Impostor en su propia casa

Capitulo 1

La alarma empezó a sonar marcando las 4:34 ,la ventana mostraba una leve niebla fría aún esperando la salida del sol, de un manotazo, Adrián apagó la alarma frustrado por no descansar lo suficiente. Levantándose a regañadientes se puso sus pantuflas afelpadas, cruzó su pequeño cuarto estudio en tres pasos que rechinaban en la madera vieja del suelo y entró al baño, mientras orinaba alcanzaba a ver su reflejo en el espejo de pared distorsionado por la suciedad y el moho, rascándose esa barba que parece sucidedad de 3 días buscando desde distintos ángulos un buen perfil de su desorganizado rostro, sin pensar más en eso y con poco tiempo entro a la ducha y tomó un baño caliente, a la vez que se cepillaba los dientes.

No pasando más de 6 minutos salió del baño aún con un poco de jabón, apurado empezó a buscar ropa mientras que el vapor caliente y el olor a perfumes de baño se propagaba por toda la habitación, Un pantalón de mezclilla y una camisa a cuadros fue suficiente, prendió su pequeña cafetera junto a la estufa, amarrandose los zapatos empezó a angustiarse al no saber si llegaría a tiempo, y maldiciendo la alarma que sonó media hora después, tomó su morral, sirvió ese tinto amargo en un pequeño termo y salió dejando su apartamento desprolijo. Las escaleras se le hacían eternas, miraba el reloj y pensaba "aún tengo tiempo", al salir del edificio caminó unas cuantas cuadras hasta llegar a la parada de buses. Tomo el 3-43, rumbo a la estación de TransMilenio , alcanzó a tomar un asiento entre la multitud que tomó el primer bus, se puso sus auriculares y fijó su mirada en la ventana, tarareando una lenta melodía observaba el panorama, 5:06 y el alma obrera de la ciudad empezaba a tomar las frías calles capitalinas.

5:24, entre empujones y gruñidos se hizo paso entre la multitud intentando entrar desesperado en la apretada caja de metal a la que los locos llaman transporte público, a duras penas y coste de dejar a una pobre señora por fuera, pudo entrar e incorporarse entre la gente sintiendo como se compactaba entre la multitud, siguió tarareando su canción, para no pensar que tendría que atravesar toda la ciudad en esa incomoda posición y chocando con todos en cada bache y en cada frenon. Después de una hora de tortura, salió a empujones y casi cayendo de cara, se fue de afanes y empezó a correr para llegar a tiempo a su trabajo, 6:30 en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, empujó la puerta de cristal y se dirigió al ascensor.

—Buen día, Adrian—Le dijo la recepcionista.—Justo a tiempo, ¿eh?

—Como siempre, Carla—respondió sin emoción.

Subsuelo 2 - departamentos de envíos; se abrieron las puertas, sus compañeros de trabajo voltearon a ver por un momento, intercambiaron mirada por un instante y siguieron con lo suyo, Adrián fue a su casillero y se puso su chaleco reflectivo con su nombre grabado y sus guantes de trabajo.

Cajas, cintas, y guías imprimiendo, todo en perfecta sintonía junto a los trabajadores, ninguna palabra, solo personas concentradas en su labor.

El ruido del timbre marco la hora de descanso, casi todos los trabajadores salieron a comer en los puestos callejeros, Adrián y un colega, Joel, se quedaron, agarraron su "refrigerio" y se sentaron en el suelo a platicar.

—¿Solo café?—dijo con leve angustia—El cuerpo necesita más que pura cafeína, por eso estás tan delgado, Adrián.

—Ahora mismo me estoy dando el lujo de tomar cafe y no agua de la llave—dijo despreocupado, sacudiendo su termo.

Joel saco una bolsa arrugada y maltratada, de ella saco dos roscones azucarados y duros, de esos que se compran y se olvidan en un rincón de la alacena; Le dio un golpecito a uno de los roscones, el sonido duró y hueco del pan no fue problema ni queja para Adrián, que saco un par de vasos de plástico y le ofreció café a cambio de uno de los roscones.

—no entiendo cómo tiene problemas para llegar a fin de mes, Adrian—Dijo Joel mientras sumergía el roscón en el café.

—Mis hobbies son caros ¿Sabe cuánto cuestan los lienzos y la pintura?—respondió sin prestar mucha atención.

—Aun así debe organizar bien su plata—le dijo y tomo un sorbo largo de cafe.—Raul me contó que ya está cansado de su pedidera de plata.

—En primer lugar a usted eso no le importa-respondió a la defensiva.-En segundo, Raúl sabe que siempre le pago, no debe de estar quejándose.

—Tampoco se ponga así, yo solo decia—Dijo, rodando los ojos y se levanto.

Joel se dirigió a su casillero y guardo sus cosas, se recostó en la pared y empezó a revisar su celular. Adrián se levanto y salió del edificio, se alejo un poco y saco una cajetilla arrugada de rothman junto a una pequeña mechera con poco gas y se quedó a fumar hasta que acabase su descanso, observando el curso caótico del centro la ciudad, pensaba en qué podía ser mucho mejor, en que su paso en ese trabajo sería breve, y que en unos meses encontraría una mejor oportunidad, cosa que pensaba cada día desde hace 6 meses.

De nuevo en el trabajo, todos estaban plenamente concentrados en el labor, algunos con signos de cansancio pero a espera de ese timbre que marca el final de su turno, Sin rechistar, sin protestar, solo trabajar.

Sono el timbre y Adrián fue el primero en reaccionar, tomo sus cosas y se dirigió al ascensor sin despedirse o decir palabra alguna a alguien, los demás acostumbrados a su actitud se ahorraron la queja, al llegar a la recepción fue más de lo mismo.

—Que afán que lleva, Adrián¿Por qué las prisas?—le dijo la recepcionista con amabilidad.

Adrián solo la miro, le señaló sus audífonos en seña de que no la podía escuchar y salió rápido del edificio, cuando en realidad ni los había conectado, ante esto Carla la recepcionista, solo solto un largo suspiro y continuo con su trabajo. Lo primero que hizo al salir fue sacar otro cigarro de manera casi instintiva y desprendiendo un olor a exhosto de carro viejo tomo rumbo a casa, repitiendo el mismo agotador viaje, con la diferencia de que su afán fue recompensado por un asiento en el TransMilenio.




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