Magno, con su imponente presencia, se hallaba en el corazón del bastión central, una estructura arquitectónica única que combinaba el esplendor y la majestuosidad de los elementos romanos. Su trono, adornado con detalles intrincados, le confería un aura de poder indiscutible. Desde allí, revisaba con atención los informes que fluían desde el coliseo de las llamas.
Los hologramas proyectaban las imágenes de Francisco, Alejandro, Daina, marcando un hito en el plan de Magno. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, se llenaron de ira al observar que el grupo había logrado infiltrarse en el coliseo. Sin embargo, la incertidumbre sobre si habían salido del coliseo o no, debido al caos generado por el gladiador descontrolado, añadía una capa de tensión al ambiente.
Magno, en su trono, era la personificación de la autoridad suprema en Nova Roma, y la furia que resplandecía en sus ojos presagiaba un cambio significativo en su estrategia para mantener el control.
Magno, con un tono autoritario que resonaba en toda la sala del trono, levantó la mano llamando a los guardias que custodiaban el inicio de la estancia. Los guardias, entrenados para responder con respeto absoluto, se arrodillaron ante su líder supremo, mostrando la disciplina y obediencia que caracterizaban a las fuerzas de seguridad de Nova Roma.
Con gestos calculados, Magno indicó con un ademán firme: "Es momento de reunir a todo el parlamento. Traigan también a la basura que mi padre aceptaba". La mención de "la basura" indicaba claramente su desprecio por aquellos a quienes su predecesor toleraba, señalando un cambio drástico en la percepción de quienes merecían estar presentes en ese consejo.
Los guardias, tras recibir la orden de Magno, se dirigieron con precisión hacia una serie de paneles holográficos estratégicamente ubicados en la sala del trono. Sus ágiles movimientos indicaban una ejecución eficiente y coordinada. Con gestos rápidos, enviaron los mensajes correspondientes para convocar a todo el parlamento, incluyendo a aquellos a quienes Magno despectivamente llamaba "la basura que mi padre aceptaba".
Después de completar la tarea, los guardias descendieron por pasillos que se extendían por el corazón del bastión central. Este majestuoso edificio se alzaba sobre la ciudad, y los pasillos iniciales estaban adornados con retratos de los antiguos emperadores, incluyendo imágenes del propio Magno. La opulencia de esos niveles superiores contrastaba con la oscura realidad que aguardaba más abajo.
Mientras descendían, los guardias comentaban entre ellos sobre el padre de Magno. Aunque compartía el desprecio hacia los libres, el antiguo emperador se destacaba por haber permitido la presencia de algunos libres respetados en el parlamento. Sin embargo, desde la llegada de Magno, estos libres fueron desterrados a los calabozos, un cambio drástico que marcaba el nuevo orden del imperio. la arquitectura cambiaba. Los lujosos pasillos se volvían más austeros, adoptando una paleta de colores más gris y sombría. Esta transición no solo marcaba el cambio de estatus social, sino que también servía como recordatorio tangible de la diferencia entre los niveles superiores y la cruda realidad que aguardaba en las profundidades del bastión central.
Los guardias, con expresiones de desagrado, procedieron a abrir una celda que albergaba a cinco personas. Los prisioneros, al notar la entrada de los soldados, retrocedieron y se agruparon, sus rostros reflejaban un temor palpable, indicando claramente que habían sido víctimas de abusos en numerosas ocasiones cuando los guardias entraban por esa puerta.
Las tobilleras de acero con intrincados diseños que llevaban puestas eran testigos mudos de su encierro y sufrimiento. Al ver a los guardias, su primera reacción fue retroceder y juntarse, como si anticiparan más tormento. Las expresiones de terror en sus rostros revelaban el miedo arraigado por experiencias previas.
Los guardias, por otro lado, mostraron su desagrado al tener que lidiar con los libres. Era una tarea que odiaban, pero su deber se imponía. Al entrar, en un tono burlón, mencionaron: "El gran Magno los convoca, miembros honorables del parlamento". La ironía en sus palabras resonó en el aire mientras, con agresividad, tomaron a los guardias, desactivando sus grilletes y permitiéndoles salir de la celda. La situación se tornaba cada vez más tensa.
La cámara del parlamento era un majestuoso recinto, lleno de detalles ornamentales que evocaban la grandeza y el poder de Nova Roma. Los muros estaban adornados con retratos de emperadores y conquistadores que marcaban la historia del imperio. En el centro, se alzaban nueve sillas imponentes, casi tronos, pero con una elegancia simplificada.
Cada silla llevaba un símbolo tallado en su respaldo: una hoja, un martillo, un diamante, un dragón, una espada, un escudo, un pegaso, una moneda y una llama. La última silla, la del símbolo de la llama, permanecía vacía, un recordatorio de la ausencia de alguien importante.
Los ocupantes de las sillas eran figuras de edad avanzada, pero sus miradas eran frías y calculadoras, reflejando la astucia y la experiencia acumulada a lo largo de los años. Cada uno de ellos, al ser anunciado, pronunciaba una frase que simbolizaba la esencia de su función en el imperio.
Kantz, el señor de las cosechas: "Que el alimento nunca falte en tu mesa, mi emperador."
June, el arquitecto: "Construyendo el futuro de Nova Roma, siempre a tu servicio."