Mientras Francisco por su mente hacia un recorrido por su vida, la tensión se había infiltrado en las calles de Nova Tenochtitlán. Mientras Magno pronunciaba su discurso de doble moral y desprecio hacia los libres, una multitud en el continente vecino se había congregado en un punto central de la ciudad. En medio de los edificios y calles que reflejaban la majestuosidad y la arquitectura única de Nova Tenochtitlán, una atmósfera lúgubre y desafiante se apoderaba de la multitud.
El hombre que yacía inerte en el suelo era un libre cuyas vestimentas hablaban de su sabiduría y conexiones profundas con el conocimiento ancestral. Vestía túnicas de colores tierra y piedra, tejidas con hilos cuidadosamente escogidos que contaban historias de su gente. Sus arrugas marcaban la historia tallada en su rostro, un testimonio de años de sabiduría acumulada.
Las miradas de los habitantes que lo rodeaban eran una mezcla de sorpresa, consternación y, en algunos casos, odio. Los ropajes que portaban hablaban de su afiliación a un movimiento más radical dentro de Nova Roma. Sus atuendos eran diferentes a los que se veían comúnmente en Nova Tenochtitlán, eran elaborados y adornados con elementos ornamentales que representaban símbolos de lealtad hacia Magno y sus ideales. Eran los mismos ropajes que, minutos antes, habían vitoreado al ver el asesinato del sabio.
La escena estaba marcada por el caos y el choque de emociones. Los golpes y gritos habían sido la respuesta a las palabras del sabio, palabras que hablaban de la unidad entre los dos imperios y de la importancia de comprender y aceptar las diferencias. Pero para algunos en la multitud, estas palabras no resonaban en sus corazones, en su lugar había resentimiento y rabia.
El sabio yacía en medio de la calle, su cuerpo llevaba las huellas del ataque brutal. El silencio que se cernía sobre la multitud parecía llevar un peso inmenso, una mezcla de remordimiento y asombro por lo que habían hecho. Algunos se apartaban, desviando la mirada del cuerpo inerte, mientras otros lo observaban con una extraña mezcla de satisfacción y desconcierto.
La escena, en su totalidad, parecía una instantánea del conflicto latente que se escondía bajo la superficie. Aquí, en Nova Tenochtitlán, los ideales de Magno habían tomado forma en la violencia misma, un reflejo doloroso de cómo las divisiones y las ideologías podían arrastrar incluso a aquellos que alguna vez compartieron una comunidad en común.
En medio de la multitud, Alejandro observaba con incredulidad y tristeza. No podía evitar notar cómo algunos controlados en la multitud aplaudían y vitoreaban el acto, mientras que otros miraban con horror y repudio. Era como si la división entre aquellos que apoyaban las enseñanzas de Magno y aquellos que resistían su ideología se estuviera manifestando de manera brutal en el mismo día en que asumía el poder.
La complejidad de la situación era abrumadora. Mientras Magno alzaba la voz en su discurso en el bastión de Nova Roma, la multitud en Nova Tenochtitlán rugía en una especie de simetría inversa. Alejandro sentía que los imperios estaban entrelazados por hilos invisibles, hilos que parecían estar siendo tensados y entrelazados por manos desconocidas.
Mientras Alejandro se encontraba absorto en la pantalla del dispositivo que transmitía el discurso de Magno, un murmullo de inquietud comenzó a extenderse por la cafetería. La noticia del asesinato se propagó como una sombra ominosa, captando la atención de todos los presentes. La conmoción en el ambiente era palpable, y los rostros se llenaron de asombro y preocupación.
Las voces comenzaron a elevarse en un murmullo apresurado, mientras la multitud intentaba comprender lo que había sucedido. Los ojos se posaron en las pantallas que transmitían el discurso de Magno, y luego se dirigieron hacia las ventanas que daban a la calle. A unas cuadras de distancia, la escena del crimen estaba enmarcada por una aglomeración de personas, autoridades y gritos ensordecedores.
Alejandro sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Dejó su asiento en la cafetería y salió corriendo, ignorando las miradas curiosas que se posaban sobre él mientras atravesaba el local. Cada paso que daba era impulsado por la urgencia y la necesidad de llegar a la escena lo más rápido posible.
Las calles estaban llenas de actividad frenética. Los ciudadanos se congregaban, tratando de obtener una visión del lugar del crimen. Los murmullos y los lamentos llenaban el aire mientras los guardias intentaban mantener la situación bajo control. Alejandro llegó al lugar, su respiración agitada por la carrera y su corazón latiendo con fuerza.
El cuerpo del sabio yacía en el suelo, rodeado por una barrera de autoridades que intentaban preservar la escena del crimen. Su mirada se posó en el rostro del difunto, las marcas de la violencia eran evidentes en su expresión serena, que ahora estaba teñida de la tristeza de un final prematuro.
Una oleada de pensamientos e interrogantes inundaron la mente de Alejandro. ¿Quién podía haber perpetrado semejante acto? ¿Qué motivaciones o ideologías impulsaron a alguien a cometer un crimen en pleno día? Mientras observaba la escena, un escalofrío recorrió su espalda. No podía evitar sentir que había algo más profundo y oscuro detrás de este asesinato, algo que se ocultaba en las sombras de los imperios y que amenazaba con desencadenar una cadena de eventos aún más devastadores.
La violencia y la muerte eran síntomas de un conflicto más profundo, uno que no podía resolverse simplemente con discursos grandilocuentes o actos de venganza.