Índice de Calor

Capítulo 6

London

—¿Qué debería vestir como secretaria de un terapeuta? —Murmuré frente al vestidor mirando todas mis prendas de verano.

No tenía nada formal para un trabajo de oficina.

¿Jeans cortos desflecados? Muy informal.

¿Blusas sin mangas y escotadas? Demasiado provocativa.

Supongo que un top que apenas me cubría el abdomen tampoco era algo decente.

Camisas y pantalones de vestir no eran parte de mi atuendo natural.

Ryan llevaba ayer en el almuerzo un pantalón chino negro y camisa blanca arremangada, muy formal y elegante.

Me senté en la cama, tiré la cabeza hacia atrás mirando hacia arriba a Justin.

—Lo encontré más guapo que nunca, incluso con esa sonrisa cálida que es su sello personal. —Sonreí recordándolo—. Aunque quería pegarle un bofetón para sacarle esa misma sonrisa amable que tenía dibujada en todo el rostro. Y para rematarla, cuando me dijo que salía con alguien quise tirarle con los fideos verdes por la cabeza. —Me acosté en la cama cubriéndome los ojos con el antebrazo—. ¿Lo puedes creer, Justin? Él es el epítome del hombre modelo, mientras yo soy la mujer que prácticamente lo obligué a aceptarme como secretaria. ¿Me puedes decir por qué me ofrecí a hacer algo que no creo ser capaz de hacer? —Bajé apenas el brazo para mirar el póster. Justin me mostraba sus dientes perfectos de adolescente con una sonrisa infinita—. ¡AYYSSS! No ayudas tú tampoco. Deberías decirme que me mantenga profesional.

Grité ofuscada y zapateé en la cama como una niña chiquita.

—¿Cómo se supone que pueda trabajar con él cuando me costó mirarlo a los ojos durante el almuerzo? —Volví a ponerme de pie frente al espejo y revolví mi cabello—. Usa perfume caro, London. Tú solo tienes los cartoncitos de muestra que pides en los muestrarios en el shopping dentro del brasier para que parezca que llevas puesto.

Patética. —Pensé.

Miré hacia el techo.

—¿Dijiste algo, Justin? —Entrecerré los ojos a la imagen del cantante—. Mañana haré poner una imagen de Chris Martin en tu lugar.

Volví a mirarme en el espejo mordiendo mi labio inferior mientras me reía de mis propias locuras.

Tomé una respiración profunda y miré a mi derecha el radiodespertador que marcaba las siete de la mañana, si no me apuraba no llegaría a horario a mi primer día laboral.

Salí de mi habitación hacia la de mis padres, golpeé la puerta y entré sin esperar respuesta.

—¡LONDON! —Gritaron mis padres al mismo tiempo cubriéndose bajo las mantas.

Creo que batí un nuevo récord en física cuántica desafiando la velocidad de la luz intentando salir de allí.

—¡NO VI NADA! —Grité de vuelta al pegar el portazo.

Apoyé la frente contra la pared.

Mi última opción era ir al desván a mirar en las cajas de la ropa de mi abuela que había dejado para donar a la caridad.

En el camino me hice varias veces la señal de la cruz rezándole a cualquier deidad que borre de mi retina la escena anterior.

Jamás volveré a entrar en ningún lugar sin que me autoricen antes.

Por eso mismo, dos horas después estaba tocando la puerta en la oficina de Ryan. Mientras esperaba fuera acomodaba mi conjunto de chaqueta y falda que milagrosamente encontré en las cajas de la caridad.

Observé que en la pared frente a la puerta había un pequeño escritorio con una silla que ayer no estaba.

—¡Adelante! —Oí el acento americano de mi amigo y nuevo jefe.

Abrí la puerta y asomé apenas la cabeza y los ojos.

—Buenos días. ¿Estás solo? —Pregunté tentativamente.

Ryan enarcó una ceja.

—¡Buenos días! —Saludó—. Claro, si no no diría adelante. ¿Por qué te asomas? —Me regaló esa sonrisa que quería borrar de un bofetón—. Entra, Cutler.

—Te juro que no quieres saberlo. —Me sacudí con un escalofrío con el recuerdo. Abrí la puerta y entré—. ¡Aquí estoy! Esperando órdenes en mi primer día.

Ryan me miraba de arriba abajo parpadeando rápidamente.

Abría y cerraba la boca, luego negaba e incluso inclinaba la cabeza hacia un lado viéndome.

—¿Sucede algo? —Me habían comenzado a sudar las manos—. Tal vez entendí mal, ¿tenía que venir el lunes?

—No…, no. —Negó con la cabeza—. Ven, pasa y toma asiento. Mi próximo paciente llegará en … —Miró la hora en su reloj TAG Heuer de diseño—, quince minutos, tiempo suficiente para explicarte lo básico por ahora.

Abrió un cajón de su escritorio, sacó una tablet y me la tendió.

—¿Para mí? — Asintió mientras yo desbloqueaba la pantalla.

—Por ahora nos vamos a manejar con ella hasta que pueda comprarte un computador de escritorio. —Señaló la única aplicación que había en la portada—. Anoche investigué sobre esta app. Es ideal para ti, ya que tus notas de voz las transcribe a texto directamente en el día y horario que tú le indiques. —Una sensación de pesar me invadió haciendo que mi estómago se revuelva—. Mi móvil laboral está conectado con este dispositivo, por lo cual recibirás todos los mensajes de mis pacientes. Tú solo tendrás que darles un día y horario para que pueda atenderlos, procurando que no se superpongan los turnos. ¿Comprendes? —Buscó mi mirada con sus ojos azules—. ¿Quieres intentarlo? —Respiré profundo y sonreí asintiendo.




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