Después de observar a Susana hasta quedarse dormida, salgo de la habitación y me dirijo al despacho para meterme de cabeza en mi mundo de obligaciones laborales. La idea que ha venido gestándose, a pasos agigantados, dentro de mi cabeza, se consolida como una promesa tangible. Ya ni siquiera intento resistirme, ni siento remordimiento por aquel deseo que ha ocupado mi mente en las últimas horas y se había convertido en un anhelo silenciado desde que la encontré. El odio se fue instalando en mi corazón en contra de la mujer de la que me enamoré hace muchos años. La amé con toda mi alma, le di mi vida, cada segundo de mi tiempo y cada fibra de mi ser. Pero cuando mi amor ya no comprendía de barreras, distancias, ni límites, ella lo pisoteó y lo arrastró por el lodo de la manera más cruel y despiadada, haciéndolo añicos sin ninguna misericordia.
Sí, lo confieso. Al principio, el motivo de la búsqueda eran mis hijos. Creía en la estúpida idea de que, Mateo y Lara, merecían disfrutar del cuidado, el amor y la protección de una madre que los amara y estuviera dispuesta a dar su vida por ellos. Ofrecerles la misma oportunidad que yo tuve de crecer en el seno de una familia amorosa y bondadosa, en la que las relaciones entre los miembros determinan valores, afectos, actitudes y modos de ser que se van asimilando desde el nacimiento. ¿En qué estaba pensando? El dolor, el odio y la frustración no me dejaban ver lo que estaba bajo mi propia nariz. Ella nunca los quiso, los despreció desde su misma concepción y, una vez que nacieron, demostró su rechazo por ellos, ignorándolos y apartándolos de ella como si fueran la peste. ¿Qué tipo de madre les iba a dar a mis adorados hijos? ¿Qué estúpida idea se me metió en la cabeza? Ahora me doy cuenta de que este empeño en encontrarla no se debía a ellos, sino a mí. Estaba enceguecido por un deseo de venganza contra ella que nunca quise reconocer… hasta ahora.
―Nunca fue por ellos.
Suelto el bolígrafo sobre mi escritorio y me paso las manos por la cara. Me dolía tanto su desprecio, que quería hacerle pagar por ello y usé a mis hijos como justificación. Inhalo profundo. ¿Cómo permití que ella me hiciera perder el control de esta manera? Me pongo de pie, camino hacia la ventana y meto las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Observo el paisaje verde que se extiende como una alfombra bajo mis pies. Percibo la calma, el movimiento de las hojas cuando son acariciadas por la brisa. Cierro los ojos e inhalo profundo. ¡Cuánto desearía poder volver el tiempo atrás y hacer que las cosas fueran como antes!
―Pero no puedo hacerlo.
Suspiro con resignación. Me doy la vuelta y vuelvo a mi escritorio. Cojo el teléfono de la mesa y marco el número de mi abogado. Debo acabar con esta locura cuanto antes. Por mi propio bien y por el de mis hijos. Responde casi de inmediato.
―Emiliano, hermano. No me vas a creer, pero creo que te llamé con el pensamiento. Justo en este momento estaba revisando algunos contratos que debemos discutir con urgencia. Hay términos que debemos modificar antes de finiquitar la negociación con los australianos.
Ahora mismo no tengo cabeza para los negocios.
―Roger, cualquier discusión sobre ese contrato puede esperar para la reunión del lunes. El motivo de mi llamada es porque hay un asunto muy importante que me gustaría conversar contigo ―cierro los ojos y me froto la frente con los dedos. Tomar esta decisión es bastante difícil para mí―. ¿Crees que podrías venir a la casa mañana por la tarde?
Se queda callado durante algunos segundos.
―Sí, por supuesto. Estaré ocupado con algunas reuniones. ¿Te parece bien que nos encontremos a las seis?
Respondo mecánicamente.
―A esa hora me parece perfecto.
Para que darle más larga a algo que ya es inevitable.
―Bien, entonces nos vemos mañana.
Cuelgo la llamada y dejo el móvil en la mesa. ¿Por qué me duele tanto? Me quito la corbata de un tirón y desprendo los dos primeros botones de mi camisa. De repente, mis pulmones comienzan a arder. Inhalo profundamente. Divorciarme de Susana, era la última cosa que me había jurado no hacer en mi vida. Había un deseo intrínseco dentro de mi alma que clamaba por venganza, por hacerle pagar el dolor que nos causó. Atarla a mí para siempre era el peor castigo que podía darle. Pero todo cambió cuando la encontré. Después que despertó de su inconsciencia, vi en ella algo diferente. En el momento en que nuestras miradas se fusionaron, noté que la frialdad con la que solía mirarme antes de que me abandonara y se fuera con otro, se había desvanecido por completo. Todo se fue al garete cuando la besé. Esa dulzura con la que respondió a mi beso, me dejó completamente desarmado. Me devolvió las esperanzas perdidas, me hizo creer en que todavía existía una pequeña posibilidad para nosotros. Sin embargo, después de las conversaciones que sostuve con Aurora y con Kevin, me di cuente que estaba siendo poco realista. ¡Qué iluso! Una que vez ella recupere la memoria, volverá a ser la misma mujer de antes. Así que no hay necesidad de postergar esta situación por más tiempo. No quiero que mis hijos se encariñen con ella y verlos sufrir cuando su madre decida marcharse. Es lo mejor para todos. Abandono mis pensamientos de manera abrupta al escuchar gritos en el exterior.
―¡Auxilio! ¡Por favor! ¡Qué alguien me ayude!
Salgo de mi despacho como alma que lleva el diablo. El mundo cae a mis pies al darme cuenta de que la que grita es la empleada que asigné para que se ocupara de mi mujer. En dos zancadas cruzo la sala y me dirijo a la que, por ahora, se ha convertido en nuestra habitación temporal. Las palpitaciones de mi corazón se detienen en cuanto veo a Susana tendida en el piso y completamente inconsciente.