Índice de Calor

Capítulo 2

Ryan

—¿Por qué mamá no quiere salir al jardín, Ry? —Hope estaba en mi regazo observando como papá hacía un pozo en el fondo del jardín bajo un roble.

—Mamá está muy triste. —Hice círculos en su espalda cuando un sollozo hizo que derramara un nuevo conjunto de lágrimas.

Cuando mi padre se apareció en mi trabajo con Helen en brazos me di cuenta de que algo había pasado porque nunca se aparecían sin avisar, sabiendo que podía estar con algún paciente.

Él había llevado a mi hermana más pequeña al pediatra cuando mi madre lo llamó al borde de un ataque de nervios para contarle la mala noticia.

Habían pasado algunas horas y ella todavía no quería hablar al respecto, estaba refugiada dentro de la casa.

—Yo también estoy muy triste y estoy aquí despidiendo a Bronco. —Mi padre suspiró profundamente, se apoyó en el mango de la pala y miró hacia dentro dónde estaba mi madre como si pudiera verla.

Se limpió el sudor con la parte de abajo de su camiseta, luego me dio un vistazo haciéndome señas con la cabeza para que vuelva a intentar hablarle, ni siquiera a él le hizo caso.

El verano en Toronto estaba siendo abrasador, con temperaturas tan altas que tenía sorprendidos a todos los canadienses de esta parte del país.

—Hope deja que tu hermano vaya a hablar con mamá, tú quédate conmigo y dime qué tienes pensado dejarle a Bronco. —Mi hermana levantó un disco de hockey.

—Este disco, papi. —Mi padre abrió los ojos azules grandes y se quedó sin oxígeno.

—Hija, ¿ese disco es el que papi tenía en su repisa de trofeos? —Apreté los labios para no reírme, ese disco era con el que logró ganar el campeonato antes de retirarse.

—Sí, papi. A Bronco le gustaba. —Me mordí fuerte el labio inferior para no soltar la carcajada viendo a mi padre a punto de llorar viendo su joya más preciada.

Hasta que la primera lágrima cayó a su mejilla, dejó la pala apoyada contra el árbol y se sentó a mi lado tomando a Hope de mis brazos.

—Entonces será su mejor cosa para llevarse al arcoíris. —Meció a mi hermana entre los suyos.

Apoyé la sien en el hombro de mi padre, pasando de burlarme de él por perder uno de sus objetos más importantes en su carrera profesional a sentirme orgulloso de que eso le importe tan poco que prefiera consolar a su hija.

No me podía abrazar porque sostenía a Hope, pero sí apoyó su cabeza sobre la mía para darme también contención.

—¿Tú que pondrás, papi? —Oí atento a lo que diría.

—Todo mi amor y agradecimiento por cuidar de ti y tus hermanos tantos años. —Hope se rio bajito.

—¿Cómo harás para poner eso junto con él? —Preguntó intrigada al igual que yo me lo preguntaba.

—Lo escribiré en un papel, ¿qué opinas? —Ella le besó la mejilla.

—Puedo ayudarte a hacerle un dibujo porque Bronco no sabe leer. —Mordí mi mejilla por dentro.

Hasta ahora había resistido que las emociones me desborden, pero ya no las podía contener.

Mi mejor amigo se había ido para siempre.

—Ve con mamá, Ry. —La voz de mi padre era suave y baja—. Sé cómo te sientes, solo te pido que la ayudes a calmarse.

—Claro, papá. —Me puse de pie y caminé a través del jardín hacia la casa, evitando mirar el bulto envuelto en una manta en el garage esperando que todos estemos juntos cuando papá lo lleve a su lugar favorito de la casa, bajo el roble.

Cuando abrí la puerta que daba a la cocina me encontré con mi madre de espaldas en el fregadero pelando papas de una manera casi maníaca.

Sus brazos se movían con fuerza mientras empleaba el pelador como si con él pudiera quitarse toda la angustia.

Cuando llegué del trabajo entré por el garage y fui directamente con papá a preparar a Bronco para que Hope no lo vea cuando llegue de la colonia de verano, y Helen era muy pequeña para entender así que preferimos no decirle nada hasta mañana. Que ninguna de las dos lo vea así, que lo recuerden cuando jugaba con ellas.

—¡Mamá! —Me acerqué a su lado.

Ella dejó de pelar la verdura como si tuvieran lepra e inclinó su rostro hacia mí.

—¡Lo siento mucho, hijo! —Apoyó las manos en la encimera y rompió a llorar desconsoladamente—. Lo siento. —Repitió.

La envolví en mis brazos mientras la sostenía en su dolor que también era el mío, pero el suyo era desde un lugar más oscuro, en su mente era más oscuro.

—¿Mamá, podemos hablarlo? —La tomé de los hombros y me puse a su altura para mirarla a los ojos.

—No. —Negó—. No vas a utilizar la psicología conmigo, es mi culpa. Yo dejé la puerta abierta para recibir al cartero, yo… yo… nadie más que yo. —Se llevó ambas manos al rostro. Su cuerpo convulsionaba en llanto. Cuando papá y yo nos conocimos y empezamos terapia, ella fue la única que se negó a hacerlo, siempre estuvo un poco reacia a hablar con un terapeuta, sin saber que alguna vez en la vida lo necesitamos y lo bien que nos hace liberarnos de la carga que llevamos dentro—. Pudo haber sido mi bebé, pudo haber sido Helen.




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