Índice de Calor

Capítulo 7

Ryan

—Gracias, Sr. Hamilton. —Mi última paciente del día y de la semana me saludaba al ponerse de pie—. Ha sido de mucha ayuda en estos días cuando no puedo ver un futuro sin un proyecto en él.

Copié su gesto al ponerme de pie con las manos en los bolsillos de mi pantalón de vestir.

—Audrey, la pérdida de trabajo no significa el fin de la vida. Siempre hay que pensar que cuando se cierra una puerta se abre una ventana, y tal vez el lugar a donde comiences de nuevo, sea aquí en Toronto o en cualquier ciudad del mundo tiene que hacerte feliz, porque el trabajo es como una segunda casa para uno. —Siempre que terminábamos nuestra sesión nos quedábamos hablando unos minutos más.

Mi paciente era arqueóloga y la habían despedido de un puesto muy importante en Europa por falta de inversionistas. Volvió a casa, porque no tenía a donde ir. Ahora enviaba su hoja de vida por todo el mundo buscando nuevos rumbos, pero su profesión no era una tradicional y fácil de ocupar.

—Es muy duro estar sentado mirando a la nada. Esperando un email, una llamada, una respuesta. No sé qué hacer con mi tiempo para que la espera no me vuelva loca. —Inhaló profundamente para no llorar, otra vez.

Me quedé mirándola un momento debatiendo en sí ofrecerle una ayuda momentánea.

—¿Has salido a caminar con Bonnie como te lo sugerí? —Audrey se iluminó.

—Como cada mañana, Sr. Hamilton. —Su sonrisa se ensanchaba aún más—. Es una perra tan dócil y hermosa, solo me apena que no sea mía.

—Si ella prefiere salir a caminar contigo y no con su dueño quizás tú tienes algo que él no. —Cuando me contó que la perra Golden de su vecino quería estar todo el tiempo con ella, recordé a mi Bronco y le recomendé los paseos—. Mi madre tiene un albergue de animales en el barrio de “Los jardines”, ¿conoce la zona?

—Claro, vivo cerca. —Volvió a sonreírme con más entusiasmo.

—Siempre se necesitan voluntarios, y alguien que tiene tanta buena química con ellos es bienvenida. —No me fue indiferente su mirada de lágrimas acumuladas con mi nueva sugerencia.

Se llevó la mano a la nariz y asintió varias veces.

—Gracias por esta oportunidad. —Abrí la puerta del consultorio.

—Al contrario, gracias a usted. —Ella salió al pasillo y miró a London que estaba escribiendo en una hoja de papel.

—¡Nos vemos el viernes, London! —La saludó.

—Claro, Audrey, estaré esperando que me cuentes de tu viaje por los Car... ¿atos? —Frunció el ceño.

—Los Cárpatos. —Ambas sonrieron con complicidad—. Claro, te va a encantar. ¡Buen fin de semana, chicos!

Ambos la saludamos de vuelta.

Cuando la perdimos de vista al subir al ascensor me acerqué al escritorio de mi secretaria.

Sobre la madera había una hoja toda dibujada con su nombre, en las O había corazones, flores, soles y nubarrones de tormenta, todos graffitis hechos con birome azul.

—¡Lo siento, Ryan! —Se quejó sin poder verme a los ojos.

—Mírame. —No lo hizo—. Mírame, London. —Repetí con más énfasis.

Sus ojos acaramelados se dirigieron a los míos con pesar.

—Lo siento. —Insistió.

—¿Te he dicho algo al respecto? —Ella negó.

—No, pero no era necesario, yo misma me doy cuenta de que puse a Audrey y John en el mismo turno. —Su voz se quebró—. Y tuviste que extender tu horario una hora más.

—El problema no recae en mí, sino en mis pacientes, ellos pueden tomar a mal esto y considerarme un irresponsable. —Ella se angustió aún más, cosa que no pretendía, pero tampoco le endulzaría la verdad—. Audrey estuvo feliz de cederle el lugar a John solo para hablar contigo de sus viajes. Entonces, está vez no hubo mayor inconveniente y los tres entendemos que es tu cuarto día como mi secretaria. Errar es humano, London.

—Pero yo…, debería haber chequeado… —Levanté la mano para que no siga dando vueltas al asunto.

—La historia se hizo vieja hace un minuto. —Le sonreí—. Te sirve de experiencia para la próxima vez.

—Sí, es verdad. —Inhaló y suspiró casi inmediatamente con pesadez.

—Entonces, obviando lo de hoy. ¿Qué te ha parecido el trabajo? —Su sonrisa se iluminó y mi corazón dio un par de latidos acelerados que acallé con un carraspeo.

—¡Me encanta! —Cruzó los dedos de las manos—. Tus pacientes son muy agradables, todos me saludan y me hablan, mientras esperan me cuentan de sus vidas o sus viajes. Antes que digas algo no hablamos de los problemas que los trae aquí, sino de cosas buenas. —Sonrió con más énfasis—. Bueno solo John extraña mucho a su gato y yo… —Su rostro se apagó.

—Continúa. —La incentivé.

—Le hablé del albergue de la Sra. Hamilton… —Lo dijo tan bajito que parecía que no estaba hablando sino moviendo los labios.

Apreté los labios para no reírme, porque si bien me encantaba su sugerencia, ya que yo lo había hecho hace cinco minutos. Ella lo había dicho por ayudar y no por entrometerse en cosas que no le incumben.




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