Idealmente quizás

INICIATIVA

Daniel salió a comprarme unas toallas. Mientras lo esperaba me animé a salir a caminar por la casa. Es bastante grande, con pasillos largos y estrechos. Hay como dos iguales, por poco me pierdo, pero logré salir al patio. Veo la puerta que da a la cocina, desde ahí será fácil regresar al cuarto. Doy pasos de forma irregular, no es buena idea usar plataformas sobre un camino de piedras. El ambiente en el jardín es relajante. Entre el sonido del agua en la fuente, la luz del sol que cae sobre las plantas, y los colores llamativos de las flores, lo convierten en un lugar de encanto. Perfecto para sentarse y leer una novela al atardecer, acompañado de un café. Ma acerco un poco más y arranco una flor fucsia, no sabía que el color pudiera combinar tan bien con el amarillo oscuro de las otras flores. La huelo, en los cuentos según tienen aroma, pero no percibo ninguno. Decepcionada, la dejo caer entre las demás. Recuerdo que máma vivía contenta con sus plantas, tenía de varios tipos, en jarrones y porrones, eran especiales, no se mezclaban con la siembra. Nunca le presté atención a eso, pero ahora es diferente, me causa curiosidad, y ver este lugar tan bien cuidado me hace desear tener uno también. Me apuntaré a un taller de jardinería, puede ser fascinante.

—¿Te gusta? —El papá de Daniel aparece de la nada—. De seguro Daniel se encargará de que tengas uno igual o mejor en casa.

—¿Fue él quien hizo este jardín? —Asiente—. Vaya, no sabía. —Sonrío nerviosa—. Él se encarga de la casa que compró, no me gusta ir porque detesto ver todo a medias, no tengo esa capacidad para imaginarlo ya terminado.

—¿Compró otra casa? —pregunta, y yo trago saliva, no sabía que desconocía ese detalle.

—La anterior la vendió.

—Bueno, nunca estuvo cómodo en esa casa. —Toma asiento—. Por lo menos en esta otra podrá elegir como la quiere, es la ventaja de construir.

—Sí eso mismo dijo. —Señala la otra silla.

—Dana te vio desde la cocina, me dijo que viniera, en un rato traerá café.

Durante el desayuno no cruzamos muchas palabras, solo interacciones breves, puntuadas por silencios incómodos. Soy incapaz de verlo a la cara, me mantengo mirando cualquier detalle en el entorno que me haga lucir distraída. Así nos mantenemos por un rato, hasta que Dana se une, con café y galletas de avena.

—Karen —dice al servir—. ¿Qué edad tienes?

—Veintisiete. —Es hora del cuestionario.

—¿Y a qué te dedicas?

—Administradora de almacén, en una empresa distribuidora de cosméticos.

—¿Hace cuánto conoces a Daniel? —Sonrío, ha pasado tanto tiempo pero nunca contamos los años.

—Desde hace algunos años, deben de ser como seis o siete. —Ambos se sorprenden.

—¿Tú eres la estudiante con la que él estaba? —Dana parece atar cabos—. Por lo que veo le has gustado de verdad. Bueno —oculta una sonrisa traviesa detrás de la taza—, se nota por que.

—Sí —sonríe—, nuestra nuera es cautivadora.

—¿Gracias? —digo, sin saber si de verdad es un halago.

—Llegué. —Sonrío al ver a mi prometido, de inmediato me da un beso en la boca, sorprendiéndome y dejándome con el ritmo acelerado. Toma asiento a mi lado.

—¿Y cuándo van a casarse? —pregunta Dana, mira directamente a su hijo, pero su semblante despreocupado cambió. Respiro profundo, la tensión entre Daniel y su madre se siente.

—Todavía no lo decidimos.

—Espero que sea pronto —voltea a verme—, porque no estás embarazada, ¿verdad?

—No mamá, no nos vamos a casar porque nos toca —Daniel sonríe.

—¿Y si piensan tener niños? —vuelve a relajar el rostro.

—Sí —respondo sonriente, que bueno fue decidir eso antes de venir—. Dentro de un año o dos, tal vez. —Asiente satisfecha.

—Pero… —Daniel suspira—, no será en la misma casa.

—¿A qué te refieres?

—La vendí, y compré otra.

—¿Cómo? —pregunta con incredulidad—. ¿Qué dices? —Le cuesta asimilarlo.

Santiago le toca el hombro, y comienza a masajearle el cuello.

—¿Cuándo la vendiste? Podrías haberme avisado, conseguir esa casa en esa residencia fue difícil. ¿Acaso no estás consciente del excelente lugar donde te encontrabas? ¿Qué necesidad tenías? ¿A dónde te fuiste a meter ahora? —su tono va en aumento, a la par de su molestia—. Por qué siempre tienes que decidir lo peor. Es ridículo, estás hecho para tomar malas decisiones. —Se levanta, apartando bruscamente la mano de Santiago, y se retira.

—Ya se le pasará —dice, también se levanta, recoge con paciencia las tazas—. La histeria siempre toma el control —suspira—, de seguro más tarde ya no recordará nada.

—Papá, sabes que eso es mentira, pero tranquilo, no nos vamos a ir por una pequeña discusión. —El señor sonríe agradecido, y desaparece con los trastes en las manos.

—Eso fue interesante —suelto como suspiro.

—Mi papá no pareció sorprenderse, ¿se lo dijiste?

—No sabía que era un secreto, lo siento.

—No pasa nada. —Me besa la mano—. Te he escondido un helado en la nevera, para más tarde.

—¿Por qué tu mamá parecía alterada con lo del embarazo?

—Mi hermano se casó por ese motivo, y que yo hiciera lo mismo de seguro sería hacerla pasar por otro evento traumático.

—¿Por qué sería traumático?

—Porque en mi familia está mal visto acostarte con la otra persona sin estar casado —sonríe—. Si salimos embarazados es obvio.

—Pero qué cosa tan anticuada es esa.

—Así son, créeme que mi madre se muerde la lengua y el orgullo al dejarnos dormir en el mismo cuarto —ríe.

—Qué sufra entonces —me uno a su risa traviesa—. Hablando de eso, vi que tienen un granero, ¿no te haría ilusión ponernos a juguetear por ahí?

—No —niega con seguridad—. Estás loca.

—He leído novelas donde lo hacen en un granero, sería como cumplir una fantasía.

—Te lo vuelvo a repetir. —Hace una pausa, con lentitud abre la boca—: No. Eso no va a pasar.

—¿Y si nuestra relación dependiera de ello?

—Pues qué lástima, tenía una hermosa y encantadora prometida —sonríe.




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