Índice de Calor

Capítulo 8

Ryan

—¿Qué les prometiste a cambio de que vinieran a limpiar los caniles un domingo a la mañana? —Mi padre bebía una botella de agua directamente del pico mientras observaba a su equipo de hockey realizar la ardua tarea de limpieza.

—¿Crees que mi equipo no es altruista? —Me miró de soslayo enarcando una ceja.

—Lo único que sé es que la mayoría de ellos está sudando como un jamón navideño dentro del horno y están sonriendo mientras lo hacen como si fuera la mismísima Nochebuena. —Respondí con sinceridad a su pregunta defensiva.

—Un viernes libre. —Cedió después de unos segundos de silencio.

—Podrían haber exigido un lunes. —Me reí disimuladamente.

—Shhh, habla en voz baja. ¡No les des ideas! —Se terminó la botella, le hizo un bollo con la mano y la lanzó al contenedor de basura de los reciclables—. ¡Ayúdame a repartirles estas botellas de agua fría! ¡Mierda, que calor que hace este verano!

—¡El calentamiento global llegó a Canadá! —Resoplé hastiado del clima, mientras me secaba el sudor de la frente.

Los domingos era el día de limpieza en el albergue de animales de mi madre. Este día era cuando llevaban a los animales a un espacio verde dentro del predio para recibir a las visitas que venían con la intención de adoptar y a los voluntarios que ayudaban con la tarea de hacerlos ejercitar.

Aprovechando que todo quedaba despejado en el interior, otro grupo de voluntarios hacía las tareas de limpieza, o sea el equipo de hockey.

—Y el verano aún no comenzó. —Se quejó—. No dejes de hidratarte, Sinclair. —Papá le dio a su defensor una botella. El hombre estaba juntando el pelo acumulado en los desagües. El olor era nauseabundo, pero él se lo aguantaba como un rey.

—¿Por qué son tan especiales los viernes libres? —Cómo podía tener un grupo de hombres de mi edad tan entusiasmados con esta tarea pudiendo estar disfrutando en el lago de sus beneficios como jugadores de los “tiburones”.

—Los jueves en la noche pueden salir de juerga y beber su peso en alcohol, que para el lunes son lechugas recién cortadas. —Me explicó—. ¡Cosa que tú no sabes, porque nunca sales! ¡Aburrido!

—¡Oye! —Nos defendimos con el portero que escuchaba la conversación creyendo que eran palabras para él—. ¡Que no me guste salir no me hace aburrido! —Volvimos a repetir.

Ambos nos miramos con una ceja elevada.

—¿No sé cómo no los presenté antes? —Mi padre inclinó la cabeza—. Pueden llegar a ser los mejores amigos.

—Conozco a su hijo, entrenador. —Renner frunció el ceño, confundido.

—Nos está tomando el pelo, Decker. —Le expliqué aunque me parecía algo demasiado obvio de explicar.

Mi padre negó con la cabeza mientras seguimos repartiendo las botellas de agua.

—¡Cuando quieras podemos hacer algo, Ryan! —El defensor exclamó con entusiasmo. Le sonreí con los labios apretados y asentí.

Decker tenía mi misma edad y fue el último jugador que ingresó a los White Sharks, el equipo de hockey de mi tío Kevin. Lo compraron al equipo de Cincinnati porque no se acopló al grupo, y aquí le está sucediendo un poco lo mismo. Es un chico tranquilo que lo único que hace es jugar hockey y volver a casa.

Me reí para mis adentros, Decker era como yo.

—¡Lo has visto! ¡Tienes un nuevo amigo! —Mi padre se burló de mí seguramente pensando lo mismo que yo.

Estiré el brazo y se lo pasé por los hombros haciéndole una llave.

—¡Te voy a dar burlarte de mí! —Con la mano libre le apretaba la nariz.

—¡Ry! ¡Ry! ¡Ry! —Los jugadores coreaban, ya tenían un favorito.

—¡Mil lagartijas, hijos de su buena madre! —Gruñó entre jadeos para zafarse de mí.

Lo solté riéndome a carcajadas.

—¡Gané! —Levanté el puño de la victoria.

Los chicos aplaudían dándome hurras.

—Me tomaste desprevenido, además… —Se enderezó y peinó con los dedos su cabellera rubia—, te aprovechaste de mi vejez.

—¡No tienes vergüenza! Apenas estás en los cuarenta. —Volví a reírme de su acting.

Él levantó el dedo índice, como si tener cuarenta y un años fuera muy diferente a solo cuarenta.

—Claro, pero no me pasó dos horas diarias en el gimnasio como tú. —Puse los ojos en blanco.

—¡Tienes el gimnasio en casa! —Continué molestándolo.

Aprovechó ese momento en que estaba desprevenido para rodearme con los brazos por la cintura y levantarme en el aire como si fuera una lucha de MMA.

—¡Eso es traición, Hamilton! —Grité, mientras le clavaba un codo en las costillas.

Abrió la boca para responder, pero la voz de mando que se oyó detrás de mí lo hizo detenerse.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? —Mi madre estaba de pie con las manos enguantadas apoyadas en las caderas mirándonos estupefacta.

Detrás de ella mordiendo una sonrisa estaba London.

Tragué saliva al verla vestida con un short roto de jeans y top verde que dejaba su abdomen plano al descubierto.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.