Idealmente quizás

DISCUSIONES

El día está nublado, las conversaciones a mi lado se escuchan a la distancia. No he podido decir ni una palabra desde que volvimos del hospital. Boni intenta aliviar la tensión, ríe y comenta sobre las travesuras de los niños. Quisiera unirme a esas comisuras que se levantan de a poco, pero la cara inexpresiva de Daniel me detiene. Quiero volver atrás, si pudiera evitar este viaje. Me levanto de la mesa, necesito aire fresco.

Camino por el campo, me alejo de la casa, como si el sol pudiera curar el dolor que me comprime el pecho.

—Karen —dice Daniel a mi espalda, no tardó en alcanzarme.

—¿Así murieron mis padres? —las lágrimas salen junto a mis palabras.

No sabía qué era lo que sentía hasta que lo vi. Con ese rostro lleno de preocupación; siguiéndome, como si fuera una niña con la que tener cuidado. Con mis manos intento detener el llanto, froto una y otra vez hasta irritarme los ojos.

—Lo siento. —Sostiene mis manos, no me deja moverlas—. No pude hacer nada, esto se escapa de mi control.

—¿Control? —le grito—. Suéltame. —Se aleja un par de pasos—. Yo tenía que estar hoy en mi trabajo, hoy teníamos que estar de vuelta y recuperar nuestras vidas… —mi voz se vuelve a quebrar—. No estaba en los planes terminar con otras vidas.

—Mira —suspira—. Sigues impactada, lo entiendo, también me siento en un torbellino… —Por un momento recuperó la seguridad al hablar, pero la expresión de lástima en su rostro regresa—. Por el trabajo no te preocupes, es un accidente, tienes el justificativo médico.

—¿Por qué no nos vamos ahora?

—No puedo salir de aquí, me van a multar si lo hago.

—Que importa, se paga.

—No es así de sencillo. —Se cruza de brazos y mira el cielo—. Dentro de poco llegarán más noticias, desagradables. No quisiera saber de esas personas.

—Si nos vamos, no lo sabremos.

—¿Si sabes que tengo que tomar reposo? A menos que quieras verme delirar como tonto.

—Es un vuelo en avión de media hora, ¿qué podría pasarte?

—Y en tren de una hora… —Revuelve su cabello, sin tocar la parte de la herida—. Me da vértigo de solo pensarlo.

—Pues yo sí me iré. —Nos observamos en silencio—. No quiero perder mi trabajo, y si tú hubieras traído tu teléfono no estaríamos aquí sin comunicarnos.

—Mi madre debe tener el número de Majo.

—¿Y eso de que sirve? —le grito de nuevo, mi respiración se acelera—. Todo está a tu alrededor. —Las lágrimas que tanto me costaron detener, vuelven.

—¿A qué te refieres?

—Todo se ha vuelto de tu lado, yo siempre quedo sola —confieso con temor.

—¿Qué?

—Sí, ahora lo veo, ¿a quién tengo yo? Mientras tu tienes amigos, familia, conocidos. —Niego con la cabeza, el dolor en mi pecho se incrementa.

—Me tienes a mí. —Intenta tocarme pero lo evito—. Y ellos también están para ti.

—Tú me hiciste esto, me llevaste de esa forma, para que no tuviera nada.

—¿Yo te quité a tu familia? —alza la voz—. ¿Qué tonterías dices?

—Si no fuera por ti, hubiera vuelto a casa —digo, mientras pierdo el sentido de lo que veo y siento.

—Mejor hablamos cuando te calmes. —Da la espalda, regresa a la casa.

Me dejo caer al suelo. Los recuerdos me atormentan. Quisiera estrujar mi pecho y arrancar este sentimiento.

Extraño mi hogar, quisiera volver a ser pequeña y congelar el tiempo en esas tardes en familia. En esos únicos momentos que mi mente, cada año que pasa, los distorsiona, los convierte en más felices y placenteros de lo que en realidad fueron. Duele mentirse a uno mismo. Así como duele crecer, levantarse y tomar la decisión de seguir adelante, pase lo que pase. Quisiera usar este dolor para refugiarme, e irme de aquí. Ganas de quitarme el anillo y lanzarlo al suelo me sobran. Pero sería volver a cruzar esa línea, de la que tanto me contengo. Las palabras se repiten una y otra vez «egoísta», «infantil». Por un momento olvidé lo mucho que luché para quitarme esos títulos. Y con el viento, que va y viene, meciendo mi cabello, llega la tranquilidad a mi mente. No soy lo que era, y no puedo encerrarme de nuevo en mi mundo, porque ahora vivo uno compartido.

Respiro calmada. Fue bueno darme un espacio. Creía que los abrazos resolvían cualquier dolor, pero no, hay veces que toca hacerlo uno mismo.

La noche está por caer. Es una pena no poder disfrutar de un hermoso atardecer en compañía, y todo porque soy una intensa. De camino a casa escucho un alboroto. Entro, cruzo el largo pasillo hasta la sala, sigo las voces hasta llegar a la entrada principal. Afuera hay un coche que desconozco, me asomo con cuidado por la ventana, levanto un poco la cortina y me cubro con ella. Dana y Santiago discuten con una señora, que desde acá no veo su rostro pero su voz suena pesada. De pronto comienza a llorar, en medio de gritos señala a los padres de Daniel. Otras personas desconocidas se acercan, supongo que intentan aliviar a la señora. Deben ser familiares de las personas fallecidas, pero, ¿por qué viene a reclamar? ¿Acaso son capaces de insinuar que tenemos la culpa? Me acerco a la otra ventana. «Tenía que haber sido tu hijo, y no el mío» grita, con una voz desgarradora que me hace sobresaltar, dejándome los pelos de punta. Respiro profundo para asimilar lo que escuché. Porque la molestia no tarda en invadirme. Me contengo las ganas de salir y defendernos, se nota que ya está por irse.

—Resulta que eran conocidos. —La voz de Daniel me toma por sorpresa—. Sus familiares viven cerca, venían de visita.

—Que ironía. —Acomodo la cortina.

—El otro iba ebrio, el culpable. —Suspira—. Si no se los llevaba a ellos, nos llevaba a nosotros —sonríe, ligeramente se nota.

—No es gracioso.

—De alguna manera tenemos que romper esta tensión, ¿no crees?

Sonrío, su tono de voz logró hacerme pensar en nosotros dos, metidos en la cama bajo la cobija. Me contengo el chiste sobre el tema, me gana la preocupación sobre la discusión de afuera.




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