Estaba estresado por nada. Fue una noche repleta de risas, hasta bailar bajo las estrellas. La sonrisa de Karen es lo primero que viene a mi memoria apenas despierto. Todavía recuerdo el frío de la noche, el calor en el estómago y la música que no dejaba de sonar. Cierro los ojos, en un intento de retener el recuerdo, congelarlo ahí, por siempre. Ella dando vueltas, su cabello danzando al ritmo de la brisa, mientras se mueve en sincronía conmigo. Y su mirada, desbordante de vida y amor. Llegamos al amanecer, paseamos en coche toda la noche, hasta aparcar en un risco a ver las luces a lo lejos. «Un mar de estrellas» dijo Karen, pero el verdadero océano de estrellas estaba en el cielo, nunca lo había visto así: impactante, cósmico. El alcohol ayudó, fue una buena noche, es la primera vez que paso un momento así junto a mi hermano. No se sentían distantes, él y Boni parecían más cercanos de lo que recordaba.
Ella todavía duerme. El ruido a su alrededor no la despierta. Me acuesto a su lado, acabo de tomar una ducha, ayer sudamos bastante, pero llegamos directos a la cama, vencidos por el sueño. Tenerla aquí, cerca, deslizando mis dedos entre su cabello. «Encaja perfecto» es la frase que se mantiene anclada en mi cabeza. En estos días irradia alegría, a pesar de estar en ese período donde se vuelve irritable y más caprichosa; está sonriente y de buen humor. Parece más familia de ellos que yo, así de bien encaja. Puedo sentir la tranquilidad recorrer mi cuerpo, a su lado encuentro la paz, no hay tormenta que me desequilibre si ella está cerca. Es mi hogar, mi dulce y hermosa reina.
—¿Qué haces? —Parece que la desperté sin querer—. Sabes lo raro que te ves ahí, solo mirándome. —Se oculta bajo la cobija.
—¿De verdad? Pensé que sería romántico verte dormir.
—No, no lo es, es raro y turbio.
—¿Qué? —río—. En tus novelas lo hacen.
—¿Has leído eso? —Asoma el rostro con curiosidad; es fácil de engañar.
—Puede ser…
—Mentiroso.
—¿Pero vas a decir que no lo hacen?
—Sí, pero no describen cómo se siente. —Se estira, si supiera lo tierna que se ve—. ¿Qué hora es?
—Más de mediodía.
—¿Tanto dormimos? —bosteza—, de verdad que nos fuimos de fiesta.
—Boni parecía muy alegre.
—Sí —ríe—, la pobre lo necesitaba con urgencia.
Sale del baño con una sonrisa, me mira de arriba a abajo, sin dejar de sonreír.
—¿Qué estás pensando ahora?
—Ayer fue entretenido verte jugar con los niños. —Le expreso mi sorpresa con un gesto—. Verte correr, tu cadera moverse y tu hablar con falta de aliento por el trote. Un deleite —Se sienta en mis piernas.
—Sé lo que tramas.
—¿Si? —Me muerde el labio—, cuéntame, qué es lo que estoy tramando.
—Que no quieres salir a comer con reseca y tus futuros suegros —susurro, a la vez que le acomodo los mechones mojados que le caen en el rostro—. Pero es inevitable, hoy es el último día, así que nos toca.
—¿Y por qué no nos vamos ahorita? —su tono seductor cambia a tristeza, me conmueve escucharla y me hace dudar—. Podríamos parar en la posada de nuevo. —Su caricia en mi rostro me encanta.
—Amor… —susurro—. Un solo día nada más, y regresamos a nuestra normalidad.
Suspira, con desánimo se viste. Ya no sé distinguir cuando está actuando.
—No puse a cargar mi teléfono. —Trata de interactuar con la pantalla en negro—. No, muerto completamente. —Busca el cargador—. Que incómodo no saber la hora, y como tú no trajiste el tuyo.
—Ya te dije que se me olvidó, de seguro lo dejé en el mesón de la cocina.
—Eso espero, si no, te tocará comprar uno nuevo.
—Salgamos, afuera nos enteramos de la hora.
—Yo sé que hora es. —Me acerco, tomándola por la cadera, para acercarla más a mí—. Es la hora de fingir que no me duele la cabeza y sufrir silencios incómodos porque tus padres no dicen nada con sus bocas pero con sus miradas dicen de todo.
—¿Si? —sonrío—. Que tierna te ves cuando te molestas.
—Tú no ayudas en nada.
—Exageras, como siempre, es obvio que le agradas bastante. —Gira la cabeza—. Además, qué importa, lo único que nos debe inquietar es lo que pensemos nosotros dos. —Intenta resistirse a un beso, pero sonríe traviesa y acepta mis labios.
—¿Salimos mañana a primera hora? Mira que tengo que estar puntual en el trabajo, si no, me echan. —Su boca se curva hacia abajo—. Y luego quien me soporta, así, desempleada.
—Yo. —Sonrío ante su reacción de desagrado—. ¿Si yo no lo hago, quien lo hará?
—Tú fuiste quien me buscó, así que no te queda de otra que soportarme.
—¿En algún momento me he quejado?
—No, pero tus expresiones dicen cosas —se aleja.
—¿Qué dicen? —Le sujeto la mano, le encanta jugar y hacer dramas.
—Que soy una fastidiosa.
—¿Eso dicen? —río—, pero eres mi fastidiosa. —Se queda boquiabierta.
—Qué insensible, ya me las vas a pagar. —Se detiene antes de abrir la puerta—. Es más, ahora te voy a mirar como lo hace tu madre.
—No por favor.
—Sí, te lo has ganado. —Copia la misma expresión, mirándome de arriba a abajo.
—¿En qué piensas, para poner esa cara de pocos amigos?
—Pues… —ríe—, intento mirarte con asco, pero es imposible.
«Encaja perfecto» vuelvo a escuchar. Cada día ansío más tenerla conmigo por completo. Por despertar así cada mañana, por vernos enfrentar juntos el día a día, la rutina, adaptarnos. Ya quiero verla, cómoda y dueña de nuestra casa. Y, luego, cuando venga lo siguiente. Me saca una sonrisa al imaginarla con un bebé en brazos, estoy convencido que va a llorar junto al recién nacido por no saber qué hacer. Habrá días difíciles que superar, pero siempre que abunde el amor en nuestro hogar, creo que no habrá nada que nos pueda dañar.
La tarde se va rápido entre risas y anécdotas de la infancia. No recordaba más de la mitad de las historias contadas, ese espacio de tiempo pasó a ser un hueco negro en mi memoria desde que me mudé. Es agradable ver a mis padres sonreír con melancolía, se nota que ellos también se quisieron quedar en esa etapa, donde nada había ocurrido aún. El atardecer trae consigo la nostalgia, y la risa se apaga en un silencio abrumador. Sé que todos nos dejamos atormentar por los mismos recuerdos.