Me quedo mirando la preciosa imagen de mi familia dormida. Mateo se subió al pecho de Susana y duerme profundamente. Lara no se quedó atrás, está acurrucada a un costado de su madre, con su bracito tendido sobre su cuerpo, como si temiera que pudiera escapar. Salgo de la cama cuidadosamente, porque necesito tiempo para pensar. Quizás esto es lo que hubiera querido hace tiempo atrás, pero ahora es demasiado tarde. Por supuesto, no puedo interferir en la relación de Susana con mis hijos, siempre y cuando sea para bien, pero en lo que respecta a nosotros, todo está perdido.
Ingreso al vestier y me cambio de ropa. Antes de abandonar la habitación, les doy un último vistazo. Bajo los escalones de dos en dos y me dirijo a la cocina. De repente, siento mucha sed. Saco una botella del refrigerador, tiro de una de las banquetas de la mesa y me siento. Mientras desenrosco la tapa, pienso en todo lo que ha pasado desde que encontré a Susana con nuestros hijos. ¿Por qué ahora? ¿A qué se debe su repentino interés por ellos? Me bebo toda el agua de un solo tirón. Dejo el envase en la mesa, estiro las piernas y cruzo los brazos detrás de mi cabeza.
―¿Qué estás planeando, Susana?
―¿Por qué crees que estoy planeando algo, Emiliano?
¡Carajo! El susto que me llevo hace que me levante de la silla con un movimiento brusco. Esta cae con un golpe estruendoso sobre el piso.
―Lo siento, no te escuché llegar.
Levanto la silla y la coloco en su lugar.
―Mi intención tampoco fue sorprenderte, lo siento ―se acerca, arrastra una de las sillas y se sienta―. Por favor, quiero hablar contigo.
Me siento frente a ella. Subo los brazos sobre la mesa y entrelazo los dedos de mis manos.
―Soy todo oídos, Susana.
Lamento el tono que estoy usando para hablarle, pero necesito mantener distancia con ella.
―No estás siendo justo conmigo.
¿En serio?
―¿Qué no soy justo? ―siseo en voz baja―. Te traje a casa aun después de lo que hiciste. ¿Cierto?
Cierra los ojos e inhala profundamente.
―No sé de los que estás hablando, Emiliano ―niega con la cabeza―. No recuerdo nada de lo que sucedió entre nosotros en el pasado.
Elevo la mano y, aprieto con mis dedos, el puente de mi nariz.
―Lo siento, no quise ser brusco contigo. Es que… ―me pongo de pie, meso mi cabello con impotencia y camino de un lado para el otro―. Esta situación es complicada para mí.
Se pone de pie, se acerca y se detiene frente a mí.
―Entonces, habla conmigo y dime lo que sientes ―¿cómo confiar en ella después de lo que sucedió?―. Por favor.
Inhalo profundo.
―Tengo miedo de que los ilusiones y después te marches ―fijo la mirada en sus ojos―. No puedo permitir que les destroces el corazón como…
Cierro los ojos. No necesitamos hablar sobre esto. No se trata de mí, ni de ella, sino de nuestros hijos. Vuelvo a abrirlos al escucharla hablar.
―¿Cómo destruí el tuyo?
El tiempo parece detenerse una vez que suelta aquella frase.
―Estamos hablando de nuestros hijos.
―Y yo estoy hablando de ti, de lo que ella te hizo.
No, no puedo hacer esto ahora mismo. Sin embargo, la rabia y toda la frustración que he estado acumulando en mi interior desde que ella me engañó y se burló de mí, salen a flote.
―¡Lo que tú me hiciste, Susana! ―le recrimino, exaltado―. ¡El hecho de que no lo recuerdes no significa que no sucedió!
Mi pecho sube y baja de manera agitada.
―Lo sé, Emiliano. Y te pido perdón por todo lo que ella te hizo.
Bufo con frustración.
―¿Puedes dejar de hablar de ti como si se tratara de otra persona?
Se queda cayada por algunos segundos, pero, finalmente, asiente en respuesta.
―Sé que no hay palabras para justificar lo que te hice en el pasado ―la miro a los ojos y, no sé por qué, pero hay algo en ella que se siente diferente―, no obstante, te ruego que me permitas resarcir el daño que hice.
Eleva su mano e intenta apoyarla en mi mejilla, pero me alejo antes de que lo haga. Me siento demasiado vulnerable como arriesgarme a que me toque. No sé de lo que sería capaz de hacer.
―Nada de lo que hagas podrá cambiar nuestra situación actual.
Deja caer la mano.
―Al menos déjame ser la madre que Mateo y Lara necesitan ―niega con la cabeza―. No te pido nada más.
Se me rompe el corazón en cuanto veo que las lágrimas comienzan a deslizarse por las esquinas de sus ojos. Sin razonar si quiera en lo que estoy haciendo, me acerco, elevo mis manos y seco sus lágrimas. Nuestros rostros quedan a pocos centímetros de distancia, tan cerca que puedo sentir su aliento golpear contra mi piel. De repente, los muros que he estado levantando alrededor de mi corazón, durante las dos últimas semanas, se desploman vertiginosamente. Nos miramos a los ojos como si no existiera un mañana, como si esta fuera nuestra única oportunidad para recuperar todo el tiempo perdido. Se suponía que iba a poner distancia entre nosotros, sacarla de mi alma y de mi corazón. ¿Y qué es lo que estoy haciendo?