Incluso si no me amas

12. Seré tu peor pesadilla.

Liam se hizo a un lado para que pasara, no obstante, tuvo que poner la mano en el elevador para que no cerrara las puertas con ella ahí mirándolo como si fuera un fantasma. Esperaba esa reacción, y más viniendo de la persona que durante muchos años se dijo así misma, que no quería tener nada que ver con él.

Le ordenó a Julián que no quería en ningún momento que ella supiera en lo más mínimo, que era él la persona con la cual iba a trabajar durante la temporada y que, con justa razón, iban a estar viajando de un lado a otro.

— Tú no… no puedes —Asya literalmente se pegó de la pared del elevador—. Me iré. Sí, eso haré.

— No puedes irte como si nada —él se hizo a un lado, pero sin quitar la mano—. Entra, tienes un contrato que cumplir.

— Es que nosotros…

— Firmaste un contrato por una temporada, la cual son unos largos meses —la cortó de tajo—. Mi padre fue quien hizo ese contrato, por lo que sabes lo que pasará, si no cumples con lo estipulado ahí.

— Tú…

— Sí, ese soy yo —volvió a cortarla—. Entra, hablemos y cumple con tu trabajo, no pasará nada.

— Debí saberlo, nada llega de la nada y menos tan pronto —Asya pasó saliva—. No importa lo que diga el contrato, no cumpliré…

— No me dejas otra opción, porque de aquí no te irás —masculló entre dientes, y la tomó del brazo.

— ¡Suéltame! —gritó asustada—. ¡Por favor!

— ¡No te haré daño! —gritó dejándola libre para cerrar las puertas del elevador—. Cálmate —levantó las manos en señal de paz—. ¿Qué demonios te sucede? ¿Por qué me tienes tanto miedo?

— Solo…, solo no te acerques más a mí, por favor —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Pagaré lo que tenga que pagarte para que este contrato…

— Solo escucha lo que tengo que decirte antes de que tomes una decisión —se mantuvo en su sitio—. Ya que somos familia, no quiero a nadie más tocándome y que luego salgan a decir que yo soy un depravado sexual.

— ¿No eres eso? ¿No fue por esa razón que me engañaste?

— Asya…

— Escucha, Liam —ella apretó su bolso—. Fue una pésima idea todo esto. El contrato se rompe, se termina o lo que sea que quieras, nosotros dos nunca podremos estar juntos, ni siquiera vernos a la cara como se debe y lo lamento.

— No me digas esas cosas —suspiró—. Hagamos algo, me das la fisioterapia como se debe, si no te gusta, pues nos vamos a juicio. Sabes que perderás de todos modos.

— ¿Me estás amenazando?

— Acéptalo cómo quieras —se encogió de hombros, y fue hacia la cocina—. Mi padre fue quien hizo el contrato que firmaste muy conscientemente.

Ella frunció los labios, sintiéndose entre la espada y la pared. Era obvio que aceptaría ser su acompañante durante los torneos, no obstante, si se iba a ir en ese momento, no podía hacer mucho y de una u otra manera tenía que buscar la manera de que le dijera su pequeño secreto.

— Puedo… puedo hacerlo esta vez —dijo al fin—. Solo no me toques o intentes hacerlo.

— Bien —Liam le sirvió un poco de leche—. Tómala, te ayudará —la dejó sobre la encimera—. Estaré en mi habitación, que está hasta al fondo, en el segundo piso —le indicó—. De todos modos, estará abierta la puerta para que entres sin problemas.

Ella asintió no muy bien, y tomó la leche para poder calmarse los nervios. Liam por su parte fue a su habitación, viendo su segundo celular encender la pantalla y el nombre de Rose apareció. Esa mujer no se rendía tan fácilmente y él tampoco daba su brazo a torcer.

No pasaron ni cinco minutos, y ella entró a la habitación. Apagó el celular, dejándolo en la mesita de noche, y tuvo cierta curiosidad en la pequeña mujer que estaba entrando en esos momentos a la habitación. Se notaba algo cansada, curiosa y ni hablar de qué la pobre temblaba.

— ¿Podemos empezar? —susurró—. Debo llegar a tiempo para dormir a mi hija —Liam asintió—. ¿Me indicas en dónde tienes dolor?

— La espalda y parte del hombro derecho —respondió—. Soy todo tuyo.

— Recuéstate en la cama.

Como un niño obediente, se acostó en la cama sobre su abdomen y siguió cada uno de los movimientos de la mujer que alguna vez fue su pareja y qué, por su estúpido error, la perdió. Ella paseó sus manos por su hombro, dejándole a entender que sabía lo que hacía.

— Tienes este hueso más débil que el otro, o al menos es lo que palpo —tomó una crema—. Si te duele, trata de aguantarlo.

Liam asintió, dejó que las manos de Asya se movieran por su espalda, la presión que hacía en sus músculos era tan relajante, que el dolor en su hombro parecía irse como si nada. Fue una buena idea el hecho de que ella haya decidido cambiarse de carrera universitaria, puesto que en esos momentos sus manos expertas le estaban ayudando más de la cuenta.

Se mordió el labio cerrando los ojos, y una sonrisa pervertida se posó en sus labios. Iba a lograr un buen uso de ese contrato.

El olor perfumado de esas cremas, más el aparato que ella comenzó a usar para darle esos masajes, era muy bueno, demasiado relajante para su gusto.

— ¿En algún otro sitio que sientas malestar? —ella se limpió las manos, separándose un poco de él—. Puedes decirme ahora que estoy aquí.

— Me duele la parte del abdomen —se dio la vuelta, y apuntó sus perfectos cuadros—. Digamos que hoy recibí varios golpes ahí.

La vio pasar saliva en seco al verlo, esa mujer estaba tratando de luchar en contra de la tentación que se estaba presentando, pero no dijo nada al respecto.

— Mantén tus manos lejos —le ordenó.

— Usted manda —colocó sus manos debajo de su cabeza, manteniendo las piernas un poco separadas—. Sé qué han pasado años, pero sigues siendo hermosa…

— Liam…

Él hizo una línea recta con los labios, pero la diversión no se iba de su rostro.

— ¿Por qué seguiste con esto del boxeo? —rompió el silencio luego de unos minutos—. Digo, desde pequeño nuestros tíos te han consentido en esto y recuerdo que una vez dijeron que no te iban a seguir enviando a tus clases.




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