Índice de Calor

Capítulo 5

Ryan

Me senté en la silla con las piernas estiradas y las manos en los bolsillos, en una postura relajada mirando como mi compañera de almuerzo se enroscaba el largo del cabello con el dedo índice mirando por la ventana del restaurante.

Caminamos hasta aquí prácticamente en silencio, solo haciendo algún que otro comentario sobre los cambios en las calles principales del centro de la ciudad o mirando vidrieras de algunos negocios de ropa de moda, esquivando totalmente el tema en cuestión—: ¿Qué había pasado en nuestras vidas en los últimos dos años?

—¿Este restaurante es nuevo? —Miró a su alrededor, aún no podía hacer contacto visual conmigo.

—No lo sé, es la primera vez que vengo. Amber siempre me lo recomienda. —Tenía una sutil sonrisa plantada en mi rostro, estaba emocionado de volver a verla y al mismo tiempo divertido por su nerviosismo.

—¿Y Amber, es? —Su dedo enroscaba tanto su cabello que le estaba quedando morado.

—Una colega. —Respondí con suavidad—. En el edificio donde trabajo hay varios de nosotros en diferentes especialidades.

—Ah, ok. —Se soltó el cabello para beber un sorbo de agua—. ¿Y tú en qué te especializas?

—Relaciones parentales. —London sonrió poniendo los ojos en blanco.

—Era obvio. —Resopló jocosa.

—Claro, uno siempre apunta al motivo por el cual estudió esta profesión o basándose en las experiencias vividas. —Le expliqué algo que ya habíamos hablado cuando comenzamos la universidad—. Deseo ayudar a otros como me ayudaron a mí.

—No todos los padres son como Asher, Ryan. —Puso los ojos en blanco.

Sonreí a su gesto.

—Es verdad, pero tú no puedes quejarte. Tienes unos excelentes padres. —Ella miró los cubiertos sobre la mesa y los alineó, aunque ya lo estaban.

—Eso es cierto. Solo unos buenos padres pueden aceptarme a esta edad de vuelta en casa, cuando ellos pueden seguir viviendo su vida, tranquilos. —Se rio con tristeza—. Es duro tener que pedirle a tus padres dinero para comprarte tampones.

—Aún le pido dinero a mis padres. —Admití sin vergüenza—. De hecho, vivo con ellos. —London abrió los ojos, sorprendida—. Cuando volví a Toronto para hacer mi máster no tenía trabajo, y ahora lo tengo, pero recién estoy comenzando, tengo pocos pacientes y no gano lo suficiente para irme a vivir solo. Aunque a decir verdad estoy demasiado cómodo con mis padres y mis hermanas.

—¿De verdad? —Se recostó en la silla—. Llegué hace un día a casa y ya me quiero ir. No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo en casa de tus padres. Incluso Asher puede permitirse comprarte tu propio departamento.

—Por supuesto, pero no quiero y eso es muy fácil de explicar. —Le hice señas a la camarera antes de continuar—. A diferencia de la mayoría de los hijos, en mi caso tuve una familia completa a mis diecisiete años, cuando mis padres volvieron a estar juntos. Luego cuando nació Hope supe lo que era tener una hermana, a quien prácticamente no vi crecer porque no mucho después me tuve que ir a la universidad, y mientras estaba fuera de casa nació Helen. —En esa época fue cuando ella se puso de novio con Dave y decidí volver a Toronto. No quería estar lejos de casa, y sí lejos de ella, pero eso era mi secreto y lo guardaría para mí—. Entonces decidí volver y disfrutar de una familia, como siempre lo deseé.

—Amo a mis padres, pero más amo mi independencia, Ryan. —Tomó una fuerte inhalación—. Lo difícil es conseguir trabajo.

—Buenos días, aquí les dejo la carta para que elijan tranquilos. —La camarera nos dejó las carpetas negras a nuestro lado.

—Gracias. —London llamó su atención—. Por casualidad necesitan alguien para ayudar en la cocina o lavar la vajilla.

Miré a las dos mujeres interactuar.

—Mmm, no estoy segura. —Señaló hacia la barra—. El dueño está allí, puedes preguntarle o preparar una hoja de vida y volver luego.

—Gracias. —London le sonrió y la chica asintió yendo a atender otra mesa.

—¿Por qué ayudante o lava vajillas y no mesera o administrativa? —Desde que la conozco su autoestima siempre estaba por los suelos, como si no fuera inteligente o hábil.

—¿Te estás burlando de mí? —La ironía en su voz no me pasó desapercibida.

—Jamás, solo es una pregunta. —Me defendí, molesto.

—La atención al público tiene sus ventajas y desventajas, si es poca gente puedo cobrarles y darles bien su vuelto, pero si es demasiada, colapso, y me confundo, leo mal, invierto los números y me pongo nerviosa. —Estaba resignada, entregada a la negatividad.

—Tú puedes tomarte tu tiempo, nadie te apura. —Intenté disuadirla, en vano.

—Como se nota que nunca has trabajado en un comercio. La gente vive apurada, te presionan, te tratan mal, te insultan, como si uno fuera un robot. He tenido clientes que no te saludan, no te agradecen, como si uno no tuviera sentimientos, como si ya la vida no te pateara por la espalda, encima tener de frente gente así. —Noté que iba subiendo el tono de voz sin pretenderlo hasta que se dio cuenta y se calló—. Lo siento.

—Está bien, no pasa nada. —Abrí la boca para seguir hablando cuando volvió la camarera a solicitar nuestros pedidos—. Pasta de kale con salsa cuatro quesos. Gracias.




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