Capítulo 1
Aquella petición era tan inesperada como absurda, pensó Renault Kincaid, y se preguntó si no estaría soñando. Pero al alzar la vista de los papeles que tenía sobre su nuevo escritorio de caoba y dirigirla al moreno rostro de su medio hermano, se percató de que en efecto la situación era real. Se permitió unos minutos para analizarlo minuciosamente, desde los altos hombros, rígidos como un muro, los ojos que no lo miraban directamente y la mueca de pesar que sostenía es los labios. En seguida supo que algo andaba mal. No en vano conocía a Jared desde que tenían quince y dieciocho años respectivamente, cuando, cansado de vagar por las calles de Nueva York, había decidido ir en busca del despreciable que lo engendró y los abandonó a su madre y a él a su suerte. No fue fácil, no, nada en esta vida lo era. Pero lo consiguió, no solo a su padre, también había encontrado una familia que lo quiso y acogió como si siempre ese hubiese sido su lugar, incluida la hermana mayor de Jared, fruto de el primer matrimonio de Esmeralda Pennyworth, que en todo momento le hizo conocedor de lo mucho que le agradaba tener otro hermano en la casa, aunque no lo fuera en realidad, y le estaba eternamente agradecido por ello. La relación con su madrastra fue otra cosa. A pesar de su edad madura, era una mujer sumamente mimada, caprichosa y egoísta, suponía que se debía a ser la única hija de Alfred Pennyworth, el Alcalde de un pequeño pueblo situado cerca de la Costa Dorada. Aun así , ese conocimiento no lograba aplacar su antipatía por aquella mujer, sobre todo cuando las tomaba contra su hermano a causa de la ira que le proporcionaba su presencia en la casa. Era en esas ocasiones en las que Jared acudía a su ayuda, como lo estaba haciendo en ese momento, y él sabía que tenía que mantenerse firme si quería conocer lo que se ocultaba tras su petición; y si no quería quedar atrapado en esa telaraña, además.
—Debes de haber sufrido alguna contusión cerebral para que me pidas tamaña estupidez. ¡No soy una maldita niñera! —En cuanto las palabras escaparon de sus labios, puso una mueca y se contrajo en su asiento al ver la expresión de dolor que asomó a los ojos verdes de su hermano. ¿En qué estaba pensando para decir aquella sandez? Él mejor que nadie conocía por el tormento que pasaba Jared; uno parecido al suyo propio. Entonces, ¿por qué había pronunciado la palabra prohibida?
Hace poco más de tres años que Jared se había enamorado de la niñera que por aquel entonces cuidaba a su sobrina, la hija de Sandra. Cuando la joven se quedó embarazada luego de apenas cuatro semanas de relación, él no lo dudó y le pidió matrimonio. Al principio, parecían ser una pareja locamente enamorada, salían en todas las revistas de la prensa del corazón y su relación fue descrita como de cuento de hadas, a menudo haciendo alusión a Cenicienta. Jared se encontraba tan entusiasmado con ser esposo y padre que, luego del nacimiento de su hijo, Richard, la convenció de tener otro bebé. Ella mostraba todos los indicios de compartir su felicidad y de querer formar una familia numerosa... Hasta que dos semanas después del primer cumpleaños de Richard, los abandonó.
Por lo que Jared le contara luego, sabía que esa mujer se había ido con un doctor, pero su hermanastro se negaba en redondo a darle mayor explicación sobre el tema, por lo que él se temía que aquello siguiera afectándolo, así que había decidido nunca hablarle de nada que pudiera recordarle a la madre de Richard. Hasta ahora... ¡Y no sabía cómo expresar lo mal que se sentía de haberlo hecho!
Intentó disculparse, pero Jared no se lo permitió. Eso era lo que más admiraba en su hermano, la facilidad con la que se recomponía ante algo que lo afectaba y la forma de quitarle hierro al asunto.
—Pierde cuidado, sé a qué te referías. Asimismo, ya no es preciso que trates con guantes de seda el asunto de Beck... Rebecca, y-yo, ya lo he superado —finalizó convencido, nos obstante, aquel breve titubeo le hizo notar que su recuerdo todavía conseguía herirlo, lo que no tenía claro era si seguía amándola.
—Por supuesto que no, ya no la amo —recalcó Jared.
Ah, ahí esta otra vez aquella expresión, la cual le indicaba que no estaba mal encaminado en su apreciación. Era la misma expresión que ponía para librarse de un castigo en los que ambos se metían cuando se escabullían en medio de la noche para ir a espiar al colegio femenil contiguo y, por supuesto, eran descubiertos. Con los ojos caídos, la barbilla temblorosa junto con la respiración acompasada, demostraba sus pensamientos.
Luego de la muerte de su padre a causa de un ataque al corazón, seis meses después de haberlo encontrado, Esmeralda decidió que no quería la presencia de dos niños importunándola, por lo que los envió de interno a un colegio en Londres. Durante su estancia en el internado, se la pasaron haciendo mil y un travesuras. Hazaña que habrían que pagarla caro, pero Jared, al ser el consentido de los profesores, por su disponibilidad y buen comportamiento en las clases, siempre se las arreglaba para sacarlos del embrollo. Aunque, naturalmente, después volvían a repetirlo, y Jared no cesaba de recordarle que le debería una de por vida. ¡Pero antes loco que pagársela de la manera en que él proponía! Retomando el hilo de la conversación, Renault pestañeó con fingida inocencia.