Idealmente quizás

NO SE PUEDE VOLVER

Las despedidas no son lo mío, pero esta familia tampoco es típica. No se siente como un adiós, si no, como un hasta mañana. Me hace pensar que vivimos al lado y nos veremos pronto. Sin dramas, sin agregar palabras, solo el «adiós, cuídense».

Volvemos a retomar la vía que dejamos atrás hace días. Me gusta observar a Daniel cuando maneja. Aunque es algo raro encontrarme despierta y de buen humor temprano por la mañana y en domingo. Es justo y necesario, para volver en la noche y estar puntual mañana en la oficina. Esta vez no hay parada, iremos directo, de un solo golpe.

La música invade mis sentidos, el reflejo de la luz que entra por la ventana se siente cálido y agradable, mientras pasamos por una vía angosta y cercada con árboles y vegetación a cada lado. De vez en cuando se asoma la entrada a un lugar, supongo que una granja o alguna residencia, sea cual sea, tienen amplios terrenos y sus vecinos están a una distancia considerable.

Estaba tranquila, considerando la idea de dormir un poco, hasta que escucho un fuerte ruido que nos golpea. Cierro los ojos por instinto. El cinturón se ciñe a mi cuerpo, impidiendo que se mueva hacia adelante. Lo primero que veo es que nuestro coche va cuesta abajo, en una pendiente, hacia una cerca. Daniel no dice nada, y al voltear, no lo veo despierto. No sé frenar esto, tampoco puedo hacerlo, solo sentir el impacto. Mi corazón late con prisa, mis manos tiemblan. Intento respirar profundo para calmarme pero los nervios toman el control.

Por suerte, los arbustos y demás plantas de por medio ayudó a disminuir la velocidad. Me quito el cinturón, toqueteo mi cuello, siento un dolor punzante en la nuca. Con cuidado me acerco a Daniel. Repito su nombre varias veces, pero no contesta. Por lo caída que está su cabeza, puedo deducir que está inconsciente. Toco su cuerpo, no quiero quitarle el cinturón porque se vendría sobre el volante. Ahí me doy cuenta de que su lado del coche está deformado, y el vidrio, estrellado. El líquido cálido se siente en mi mano. Su lado izquierdo está bañado en sangre. Los nervios vuelven a apoderarse de mí, haciendo que mi cuerpo no reaccione ante las alertas. «Muévete» suplico, sé que mientras esté respirando, estará bien. Pero el miedo me paraliza. «Necesitamos ayuda» repito una y otra vez, hasta lograr retomar el control de mi cuerpo.

Al abrir la puerta puedo sentir que el peso del mundo cayera sobre mí. Un sudor frío me cubre, no puedo respirar, todo me resulta pesado y lento. Las piernas me fallan, caigo de rodillas en la tierra. En un intento de tomar una gran bocanada de aire fresco, termino vomitando; todo da vueltas.

«Respira» digo mentalmente. «Necesitas recobrar el sentido».

La gente alrededor se vuelve menos borrosa. El sonido de la ambulancia trae consigo mi lucidez. Salgo corriendo hacia la vía, paso entre algunos arbustos, necesito que sepan dónde estamos.

Cuando llego al costado de la calle veo otros dos coches, totalmente destrozados; hay sangre en el suelo, demasiada. Y mientras más observo, más detalles encuentro. Partes humanas que han perdido la forma.

—Señorita… —Una silueta me habla—. ¿Se encuentra bien? —Aunque se acerca, no logro distinguir nada. Su cara es una mancha, apenas y puedo reconocer los labios que se mueven, pero ya no entiendo nada.

Intento hablar, pero ni eso puedo escuchar, sé que acabo de decir algo. Ya no puedo mantenerme en pie. Mis ojos tampoco reaccionan. Todo queda a oscuras.

«¿Dónde está?» mi propia voz me despierta. Estoy en una camilla, reconozco que es un cuarto de hospital. Respiro con calma, mi vista se pasea con lentitud por el área. El dolor en mi brazo se convierte en una molestia. Me doy cuenta del suero que me han puesto, quiero quitarlo, pero el adhesivo me lo impide.

—¿Ya estás despierta? —dice una enfermera—. Espera un momento, te traeré a alguien.

¿Ese alguien es Daniel? La incertidumbre intenta acelerar mis latidos, pero lo que me han puesto no lo permite. Es raro, tener la mente despejada. Puedo organizar mis ideas con facilidad, pero me cuesta abrir la boca para hablar.

—Karen. —Brandon entra al cuarto—. ¿Te sientes mejor?

—¿Mejor? —mi voz suena quebrada y afónica, como si hubiera estado llorando a gritos.

—Tranquila, Daniel está bien. —Acerca una silla para sentarse a mi lado—. Tuvieron que colocarte un calmante. Hace horas cuando despertaste estabas desesperada buscando a Daniel.

Las escenas vienen a mi cabeza. Recuerdo correr de un lado a otro, preguntar a diferentes rostros que no son más que manchas inexpresivas en mi cabeza. Me internaron a la fuerza, el dolor en mis brazos aumenta al recordar como me trataron.

—Llegamos lo más rápido que pudimos —vuelve a hablar—. Estamos un poco lejos de casa. —Suspira—. Afuera espera un oficial de policía para tomar una entrevista contigo.

—¿Qué?

—Sí, resulta que dos coches impactaron de frente… Hay personas que fallecieron, pero no te alteres, de nuevo… —Me muestra la palma de su mano, puedo detallar las líneas en su piel—. Daniel está bien, estamos esperando que despierte.

—¿Qué despierte?

—Se golpeó la cabeza, le agarraron un par de puntos… —¿Por qué suena nervioso?—. Este… de seguro le darán de alta esta noche, y estaremos en casa, tranquilos de nuevo. —Se levanta—. Dejaré pasar al oficial, ¿si?

Aunque quisiera hacer muchas preguntas, no sale ni una. Hago el esfuerzo de levantarme, para quedar sentada en la camilla. El señor con su típico traje de policía entra en el cuarto. Toma asiento a mi lado y con un lápiz en la mano comienza a anotar. Hace preguntas sencillas, mis respuestas son cortas y directas. Tengo fragmentos separados de lo sucedido. Digo uno, y luego otro que iba antes, o después. Gracias al medicamento puedo escucharme hablar con lentitud, alargando vocales y dejando las palabras en el aire. Nunca me había sentido tan boba, y a la vez, reírme internamente porque me resulta divertido estar en este estado. ¿Se puede estar frustrado y burlón a la vez?




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