Elen estaba total y completamente frustrada. Estaba sentada rígidamente en su mesa, hace más de 2 meses que había adquirido el puesto de secretaría y el agobio no se hacía menor a medida que pasaba el tiempo. No era por el trabajo, tenía experiencia y era muy buena en ello. Solo tenía que mantenerse organizada y todo funcionaría.
El punto duro de su trabajo, el cual la mantenía horriblemente tensionada des de el primer día, era su jefe. Su muy rudo y frio jefe. Resulta, que termino siendo la secretaría del presidente general de su empresa. No es que su cargo la asustara ni nada por el estilo, tenía por hecho, que si rendía bien en su trabajo todo saldría bien.
Lo que la tenía al límite, era quien era él. Marcus Kolds era de los hombres más hermosos de la historia, con su metro ochenta y su gran tamaño, podía fácilmente intimidar a cualquiera. Aunque hablando por la mitad femenina del mundo, más que intimidadas las mujeres se sentían atraídas por él. De una manera casi magnética.
El pelinegro de ojos azules podía parar el trafico con una de sus miradas y ni hablar con su dominante y gruesa vos. El hombre era claramente más que guapo y lo sabía.
Pero no era eso lo que me tenía casi al borde de la locura, era el hecho de que no se acordaba de mí. El día antes de comenzar a trabajar me había despertado sola en mi habitación de hotel, sola con mis recuerdos de lo que fue la noche más apasionada de mi vida. Imagine que jamás me volvería a al tipo, solo me quedarían las memorias de sus ardientes besos y aun más ardientes caricias. Estuve suspirando por mi hombre desconocido todo el camino hacía mi nuevo empleo.
Imaginen mi sorpresa al ver mi hombre ardiente de nuevo, casi caigo en coma. Pero me sacaron pronto de mi transe, no solo lo volví a ver. Sino que era mi jefe y no tenía la mas mínima idea de quién era. No me recordaba, en ningún momento vi reconocimiento en su mirada, ni la más mínima reacción. Solo nada.
Me encantaría poder decir que eso no me toco, pero diablos. Yo estaba prácticamente alucinando por nuestra noche juntos y el tipo ni me registraba. Solo se sentó y empezó a darme órdenes como si nada. Me sentí horrible, el hecho de no ser lo suficientemente genial como para ser recordada le dio un gran tirón a mi ego.
Pero lo supere, o eso creí. Con el paso de los días solo me molestaba mas y el hecho de sentirme endemoniadamente atraída por él, no ayudaba en lo más mínimo. Esto junto a mí, ahora habitual, malestar matutino no era una buena combinación.
Con un humor de perros y sintiéndome como gelatina, respire profundo.
Hora de enfrentarse al jefe.