Apenas ingresó a la vieja casona cuando ante él se materializó una figura femenina resplandeciendo con un hermoso vestido blanco colonial. Ella era alta y regia, su cabello, ondeando sin que mediara viento alguno, apuntaba a su dirección. La visión desapareció en el momento en que la madre del muchacho apareció en el pasillo.
—¿Hijo?, ¿qué tienes?— preguntó la mujer sorprendida por la rigidez de su hijo cuando tocó su hombro para apresurarse a entrar al despacho de su difunto padre.
Todos en la familia Villaroel sabían la fama de la casona y los rumores de espectros merodeando la finca. Para nadie era una sorpresa, pues estaban acostumbrados a los murmullos, a los ruidos extraños y las sombras que solo se podían ver por el rabillo del ojo. Sin embargo, para Diego resultó impresionante aquella figura traslúcida materializada en un cuerpo humano.
En ese momento no supo qué decir o cómo reaccionar, ni siquiera se atrevió a comentarlo a su madre por temor a que lo tachará de bromista ya que antes de visitar la casa, había asegurado que no creía en fantasmas y todos los inventos tanto de sirvientes como de familiares.
—¿Diego? — insistió Leonora —¿qué tienes hijo?, parece que viste un...
El joven comenzó a toser antes de que su madre pudiera terminar la frase. Sobresaltado, en un principio, por la intensidad en la voz de su madre, luego por la brusquedad con la que el ente desapareció a escasos metros, justo al doblar al pasillo de servicio. Diego se las arregló para recobrar la compostura, alisando los pliegues invisibles de su saco negro.
—No pasa nada, mamá — carraspeó.
—También la viste, ¿verdad? — cuestionó la madre, afligida.
—Me sorprendió lo desgastadas que están las paredes, eso es todo. Ya lo dije antes, no creo en esas tonterías —mintió.
Y en parte había algo de razón en su afirmación. La casona ha logrado sobrevivir a diez generaciones de Villaroel, pero solo en las últimas cuatro, el deterioro a causa del paso del tiempo ha provocado severas afectaciones en la construcción. Todo a causa, principalmente, del clima templado y lluvioso de la zona, de las grietas en muros y techos producto de las transmisiones de agua. Se ha hecho de todo, desde impermeabilizar los techos hasta remodelar habitaciones.
Diego culpa a la mala gestión de su tío, a su evidente incapacidad para mantener la propiedad en buenas condiciones. Dinero no falta y, sin embargo, no logran quitar las manchas de agua tanto en paredes como en pisos. Pero ahora que la última voluntad de la abuela está a punto de dictarse, las cosas pueden cambiar.
Hace menos de un mes, el abogado de la familia informó a los Villaroel Zarza que Diego fue nombrado como heredero único del patrimonio de la Angela Marquez de Villaroel. De esta manera, los tres hijos varones y una hija quedaron fuera del testamento, para asombro de todo el mundo. Para nadie es un secreto que el padre de Diego fue el hijo favorito de Angela, por eso cuando este falleció en un accidente automovilístico, la mujer decidió distanciarse de los demás quedando recluida en la vieja casona.
Desde que recibió la noticia por parte del abogado de la familia sobre haber sido nombrado como heredero único, decidió que ninguna de esas nimiedades y supersticiones afectarían su buen juicio.
La decisión de Angela trajo un inesperado alivio para los Villaroel Zarza, pues significaba un respiro a la infinidad de deudas contraídas por el padre de Diego. Disponer de la fortuna acabaría con todos los males, aseguraría las vidas de las cuatro mujeres más importantes en la vida del joven. Así que por ese motivo, decidió que ninguna de las leyendas de fantasmas y otras supersticiones afectarían su buen juicio. Por el bien de sus hermanas Nadia, Lizeth y de su madre Carina.
Dentro del despacho se encontraban reunidos los tres hermanos del difunto y una tía. Los cuatro una cara de pocos amigos, sentados en hilera frente al abogado. Las dos hermanas mayores de Diego esperaban junto a la ventana que daba a los plantíos de narcisos. El abogado, en cuanto vio que Diego y su madre entraron, tomó la palabra para anunciar el reparto de los bienes de Angela Villaroel. Aunque todos sabían quién heredó los bienes, aún desconocían lo que pasaría con la vieja casona que continuaba en disputa desde que Rogelio Villaroel, esposo de la difunta, seguía con vida.
Al morir el abuelo la finca y los plantíos de narcisos quedaron a nombre de la abuela quien, a su vez, dejó la gestión en manos de Humberto, el padre de Diego, dejando fuera a los otros tres hermanos. El mayor de ellos era un despilfarrador; el que le seguía, un enamoradizo sumido en el alcohol; el otro, un ambicioso capaz de vender a su madre si tuviera la oportunidad; y el menor, un impulsivo que tomaba pésimas decisiones. Ninguno, a juicio del abuelo, tenía el derecho a conservar y proteger las tierras que tanto habían costado a generaciones.
El abogado anunció que Diego no solo heredó el cincuenta por ciento del dinero depositado en fideicomisos, sino que también era dueño de la vieja casona, de las miles de hectáreas de tierras, de los cultivos de narcisos y de los establos.
—Dejo el legado de mi esposo, del padre de él, del abuelo, bisabuelo y tatarabuelo únicamente al hijo de mi hijo no por capricho, sino por la voluntad y la costumbre que rige al apellido. De todos los hombres que quedan en la familia, es el único que puede y podrá con la misión encomendada de cuidar los narcisos, la flor de la familia, el emblema de generaciones. Solo así, los que sobrevivan tendrán paz y los que ya no estemos, descansaremos aunque no lo merezcamos.