Índice de Calor

Capítulo 10

London

—Es así como te digo, Justin. —Saqué el delineador de labios de mi neceser y marqué la línea de la comisura en color rojo—. No puedo evitar querer oler su perfume, es adictivo casi como si me invitara a acercar mi nariz a su cuello. —Guardé el delineador y saqué el brillo labial. Lo destapé y apliqué una generosa capa—. Cuando él me dijo que dejara de hacerlo si no haría lo mismo, me alejé como si tuviera la peste. Imagínate si supiera que mi perfume es en realidad las muestras del shopping que guardo en la copa de mi brasier. —Miré al cantante en el techo a través del espejo—. No, Justin. ¿Pobre?, sí, pero digna. Así que me alejé, hice como si no me hubiese dicho nada y evité que estemos a solas toda la semana. —Observé mi rostro recién maquillado en el espejo—. Pero cuando hace dos días sus labios rozaron los míos, fue como retroceder en el tiempo a este mismo cuarto cuando me explicaba cómo tenía que separar las equis en los problemas matemáticos y yo solo quería que me besara como si fuera la única mujer en su mundo. —Inhalé profundamente para alejar las lágrimas anhelantes—. Entonces no dejo de preguntarme, ¿por qué ahora?, ¿por qué me dice perfecta luego que alteré toda su agenda? No quiero que utilice su psicología para darme… ¿qué?, ¿seguridad?, ¿autoestima? ¿Demostrarme que no le doy lástima?

Cerré los ojos. ¡Basta! ¡Deja de pensar!

Abrí los ojos observando la imagen que me devolvía el espejo.

—¿Será demasiado, Justin? —Tomé mi cabello largo con una sola mano y lo elevé dejando mi cuello al descubierto.

Cerré los ojos un instante y me imaginé a Ryan acariciando mi hombro con la punta de su nariz.

Cada uno de los vellos suaves que cubrían mi piel se elevaron tan solo con ese pensamiento.

Dejé caer mi cabello y mis hombros, abrí los ojos, viendo por segunda vez y más detenidamente mi propia imagen reflejada.

—¡Eres una idiota, London! —Resoplé hacia el techo—. No estás dentro de su categoría, solo intenta elevar tu autoestima. Él te conoce, sabe tus puntos débiles.

Me puse de pie mirándome de cuerpo entero.

Un vestido de verano color azul con lentejuelas, emulando los años veinte se ajustaba a mis curvas, unas sandalias de tacón plateadas que tenían varias temporadas en mis pies y varios collares de perlas que adornaban mi cuello fue el atuendo que elegí para la fiesta.

Nuevamente, las cajas para la caridad de mi abuela me habían sacado del apuro, espero que mi madre no las done antes de cobrar mi primer sueldo.

Cuando hace unos días se apareció Camille en el consultorio de Ryan, fue para invitarnos a su cumpleaños de esta noche, en realidad sé que fue a invitar a mi jefe, pero como me vio al llegar no le quedó otra que extender su invitación.

Antes de que decidiera quedarme en NY éramos todos amigos y pasábamos mucho tiempo juntos, a pesar de nuestros inicios en la escuela secundaria llegamos a ser un grupo muy unido.

Cuando pasaron los meses y dejé de visitar Toronto todos siguieron adelante, sin mí. ¿Puedo culparlos? Absolutamente, no.

Tienen grupos de WhatsApp donde no estoy. Fotos de Instagram donde no aparezco. Cumpleaños y compromisos a los cuales no fui invitada.

Ya no soy del grupo de amigos, y solo por mi culpa.

Recuerdo cuando Ryan y yo éramos los nuevos y estábamos juntos contra todos, hasta que nos hicimos uña y carne, hasta que me di cuenta de que quería mucho más que me ayudara a aprobar filosofía.

A medida que pasaban los años fui cayendo un poco más enamorada de mi mejor amigo y cuándo apareció Dave, al principio como amigo, me hizo ver qué Ryan no estaba interesado en mí como mujer y comencé a dejarlo de lado, cada día más.

Miré hacia el techo, a mi único confidente—. Justin no te burles de mí. Ryan nunca supo lo que significaba para mí. —Negué con la cabeza, no me gustaba recordar que había utilizado a Dave para darle celos y que al final fue en vano, porque le fue tan indiferente como cada una de las chicas que veía salir con él de los bares de universidad mientras yo me quedaba con mi novio y el corazón roto. —No, él no lo sabe. Ni lo sabrá.

Cuando Ryan volvió a casa, yo me quedé en New York siendo cada día más solitaria y terca. Me costó mucho bajar los brazos y volver a casa.

Cómo ahora me está costando vivir una vida que creí dejar atrás a los dieciocho años.

Un golpe en la puerta me hizo bajar del tren de los recuerdos y la tristeza en el que me había subido.

—¡Adelante! —Abrí el sobre de mano brilloso para chequear si tenía todo lo que llevaría.

—¿Hija, estás lista? —Mi padre asomó la cabeza en la puerta de mi habitación. Él me llevaría a la fiesta.

—¡Sí, claro! —Le sonreí. Era inevitable no hacerlo, parecía que ellos estaban felices de que esté aquí otra vez, pero era demasiado egoísta como para compartir el sentimiento.

Diez minutos después iba en el asiento trasero del auto de mis padres, ellos dos iban adelante cantando una canción de la radio que no podía recordar el nombre.

Resoplé por la nariz frustrada, ¿no sé para qué me esfuerzo?, si no puedo retener ese tipo de información aunque me lo hayan dicho mil veces. Tal vez si fuera mi banda favorita, pero no era así.




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