El coliseo de los laureles, el corazón de la elite de Nova Roma reveló sus secretos a medida que Alejandro avanzaba por sus corredores. Las puertas de acceso, adornadas con llamas danzantes, se abrían ante él, revelando un escenario sorprendentemente inesperado. En lugar de la imagen esperada de un coliseo de batalla, se encontró con una serie de pasillos que parecían más los de un complejo hospitalario.
Las llamas que decoraban cada puerta iluminaban el camino de Alejandro, guiándolo hacia lo desconocido. Al adentrarse en la primera sala, la atmósfera cambió drásticamente. Instrumentos médicos, monitores parpadeantes y camas alineadas llenaban el espacio. La iluminación cálida pero estéril revelaba la verdadera naturaleza del coliseo.
En el centro de la sala, una cama imponente ocupaba un lugar destacado. Un hombre yacía en la cama, conectado a una miríada de dispositivos médicos que emitían zumbidos y pitidos. Los tubos se entrelazaban con su cuerpo, mientras los monitores reflejaban la complejidad de su condición. Era una escena que contrastaba fuertemente con la imagen de Magno que todos conocían.
Magno, la figura que se alzaba imperturbable junto a la cama miró a Alejandro con ojos que resplandecían con una intensidad inusual. Su presencia en la sala, en lugar de inspirar temor, transmitía una sensación de fragilidad. Había un aire de vulnerabilidad alrededor de la figura que, hasta ese momento, había sido un tirano despiadado.
"Has llegado lejos, libre", dijo Magno con una voz débil pero llena de autoridad. "Este es el corazón de mi reino, donde la verdad yace al descubierto".
El lugar resonaba con un silencio quebrantador, solo interrumpido por los sonidos mecánicos de los equipos médicos. Alejandro, sorprendido por la revelación, se mantuvo en guardia mientras observaba a Magno.
Como último acto de buena voluntad antes de acabar contigo, te contaré lo que está pasando aquí. Yo soy Pyro."
Alejandro frunció el ceño, asimilando la revelación. "¿Pero el cuerpo de Pyro no estaba en el coliseo de las llamas?"
Magno, o más bien, Pyro, asintió. "Eso era otro cascarón. Verás, el discurso maldito tiene muchas ventajas. Si haces los sacrificios adecuados, puedes alterar muchas cosas: recuerdos, sentimientos, todo de las personas que te escuchan. Después de pronunciar el discurso maldito y matar a casi todos en el bastión de la familia de la llama, quedó un niño, Magno. Logré usarlo, dominarlo con mi discurso, mi habilidad recién despertada."
Alejandro estaba atónito, procesando la información. "¿Pero por qué todo esto? ¿Por qué la tiranía y la opresión?"
Magno, o, mejor dicho, Pyro, suspiró, como si el peso de sus acciones se hiciera más evidente en ese momento. "La humanidad es compleja, llena de sombras y luces. En mi búsqueda por unificar y fortalecer, me perdí a mí mismo. Aprendí que la única forma de mantener la paz era imponerla.”
Pyro movió el cuerpo de Magno haciendo ademanes, controlando el poder del cuerpo que había dominado con el discurso maldito. Flamas se manifestaron en sus manos, iluminando la sala con una luz siniestra.
"Aprendí a controlar el poder del cuerpo que controlo con el discurso maldito. Cuando todos los libres que estaban en el bastión lucharon a mi lado y murieron por mi culpa, lo entendí. Eran escoria. Yo había ascendido con todos los controlados, y como dios, debía purificar este mundo. Odiaba escuchar cómo me llegaban noticias de vandalismo con mi nombre hecho por libres en las calles de Nova Roma, como un símbolo de resistencia. Quería aplastar a esas cucarachas, y lo estoy haciendo. En estos momentos, mis gladiadores, libres convertidos en controlados, acelerados, controlados por mí, están asesinando a cuanto libre se topen aquí en Nova Roma o en Nova Tenochtitlan."
La revelación dejó a Alejandro sin palabras, enfrentándose a la complejidad de la verdad detrás de la fachada de Magno. La elección de cómo proceder recaía ahora en sus manos, mientras las llamas titilaban, esperando la decisión final que cambiaría el destino de Nova Tenochtitlan.
Alejandro, con la mente llena de furia y confusión, se enfrentó a Pyro con preguntas exaltadas. "¿Cómo puedes justificar todo esto? ¿No te importa el sufrimiento de tu gente, de la gente inocente? ¡Libres y controlados, ambos son humanos!"
Pyro, utilizando el cuerpo de Magno como un títere, respondió con desprecio. Lanzó una llamarada, sus palabras ardían con una ferocidad inhumana. "No llames a esas cucarachas humanos. No están a nuestro nivel."
La sala se llenó de la luz anaranjada de las llamas mientras la confrontación verbal se intensificaba. Alejandro, cada vez más exaltado, gritó en respuesta. "¿Nuestro nivel? ¿Es eso lo que piensas, que estás por encima de todos? ¿Qué te hace pensar que tienes el derecho de jugar con las vidas de las personas como si fueran peones en tu retorcido juego?"
Pyro se rió, una risa que resonaba con una mezcla de crueldad y desdén. "Porque yo soy el único que ve la verdad. La humanidad es débil, corrupta. Solo mediante el control se puede alcanzar la verdadera grandeza."
Alejandro, con los puños apretados, se enfrentó a Pyro con determinación. "Esa no es grandeza, es tiranía. Tu visión está distorsionada por tu propio poder. ¿Acaso no ves el dolor y la destrucción que has causado? ¿Realmente crees que tu camino es el correcto?"
Pyro, en el cuerpo de Magno, dio un paso hacia adelante, desafiante. "El sufrimiento es el precio de la grandeza. Los débiles no merecen estar en la cima. Solo a través de la dominación podemos alcanzar la paz verdadera."