Idealmente quizás

COMIDA FRÍA

Retomamos la ruta. Karen no quería irse, ni mucho menos levantarse. Se ha mantenido callada. Pensé que se quedaría dormida pero no deja de mirar por la ventana. No sé por qué ver tantos árboles sería llamativo. Nos adentramos en un bosque, el siguiente lugar a quedarnos es un hotel cabaña. Tiene un edificio normal con habitaciones, pero lo atractivo es rentar las cabañas de atrás, cerca del bosque. Desde hace veinte minutos subimos por una vía empinada, es un desvío considerable, pero valdrá la pena. Volteo a verla, sigue entretenida en la ventana.

—Falta poco para llegar, ¿no quieres pellizcar algo? —ofrezco.

—¿Pellizcar? —Me mira con emoción—. ¿Dónde los escondiste? —Busca en la guantera, consigue un par de golosinas—. ¿En qué momento los compraste?

—Antes de salir de la ciudad, cuando fui a comprar el desayuno.

—Pero yo revise aquí ayer, por ociosa; no había nada.

—Es que los tengo en un bolso ahí atrás, y los voy reponiendo para que no te los acabes.

—Mira que cruel eres. —Mastica los maníes recubiertos de chocolate—. ¿Por qué revelarme ese secreto?

—¿Cómo?

—Pudiste haber dicho otra cosa, mañana voy a comérmelos todos porque ahora lo sé.

—No Karen —río—. Confío en que estarás satisfecha de comer uno de vez en cuando.

—Ya veremos, con este clima triste me urge el dulce.

—¿Triste? —Giro en la entrada del hotel.

—Sí, se nota la humedad, sé que al bajarme voy a estornudar, siempre que había neblina en Campes estornudaba mucho. Mi piel se reseca… y me recuerda mucho a la casa de mi abuela.

—No sabía que te iba a desagradar este entorno. —Detengo el coche. Karen se baja a contemplar el alrededor.

Entrego la llave del coche al portero. Bajo las maletas y las dejo a un lado, en la entrada. Karen sigue observando los pinos altos que rodean el área. A mí me gusta, aunque se vea sombrío, apagado, este ambiente me relaja. Me acerco a ella, su abrigo la cubre bien, usa botas altas, hasta se ha puesto un gorro, cosa que no había visto antes. Del frío estará bien.

—La escena perfecta para un crimen —dice, sin dejar de mirar a la nada.

—Hay una laguna con patitos —señalo a lo lejos.

—¿Los patitos serán los asesinos?

—¿Qué? —sonrío.

—No lo sé —ríe—. Recordé una novela que leí, supuestamente de romance pero a mitad de la trama se convirtió en una masacre, en un lugar como este. Apartado, escondido. —Simula una cara de horror y agarra el borde de mi camisa con fuerza—. ¿Y si me toca huir por dónde corro? Me voy a perder, no tengo uñas largas para marcar esos árboles.

—¿Marcar árboles? —Ya no puedo deducir si esto es una broma.

—Para marcar un camino de regreso.

—Pero, ¿si quieres huir por qué vas a marcar? ¿Le dirás a tu perseguidor a dónde vas? —Ella ríe.

—Ay que tonta, definitivamente no soy apta para sobrevivir a esas situaciones.

—¿Entramos? Se hace tarde.

—Sí vamos a registrar… —Estornuda. Levanta las manos en alto y cierra los ojos esperando otro. Pero como no viene, me señala—. Si me llego a resfriar te voy a odiar.

—¿No te gusta el aire denso? —Camina hacia la entrada.

—Sí, para enterrarme en mil cobijas y ver películas.

—Podemos hacerlo esta noche. —Se detiene, voltea para verme a la cara.

—¿Subir a una montaña para hacer algo que podríamos hacer en casa?

—Espera aquí, iré a registrarnos.

Parece que la misión ha fracasado. Los dulces no ayudaron a mantener el buen humor. Y luego que sepa que tenemos que caminar mucho para llegar a la cabaña, se va a molestar. Creo que será mejor sacar la carta bajo la manga y comer en el restaurante de aquí, y no pedir a la habitación como quería. Espero que el plan de venir acá no salga mal. Todo dependerá del ánimo de Karen para mañana. Ahora es mi responsabilidad hacer que disfrute de esta noche.

—¿Tienes hambre? —regreso con ella.

—Quiero acostarme. —Se mantiene sentada de brazos cruzados—. Estos sillones son cómodos.

—Resulta, cariño, que reservé una cabaña, de las que quedan hasta el fondo. —Me mira con odio—. Lo sé, en mi cabeza reaccionabas diferente, pero esta es mejor, sin duda.

—¿Me vas a cargar?

—Puedo hacerlo.

—No, qué vergüenza. —Se levanta—. Ni modo, caminemos.

—El otro problema es, que si pedimos comida a la habitación se va a demorar el pedido.

Deja caer los hombros, hasta a mí me desanima verla así. Voltea a ver el restaurante, luego hace lo mismo con la salida trasera, hacia las cabañas.

—Creo que prefiero recostarme y esperar.

—¿De verdad te sientes mal? —Mido su temperatura con mi mano—. ¿Solo por no dormir once horas?

—Mis preciadas once horas. —Sonríe—. No sé, entre el clima, no dormir, los nervios.

—¿Nervios?

—Sí… mañana estaremos delante de tu familia, y me estresa pensar en eso, me da miedo que piense de mí, tu mamá.

—¿Y por eso te vas a enfermar? —No puedo evitar sonreir—. Nada de lo que ella piense o diga importa, ¿si? —Le acaricio la mejilla, están rosadas, o ella está pálida.

—Que quede marcado, nada de lo que ella diga importa —sonríe—. Y, vamos a darnos un baño caliente, ¿porque sí tienen tina, verdad?

—Sí, la tienen, bastante grande de hecho.

—¿Cabaña con jacuzzi? —Pone esa mirada provocativa, parece que de pronto se le esfumó el malestar.

No deja de mirar a los lados, seguimos las farolas sobre la valla que nos guían hacia nuestra cabaña. Ahora que la noche ha dejado caer su manto oscuro, se observa tenebroso el ambiente, la neblina se hace presente a lo lejos entre los árboles.

—Es otra versión —dice delante de mí—. Neblina, frío, farolas amarillas que nos guían —ríe—. Espero encontrar en la cama una cesta llena de vino y queso, jamón, chocolates. —Se gira y me toma de la mano.

—Hubiera sido una gran idea, qué pena, no lo pensé.

—Lástima, sería como revivir esos momentos felices y dolorosos a la vez.

—¿Por qué doloroso?




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