Índice de Calor

Capítulo 1

London

—Son 43,25 dólares. —Le dije al anciano que me miraba el escote con descaro, mientras metía sus compras en una de las bolsas de papel madera.

El hombre me entregó dos billetes de veinte y uno de diez dólares; con la calculadora del programa de cobros calculé el vuelto y le di los 6,26 dólares de cambio.

—¡Me estás robando! —Me acusó en voz alta mientras miraba el dinero.

La fila de gente en el supermercado que llegaba casi hasta el sector de los lácteos comenzó a desplazarse para mirar más de cerca el pequeño disturbio que había comenzado en mi puesto.

Miré de reojo a la supervisora que estaba dos puestos más atrás controlando el cierre diario de una de mis compañeras.

—No, señor su compra fue de 43,25 dólares, usted me dio cincuenta dólares, por lo tanto, su cambio es de 6,26. —Le señalé el dinero sobre el mostrador de aluminio.

—No, usted se está aprovechando de mi edad. —Abrí la boca anonadada por la acusación, cuando yo podría decirle que él estaba mirándome como si yo estuviera en una góndola de exhibición—. Mi vuelto es de 15,75 dólares. —Cada palabra la decía con un tono más alto de voz alertando a todos los que estaban de compras.

—Por favor, señor, puede bajar la voz. Podemos controlar otra vez la compra y su vuelto. ¿Por favor? —Repetí o supliqué casi con desesperación.

—No. —Su actitud era todo menos amigable, quería hacer escándalo, lo sabía—. ¡Necesito un responsable!

¡Dios! El pánico comenzó a corroerme por las venas.

No podía permitirme perder este trabajo, también.

—Señor, se lo suplico. —Rogué en voz baja.

—Buenas tardes, señor. ¿En qué puedo ayudarle? —Martha mi supervisora se acercó a nosotros, miró al hombre y luego a mí con una expresión de pesar.

Agaché la cabeza. ¡Otra vez, no!

—El ticket dice que mi compra fue de 34,35 dólares y ella me está dando el vuelto de menos. —Martha tomó el ticket y luego miró al hombre—. Claro, señor. —Ella abrió la caja y le dio los 15,75 dólares que eran su vuelto.

—¡No pienso volver a este lugar de ladrones! —Se quejó el anciano decrépito mientras se iba del supermercado no sin antes volver a darme una mirada en la delantera.

En ese momento la señora que estaba detrás puso las cosas sobre el mostrador y al mismo tiempo el móvil de Martha sonó.

—Buenos días, señora. —Comencé a fichar los artículos mientras oía la conversación de Martha en voz baja. Mi estómago cayó en picado al descubrir con quién hablaba.

—Selene, ¿podrás venir un momento al puesto de London? —Martha llamó a mi compañera que recién acaba de cerrar su puesto—. London me acompañas, por favor.

Me levanté de mi asiento con la cabeza gacha, tenía los ojos nublados por las lágrimas acumuladas.

Caminé detrás de mi supervisora como si estuviera en la escuela primaria y me llevaran a la dirección, aunque esto era más o menos así.

—El señor Walters quiere verte London. —Martha se detuvo y me abrazó—. Lo siento mucho. Sabes que él dijo que esto no podía volver a pasar.

—Había demasiada gente, Martha. —Lloré en su hombro.

Ella suspiró angustiada.

—Tal vez podrías buscar un trabajo que no esté relacionado con números o dinero. —Levanté la vista y miré su rostro empático.

—No es fácil conseguir trabajo. —Negué con la cabeza—. Está todo bien al principio, hasta que comienzo a sentir presión como hoy y sin darme cuenta invierto los números en cuestión de un segundo, y la gente no comprende. —Lloré otra vez—. Si supieran que es tan simple con espaciar un poco las letras o los números, sería más fácil de poder leerlos, o tenerme paciencia.

—Te entiendo perfectamente, London. —Ella acarició mis mejillas y secó mis lágrimas con sus pulgares—. Mi padre también era como tú.

—¿Y a qué se dedicaba? —Pregunté esperanzada.

—Era jardinero. —Apreté los labios—. Una profesión, London. Tienes que buscar que es lo que amas. Encontrar cuál es tu lugar en el mundo.

—No sé cuál es mi lugar en el mundo —Estaba devastada.

—Todos tenemos un lugar, London, solo tienes que encontrarlo. —Me dio un abrazo tan fuerte que me sentí contenida.

Media hora después estaba en el subte con dirección a mi departamento en Brooklyn llevando sobre mi regazo una pequeña caja con las pocas cosas que tenía en mi locker del supermercado.

Dentro del bolsillo de mi chaqueta llevaba el cheque con el finiquito, uno que ni siquiera me alcanzaría para pagar el alquiler este mes, y no era el único que debía.

Caminé las seis calles que me separaban de la estación de subtes hasta mi pequeño departamento, hice malabares con la caja para sacar de mi cartera las llaves.

Cuando entré en mi departamento me encontré con que no tenía luz eléctrica.

Iluminé con el móvil hasta llegar a los cajones de la mesada donde tenía las velas aromáticas, encendí una y me senté en la mesa de la cocina mirando la pequeña llama amarilla en absoluto silencio.




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