Capítulo 3
Sí que había ascendido desde la última vez que se vieron, pensó Renault con asombro mientras estacionaba en la acera. La casa que según sus investigadores pertenecía a Fabiana Barzola, era una residencia empedrada color blanco con terminaciones café que a simple vista tenía capacidad para unas quince personas. La rodeaba una verja alta con enredaderas que nada tenían que ver con el estilo, pero que evidencia s su dueña. Fabiana nunca se caracterizó por poseer un gusto exquisito en lo que decoración se refiería. Bueno, que él recordara, no tenía ningún gusto, vestía con jeans dos tallas menos y blusas arriba del ombligo que se esmeraban en desbordar sus operados pechos, incluso si asistían a alguna gala, usaba el mismo estilo. Con aquel recuerdo, no era ninguna sorpresa la apariencia de la casa.
Echó un vistazo a la parte trasera del auto, temiendo que su hija hubiera despertado. Mientras conducía, había luchado por calmarla, pero no lo había hecho hasta hace cinco minutos, cansada de patalear y gimotear, al final cayó rendida y lo menos que quería era que volviera a berrear, no cuando tenía una difícil conversación por delante. Con todo el cuidado del que era capaz, abrió la puerta, para descender de la misma manera y sacar la sillita infantil con mayor cuidado aun. La colocó encima del cochecito y como si caminara sobre nubes, lo hizo rodar hacia el porche. Tocó el timbre y espero a que alguien lo atendiera. No dejó de mover el coche, creando un suave balanceo que esperaba fuera como el de una cuna, o los brazos maternos.
El sonido de zapatos siendo arrastrados por el suelo le hicieron conocedor de que una persona acudía a su llamado en ese momento. Segundos después, la puerta se abría y un Golden Retriever saltaba sobre él con tanto entusiasmo que lo habría tirado de no haber estado apoyado con un hombro en la pared. El enorme animal comenzó a lamerlo por todo el rostro y a emitir esos irritantes sonidos propios de su especie. Renault trató de quitárselo de encima, pero la tarea se le dificultaba al usar solo una mano puesto que con la otra apartaba el coche para mantener a su hija lejos del problema.
Una mujer de color, robusta y que destilaba autoridad por donde se la mirara, blandió un diario enrollado frente a los ojos del perro.
—Suéltalo ya, Chase. Eso es, chiquito, buen niño —Lo alentaba mientras tiraba con fuerza de la correa. Cuando logró someterlo, lo hizo entrar en la casa y lo encerró en una habitación. Acto seguido, regresó junto a él y preguntó con mal talante—: ¿Qué es lo que lo trae por aquí, señor?
Renault se irguió en toda su estatura al tiempo que retrocedía un par de pasos. No es que temiera a los perros, pero nunca había tenido mucha afinidad con ellos y el reciente encuentro había sido una desagradable remembranza. Hizo una mueca al percibir el olor que dejara el animal en su nuevo traje italiano hecho a medida, las arcadas no tardaron en aparecer por lo que invocó a su férreo control para no sucumbir a ellas. Precisaba de un baño con urgencia mas sabía que primero debía finiquitar el asunto que lo llevó allí, así que se conformó con quitarse la chaqueta y aflojar el nudo de su corbata, la cual encontró pegajosa y llena de pelos.
Inspiró pausadamente y contestó a la pregunta de la mujer que lo observaba con gesto de pocos amigos, para ser tan bajita, tenía bastante carácter.
—He a venido ver a la señorita Barzola, ¿se encuentra en casa?
La mujer torció la boca y se dispuso a cerrar la puerta, sin embargo sus reflejos fueron lo suficiente rápidos para impedírselo.
—No ha contestado a mi pregunta —espetó, abriéndose paso con el coche al interior de la casa—. ¿Está la señorita Barzola? Necesito hablar con ella y no me iré hasta conseguirlo, así que le agradecería que la llamara cuanto antes y no me haga perder el tiempo. Que por cierto, es muy valioso.
Creyó haber conseguido su propósito cuando ella se alejó en dirección de lo que parecía un estudio, pero en lugar de ello la escuchó llamar por teléfono a... ¡la policía! A una velocidad que lo sorprendió inclusive a él, logró situarse tras ella y arrebatarle el aparato antes de que concretara la denuncia. Puso todo en su sitio y sin tomarse la molestia de ser educado, la sujetó de un brazo y la condujo de vuelta al salón. Allí hizo una pausa mental para tranquilizarse, el solo imaginar ser sacado por oficiales mientras sabría Dios qué ocurría con su hija, tuvo el efecto de descontrolar sus nervios. ¿En qué estaba pensando esa mujer al acusarlo deser un psicópata acosador?
Se giró para mirarla y, en contra de sus pronósticos, la encontró sentada en el sofá, más enojada que nunca. Sí, aunque no quisiera admitirlo, la admiró por ello. Él era un hombre alto, corpulento, de aspecto irascible, que a cualquiera intimidaría, pero no a ella, comprobó con una semi sonrisa. Solo existía otra persona en el mundo a quien su presencia no causaba temor: Amalia. El aliento se le secó con solo recordar su nombre. Hace mucho que había dejado de pensar en ella, o más bien, que se había obligado a hacerlo, y aquel no era el momento ni el lugar de romper esa costumbre. Sacudió la cabeza con la esperanza de olvidarla, y aunque lo consiguió, seguía sintiendo ese peculiar dolor en el pecho.