Idealmente quizás

MADRE

Escucho el teléfono vibrar sobre la mesilla. Me hace despertar, lo busco con la mano, a ciegas, y me doy cuenta que no es el mio. ¿Son las nueve de la mañana y el teléfono de Daniel sigue acá? Parece que se le olvidó. Me incorporo y estiro mis brazos, acompañado de un largo bostezo. Ahora sí, miro la pantalla y veo el nombre de Amanda, dejó una llamada perdida. Reviso más de cerca y leo su mensaje: «¿Estás ocupado? ¿Podemos hablar?».

Salgo a la cocina en busca de café, dejo los dos teléfonos en el mesón. Una parte de mí dice que no me entrometa y otra me lleva a hacer todo lo contrario. «Daniel no está, pero yo sí, ¿qué pasa?» contesto, y apago la pantalla. Hasta la manera de escribir es similar, cualquiera pensaría que Daniel intenta hacerse pasar por mí. «Karen, ¿tienes tiempo? Necesito hablar con alguien». La sonrisa se me borra, ahora me pesa responder de manera seca. «Por supuesto, ¿dónde quieres vernos?». Estiro el cuello hacia atrás, no quería salir. Al menos no temprano. «¿Puede ser en un sitio privado?». En resumen dice: “quiero llorar”. «Te espero en casa de Daniel», vuelvo a apagar la pantalla. ¿Debería borrar los mensajes? No quiero que piense que soy controladora por revisarle el teléfono. Pero es un hecho que lo hice, así que, toca dejar las pruebas.

La dejo pasar apenas escucho la puerta.

—Hola —dice con vergüenza, camina con prisa hasta el sofá.

Respiro profundo, tomo un vaso de agua antes de acompañarla. Luce nerviosa, y en su expresión se nota la frustración que siente.

—Lo sé —digo—, es difícil hablar de esto.

—Lo siento Karen, ese día le dije cosas a Daniel… —suspira con pesar.

—No importa, aunque sí tengo una pregunta. —Mejor sacarme esta espina—. ¿Si te gusta Daniel, por qué terminaste en la cama con Jon?

—No estoy enamorada de tu novio, nunca fue así. —Sonrío para ocultar mi molestia, ¿acaso me toma por tonta?

—Explícame Amanda, ¿cómo funciona el mundo?

—Sabes que mi relación pasada fue…

Sí, lo recuerdo. Un chico que la manipuló a su antojo. Eran tiempos de universidad, ella le hacía las tareas, investigaciones, todo. Verla era estresante, siempre con la ilusión de que él por fin le prestara atención. Hasta que al final lo hizo, pero la magia no duró, una vez terminadas las clases ya no había nada que los mantuviera unidos. Y ella vivió esa etapa lamentable y desesperante de buscar y escarbar motivos para estar al lado de alguien que obviamente no te quiere, ni le interesas.

—No tenemos que hablar sobre ese tonto ¿no?, ¿hace cuánto terminaste con él? ¿No ha pasado más de medio año?

—Si, más de diez meses. —Exhala—. El punto es que me desesperé por querer tener pareja, y por eso buscaba a Daniel, porque tiene todas las cualidades que puedo desear en un hombre. —Miro el techo con cansancio, ¿dónde escuché esta charla antes?—. Y por lo mismo terminé enredada en este asunto con Jon. —Llora, de repente le salen lágrimas de la nada—. Soy un desastre, ¿acaso no lo seré también como madre? Si ni siquiera puedo respetarme a mí misma, tratándome como una basura.

—Si… —susurro. Me recuerda tanto a mí, ¿qué podemos hacer para callar el miedo que nos carcome?—. Ahora entiendo porque querías hablar con él. —Tendría el comentario ideal para esta situación, ¿no es así?

—Sí, pero… no debo buscar ayuda en él de esta forma, por favor, perdóname.

Verla con los ojos enrojecidos, tratando de ocultar entre sus manos la cara de vergüenza. El cabello se le viene al frente por intentar agachar la cabeza, haciendo más desastrosa la escena. Ahora entiendo la postura de Daniel; a veces hay que hacerse a un lado uno mismo para dar una mano amiga a otro.

—No digas tonterías —intento reír—. Somos amigas, acá estoy y él también lo estará para ayudarte. —Deslizo mi mano por su hombro, es raro pero siento que debo tocarla—. No estás sola. —Gime, se abraza.

—Gracias —dice como puede, entre el llanto apenas se le entiende.

Me arrimo para abrazarla. Y miro el techo mientras la escucho volverse un mar de llanto. Con que así se siente, un peso en la espalda, como si me estuviera dando un bolso lleno de piedras.

—Lo siento —dice al calmarse, se estruja la cara—. Es que nunca me había sentido tan sola y desdichada. Mis padres me han pedido que aborte, que no quieren saber nada del tema. Pero yo no puedo hacer eso, no soy capaz —se toca el vientre—, este pequeño no tiene la culpa de las tontas decisiones de su madre.

—¿Tontas decisiones? —sonrío incrédula, sin dejar de pensar que así de frustrante me veo cuando me quejo.

—Yo no quiero arruinarle la vida a nadie, no quiero exigirle a Jon, porque yo fui quien le insistió para quedar esa noche, yo y mi desesperación por sentirme sola.

—Jon no parecía obligado cuando nos contó.

—¿Si? ¿qué te dijo? —En su mirada puedo ver el dolor, la incertidumbre corroe cuando se piensa demasiado.

—Además —sonrío—, hasta estaba organizando salidas grupales de parejas.

—¿De verdad? —En su sonrisa veo el alivio—. Es que todo está pasando rápido, y brusco... es horrible.

—Nadie está preparado para esto, pero tienes a Majo, ¿por qué no te acercas más a ella? Podrías aprender a cuidar un niño con ella.

—¿Crees que me deje? No suelta a su bebe, ni lo deja; no fue a la boda por eso.

—Quién lo diría. —Tomo un poco de agua—. Sí, acércate a ella, también te conviene para mantener tu trabajo.

—Cierto —se lleva las mano a la cabeza—. ¿Podré con todo?

No sé porque me hace gracia, pero no puedo parar de reir.

—Tienes razón —ríe también—. Me ahogo en un vaso de agua.

—No te preocupes —recupero—. Estaré contigo en esto, así como sé que los demás estarán encantados de ayudar.

—Gracias Karen, sabes, ni te reconozco.

—Ni yo —vuelvo a reír.

—Me alegra verte tranquila. —Sonríe—. Y Daniel ni se diga, que feliz lo he visto últimamente.

—Sí, anda de gracioso…

—Serán una hermosa familia cuando decidan tenerlos —entrelaza sus dedos. Se nota como regresa su inseguridad.




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