Creí que podría arreglar la casa yo solo, pero es demasiado trabajo, y me tomará demasiado tiempo. Toca ajustar las cuentas y agregar dinero al presupuesto original, para poder contratar personal. Estoy cansado de dormir solo, y de tener que esperar con ansias el fin de semana para estar con ella todo el día. Hemos conseguido adaptar nuestras rutinas. Compartimos el menú, una semana cocino yo y la otra lo hace ella. Pero todo será diferente cuando tengamos lista nuestra casa.
Cada día sale con temas diferentes. Aunque durante las semanas puede ser una tarea complicada el juntarnos un rato, de igual manera lo logramos. Y cuando me refería a que contara todo, así sea un mínimo detalle, no esperaba que en realidad lo cumpliera. De preguntas simples y curiosas a temas complejos. No tenía idea que me tuviera por una persona inteligente, “lleno de conocimientos” como me ha dicho. Definitivamente no me considero de esa manera, pero siempre ayuda conocer de todo un poco, y me encanta responder a sus preguntas y que podamos conversar de cualquier tema. Más si se presta para una agradable tarde a su lado.
Hemos atrasado la idea del viaje; Amanda y Jon nos han pedido ser testigos en su matrimonio por civil. Quería usar mi cumpleaños como excusa para llevar a Karen a casa de mis padres. No tenía intención de presionar de esta forma, pero me hace ilusión que la conozcan, antes de que venga esa fecha fatídica. Aún así, vamos en camino al aeropuerto para recoger a Liza, que no puede faltar su visita en mi cumpleaños aunque le pida que no venga.
—Sabes, me gustó lo sencillo que fue esa boda —dice pensativa, suele observar por la ventana mientras conduzco pero esta vez no para de jugar con la guantera.
—Para ser algo demasiado pronto, no estuvo mal. Pocos invitados, más íntimo.
—No sabía que requieren a cuatro testigos para casarte por civil.
—Es lo de menos.
—¿Y el mensaje de Jon? —Entrecruza los brazos, devuelvo la mirada al frente.
—¿Qué hay con eso?
—Es el mejor voto de amor que he escuchado; amar no es solo un sentimiento sino una decisión. Desde esa lógica puedes amar a quien sea que quieras.
—Sí, porque si te das cuenta de que nos enamoramos es de la persona, por lo que es, por como es. —La escucho suspirar—. La sensación puede que no perdure con el tiempo, pero si el respeto, el aprecio y la admiración. Eso mantiene el sentimiento.
—Entonces, si un día me caes mal porque me regañaste por dejar el baño demasiado mojado, ¿no dejaré de quererte? —ríe.
—Puedes verme con diferentes ojos si ya no me estimas, y esos simples regaños terminarían por acumularse, hasta que un día exploten y te canses.
—¿Si?, ¿de verdad? Creo que mis padres ya no se soportaban. —Entrelaza sus manos—. No quiero que eso nos pase.
—Lo siento, todavía me acostumbro y me obstino rápido cuando estoy apurado.
—No, no. —Ríe de nuevo—. Tú no debes dejar de regañarme, en algún momento aprenderé. Además, prefiero vivir en tu orden que acostumbrarte a mi desorden.
—Qué conste que lo has pedido.
—Sí, pero igual me molestaré. —Extiendo la mano hasta su pierna—. ¿Ya llegamos?, comienzo a ponerme nerviosa.
—Tranquila, no es pesada como Majo, ni irritante como Amanda, mucho menos mandona como Monic, con Liza será sencillo. —Estaciono el coche.
Karen espera en el auto. Camino hasta la entrada, ahí está mi prima, esperando de pie, sin dejar de mirar a todos lados. Me recibe con un abrazo, y yo acompaño la escena con un suspiro lleno de resignación.
—Yo también te extrañé —sonríe, o al menos eso intenta.
—Sinceridad ante todo.
—Lo sé, quieres pasarlo con tu chica pero vino tu prima a entrometerse. —Se acomoda el cabello y bufa—. Ya no habrá compras, ni paseos. —Mira al cielo y con su mano se ventila el rostro.
—Qué exagerada.
—Por lo menos espero que sea simpática.
—Bastante —digo entre risas.
Karen baja el vidrio al vernos volver. De inmediato se da cuenta de la escena incómoda y abre la puerta, baja luciendo una sonrisa nerviosa. Sé lo que piensa, de seguro no quería parecer arrogante, saludando desde la ventana.
—Hola, ¿qué tal estuvo el viaje?
—Bien, gracias. —Estrechan la mano.
—Liza, cierto, Daniel me habló de ti, eres su prima favorita —ríe—, por no decir la única.
—Por supuesto. —Me mira con desprecio—. Quién va a tolerar semejante dictador.
—Ya empezamos.
—Ay sí, justo estábamos hablando de las reglas en la casa, debería empezar a contar los regaños.
—¿En serio? Daniel, ¿regañas a tu pobre novia? Qué pesar querida.
—Les advierto que este día no va a ser dos contra uno, porque van a salir perdiendo ustedes dos.
—No que va, quien dijo. —Karen contiene la risa. Parece que ya se le pasó la timidez.
—Es solo una broma, no te alteres —ríe.
Enciendo el motor, dentro continúan su conversación.
—Karen, eres bastante diferente a lo que pensé.
—¿Cómo así? —Me mira al hacer la pregunta. Por el retrovisor veo a Liza en medio de los asientos de atrás.
—Es que todos en la familia somos ojos azules y pelo negro. Creo que vas a destacar mucho con tu color castaño y ojazos verdes.
—¿De verdad todos son iguales? —Vuelve a mirarme.
—Sí, quizás algún tono de variedad, pero, nada que marque la diferencia —respondo.
—La única diferente era Estela, que era idéntica a papá —se escucha como su voz se apaga junto al buen ánimo—. Tenía ojitos verdes como los tuyos pero su cabello era claro, casi amarillo. —La incomodidad en Karen es obvia, en su mirada veo la súplica—. Era la favorita de la abuela por ser diferente, la llamaba la estrella de la familia.
—Hasta que yo acabé con eso, sí, ya para qué seguir recordándolo.
—¿No es como una tortura auto impuesta hacer eso cada año?
—Sí, realmente lo es, pero acá está, a la señorita le encanta el dolor.
—Lo siento, Daniel, creeme que antes de verte siempre me repito la misma línea de no pensar en ella, y creo que nunca podré mentalizarme.