Lo veo, indecisa; él se quita la camisa. Estira su mano para invitarme, con lentitud me acerco. Se levanta del sofá y me envuelve entre sus brazos, cubre mis ojos con la tela.
—¿Qué haces? —pregunto invadida por los nervios.
—Confía en mí —susurra antes de morder el borde de mi oreja.
Toma mis manos entre las suyas, camina despacio, haciéndome dar torpes pasos. Puedo sentir los latidos acelerados en mi pecho al mover cada pie. Desliza su pulgar por mi barbilla. Besa, de manera fugaz, mis labios. Sus manos se pasean al bajar con simetría por mis hombros. Se siente bien lo cálidas que son. Dan círculos en mi espalda, se aferran al borde de mi cuerpo, mientras los pulgares definen mis curvas. Hunde sus dedos en mi cadera y me jala de manera brusca hasta estrellar mi abdomen contra su rostro. Besa con suavidad mi piel. Siento un cosquilleo. Me complace disfrutar de este cambio, drástico, de movimientos. Sus dientes prueban un poco de mi sudor y, sin querer, dejo escapar un jadeo. Tapo mi boca de la vergüenza, pero escuchar una breve risa de su parte me hace desistir. Encuentro sus hombros, entierro mis uñas en su piel cada vez que sus dientes lo hacen en la mía. Baja el cierre de mi falda, cae al piso. Mete su dedos dentro de mis medias, las baja, dibujando mi figura. Y suben, marcando el contorno interior de mis piernas. Se me escapa otro gemido. Tengo tantas alertas encendidas, y no entiendo lo que significan. Los vellos de mi piel se erizan con el juego de sus manos. Y con otro movimiento brusco termino tendida en la cama. La adrenalina de no saber dónde caería me hace perder el aliento. Busca mi boca con sus labios. Su cuerpo sobre el mío se siente acogedor.
—¿Quieres seguir? —susurra.
—Sí…
El cosquilleo y calor que siento en la punta de mis dedos no se va, se extiende hasta la planta de mis pies. Me encuentro envuelta entre mis gemidos. Y cautiva por sus movimientos. Me hace querer desear más, y nace esta desesperación por sentirlo.
Despierto con la boca reseca. Tanteo con mi mano el otro lado de la cama, y me levanto al encontrarla vacía. La luz entra a través de la puerta semi abierta. Creo que me quedé dormida al terminar. Recordar lo que pasó me hace sentir un vuelco en el pecho. Sonrío porque por fin logramos avanzar y superar ese punto incierto en el que me encontraba. Pensé que sería diferente, que quizás no me gustaría tanto, pero ahora resulta que pensar en ello me hace sentir cosas, que me dejan con ganas de más. Me levanto y apenas doy dos pasos me siento incómoda. Estoy hecha un desastre, primero será mejor darme una ducha.