Identidad prestada

Capítulo 61 Lo que fui para ellos

El silencio de la estancia apenas lo rompe el tic-tac de un reloj antiguo. Kevin se apoya en el escritorio de madera con los brazos cruzados, mientras Evangelina, sentada, sostiene entre sus manos la fotografía de Lara y Mateo. La luz de una lámpara tenue proyecta sombras largas en las paredes, como si el pasado quisiera arrastrarse al presente.

―Hablé con Lorenzo ―Evangelina aparta su atención de la imagen y se me queda mirando―. Le pedí que activara el protocolo. Vamos a reunir todas las pruebas del fraude. No podemos seguir esperando a que Susana decida el cuándo y el cómo.

Ella se queda callada, pero pudo notar su inquietud. En cambio, Kevin no duda en apoyar la decisión que he tomado con respecto a esta situación.

―Bien. Eso era lo que teníamos que hacer desde el principio ―comenta con tono firme y más entusiasmado de lo que alguna vez pude verle―. Ya tenemos lo necesario. Lorenzo está preparado para presentar las pruebas ―da una suave palmadita sobre el escritorio―. Si nos detenemos ahora, le damos espacio a Susana para contraatacar. Sabes cómo es ella.

Asiento en acuerdo.

―Lo sé, pero no puedo dejar de pensar en nuestros hijos ―susurra Evangelina con voz insegura―. Si esto se hace público, sus vidas se verán afectadas.

Deja el portarretrato sobre el escritorio y se frota la frente con preocupación.

―¿Sabes cuántas veces he visto cómo personas como Susana se salen con las suyas solo porque alguien quiso “evitar el escándalo”? ―comenta Kevin, indignado―. Esto no es nobleza, Evangelina… es ingenuidad.

Ella gira su cara y lo mira a los ojos.

―No es ingenuidad, Kevin. No te equivoques ―sube el tono de su voz―. Es amor ―niega con la cabeza―. No por ella, sino por mis hijos ―mi corazón duplica sus latidos―. No tienen siquiera conciencia de quién es Susana, porque ella nunca quiso tener nada que ver con ellos ―se defiende como una mamá leona―. Pero yo sí sé quién es ―cierra los ojos e inhala profundamente―. Y, aunque nunca les dio nada, sigue siendo su madre.

Me levanto de mi silla, rodeo el escritorio y me acuclillo delante de ella. Tomo sus manos entre las mías, me sorprende lo heladas que están.

―Por eso vamos a hacerlo bien, cariño ―acaricio el dorso de sus manos con las yemas de mis pulgares―. Sin escándalo, pero con decisión. Lorenzo sabe cómo mover las piezas sin levantar sospechas ―elevo la mano derecha, le ofrezco una sonrisa cálida y le acaricio la mejilla―. Cuando tengamos todo, Susana estará acorralada. No tendrá a dónde correr.

Mis palabras apenas pueden ofrecerle el alivio que necesita. Puedo notarlo en sus ojos.

―¿No lo entiendes, Emiliano? ―Evangelina niega con la cabeza―. Eso le da poder legal y emocional.

De repente, Kevin se levanta de su silla y comienza a moverse como un animal encerrado, dando vueltas frente al escritorio. El aire se siente espeso, como si la conversación estuviera por romper algo que no se puede reparar.

―Ese poder puede ser un arma ―interviene Kevin en respuesta, tocándose el cabello con inquietud―. Susana puede presentarse mañana ante un juez, llorar frente a una cámara, y de pronto, ¡pum! Una orden, un cambio en la custodia, una visita forzada ―hace una breve pausa―. Una mentira convertida en historia oficial.

Joder. Susana usará esa arma contra nosotros.

―Tiene que haber otra manera de hacerlo.

Indica Evangelina con nerviosismo. Kevin se da la vuelta y la observa con incredulidad.

―¿Y qué? ¿Prefieres que vivan creyendo que ella es una víctima? ¡Evangelina, ella no se va a detener! Cada segundo que la protegemos es uno que ella usa contra ti.

Mierda, esta discusión no va por buen camino.

―Lo sé, pero tiene que encontrar una opción menos traumática para los niños ―responde mi mujer, mirándolo directamente―. No quiero ver a mis hijos arrastrados en el barro ―sus ojos se anegan de lágrimas―. Tú no sabes lo que significa criar hijos que no nacieron de ti, pero que te miran como si lo fuesen.

Cada palabra que dice, se clava en mi corazón. Esta mujer es la madre de mis hijos, aunque no lleven su sangre en sus venas, aunque no los haya parido.

―¿Entonces qué propones? ¿Qué le enviemos una carta pidiéndole que se arrepienta? ¿Que nos reunamos para hablar entre adultos? Esto no es una novela rosa, Evangelina. Es la maldita vida real.

Me pongo de pie súbitamente y enfrento a mi buen amigo. Sé que él quiere ayudarnos a resolver esta situación, pero no voy a permitir que pierda el control delante de Evangelina.

―Kevin, por favor. Tienes que calmarte.

Pongo una mano sobre su hombro.

―No, no lo es. Es la vida de dos niños que amo como si fueran míos. Y si eso significa enfrentarla en silencio, entonces sí. Prefiero que esta batalla se pelee fuera del foco. Si nos adelantamos, si vamos directo al escándalo, despertamos a esa parte de ella que vive del caos ―insiste, decidida―. Ella no los quiere, pero le encantará vernos destruidos por defenderlos.

Kevin resopla, frustrado.

―Entonces... ¿Esperamos? ¿La dejamos jugar su partida y rezamos para que no decida cambiar las reglas?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.