In eternum

3

—¿No querés tomar una cerveza? —lo invité como para sentirme un poco mejor.

Pablo sonrió y se ruborizó. ¿Se ruborizó?

—No soy de tomar mucho alcohol pero gracias. —Había bajado la vista y me di cuenta que tenía unas pestañas muy largas y arqueadas—. Tengo que irme y si tomo, me voy a quedar dormido. —Volvió a sonreír y empezó a caminar hacia la puerta. Lo seguí, esperando que ese rubor no haya sido por pensar que me lo quería levantar o algo por el estilo. Nada más lejos de mis pensamientos. Me había quedado mal por lo de que vivía en un hotel. Nada más.

Tiempo atrás había tenido un compañero de trabajo que vivía en uno y por lo que me contaba, era horrible. Tenía que compartir baño y cocina con todos sus vecinos de habitación.

Si bien nosotros tampoco teníamos techo propio, mamá y yo trabajábamos y vivíamos en una linda casa cuyo alquiler pagábamos a medias. Por lo poco que sabía de Pablo, vivía con su hermanito y su mamá. ¿No les alcanzaba para ir a un lugar más copado?

—¿Tu mamá trabaja? —pregunté, de bocón que soy, nada más. ¿Qué me importaba a mí? ¿Qué me tenía que meter donde no me llamaban?

—Sí, limpia en varias casas. —me explicó, mientras agarraba el paraguas. Estuve a punto de preguntarle por qué no trabajaba él en otra cosa que no fuera en Marion, que se ganaba tan poco, pero entonces me acordé que tenía un hermanito. Seguramente alguien tenía que cuidarlo... ¡Estas mujeres que tienen chicos y después no tienen con qué mantenerlos! Por suerte me mordí la lengua junto con el salame de mi sándwich. Porque de haberme expresado como pensaba hubiera metido la pata hasta el cuadril.

Se fue y yo me quedé pensando ¡Qué bronca que vivieran en un hotel! Pablo era amanerado y feo, pero era joven. Tenía, según mis cálculos de entonces, más o menos mi misma edad y, por lo que se veía, era un chico educado, sabía leer, escribir, ¡armar un pedido de Marion...! ¡Podría estar trabajando en cualquier otra cosa que le dejara más guita! ¿O no? ¡Qué rabia la gente con poca ambición!

Apagué la tele, doblé la frazada que me había cobijado durante todo el día, agarré una lata de cerveza y fuí a mi cuarto. Decidí darme un baño, previo revisar mis mensajes en el celular. Tenía uno de Ramiro y uno de Hernán,  que eran, respectivamente, mi mejor amigo y mi compañero de laburo. Rami me contaba que había dado bien un parcial —estudiaba odontología— y Hernán que había sido un día de mierda en el negocio. Entre la lluvia y el fin de mes no había entrado ni el loro al local.

Felicité a Ramiro y le mandé un mensaje a Hernán burlándome por el garrón que se había comido. ¡Encima estuvo todo el día sólo en el negocio, qué embole!

Me fui a bañar, listo para meterme en la cama, fumarme un pucho mientras me tomaba mi cervecita y ver algo más de tele ¿qué otra cosa podía hacer? Tenía que dormirme temprano, al otro día ya no me quedaban excusas para no ir a trabajar.

Mamá me despertó a las siete y como siempre, desayunamos juntos.

Suerte que la lluvia había parado. Hacía un frío espantoso y estaba bastante nublado todavía;

—¿Cómo te fue en la reunión con Aurora? —le pregunté mientras le recibía el mate.

—Bien, bien. Hubo kilombo con una vendedora nueva que se mandó cualquiera en los pedidos y terminamos tardísimo de arreglarlo. Pero salió todo en orden. ¿Vos, te sentís mejor?

—Sí, totalmente recuperado. Te anoté en el cuadernito los pedidos de dos minas, que llamaron para agregar cosas. ¡Ah! Y vino el putito de la otra cuadra...

—¡Fede! —chilló—. ¿Desde cuándo te referís a alguien de ese modo?

Desde... ¿siempre?

Largué una carcajada y le devolví el mate. —Perdón, no quise ofender a nadie. Pablo. Anotó un par de cosas.

—¿Lo atendiste bien, no? —Me preguntó con cierto temor.

—¡No! ¡La verdad no lo atendí, ma! —reí mientras me atajaba una palmada en el brazo de mi vieja, que también sonreía—. ¡Ni en pedo lo toco! —grité en medio de la carcajada.

—¡Fede!

—Tranqui, lo traté bárbaro, en serio, hasta le invité una cerveza pero no me aceptó.

Mi madre achinó los ojos, a punto de reprenderme, como cuando era chico.

—¡Ma! ¡Te juro que lo traté bien! Bueno, me voy, que se me hace tarde. —Nos dimos unos besos y me apretó los cachetes.

—Acordate que esta noche salimos para Necochea. Volvemos el domingo. Tenés de todo en casa. Portate bien.

—Sí má, tranqui. Divertite. —Me gustaban esos viajecitos de Marion. Me daban libertad para tirarme todo el día en la cama a mirar tele. Mi gran diversión. Y salir de noche con los pibes, si pintaba.

Dentro de la estación del subte me encontré con Fabio, mi hermano mayor, hijo legítimo de mi papá. Quiero decir, yo también era legítimo, obvio, pero mis viejos no se habían casado nunca. En cambio mi papá sí se había casado con Lorena, la mamá de Fabio,  a la que dejó por mi mamá. Y supongo que por eso nunca fui muy querido por ella. Reconozco que nunca me trató mal, pero creo que prefería mantenerme lejos. Eso sí, nunca interfirió en la relación con mi hermano. 
Fabio me lleva diez años, siempre tuvimos una muy buena relación,; no gracias a mi viejo sino a él, que siempre se interesó por conocerme y darse a conocer. Cuando tenía veinte y yo diez, me pasaba a buscar cada tanto para llevarme al cine, o a tomar un helado. Me gustaba estar con él, me hacía bien. A veces lamentaba que nos viéramos tan poco. Alguna vez habíamos planeado hacer un viaje juntos, pero por una cosa o por otra, nunca lo hicimos.

—¿Qué hacés acá? —le pregunté mientras nos saludábamos con un abrazo.

—Me quedé a dormir en la casa de una amiga, por la tormenta. Vive acá en venida La Plata. ¿Cómo estás, pibe?

—Bien, bien. ¿Una amiga? —pregunté, asombradísimo. 
Mi hermano era, físicamente, todo lo contrario a mí, él era moreno de ojos verdes; yo, medio rubio... castaño claro, con ojos marrones. El era alto y bien armado; yo, algo más bajo; si bien no era gordo, tampoco podía decirse que fuera «flaquito». Tenía mis rollitos y jamás había logrado, pese a esporádicos intentos, el ansiado vientre «tableta de chocolate». El sí. Las mujeres morían por él pero desde hacía cinco años estaba de novio con Irina, una morocha espectacular con la que, hasta las últimas noticias que yo tenía, estaba hasta dispuesto a casarse. Me enteré durante ese encuentro que no.




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