Inefable pasado

Capítulo 5

Capítulo 5

El martes por la tarde, Renault tomó un receso en la oficina y llevó a su hija al parque. Beatriz le había dicho que la encontraba un poco decaída y que cuando su hijo estaba asi, lo llevaba a pasear. Según ella, el roce con su entorno ayudaba, sobre todo si se juntaba con niños de su misma edad. Así que preparó el bolso con las cosas necesarias para su hija, ese que se había vuelto su escudo contra contingencias, y condujo al parque más próximo.

El lugar estaba repleto de gente, madres con sus hijos, niñeras, padres, abuelos y tíos jugando a lo que sea que siquieran los niños a su cuidado. Era pequeño, no tenía muchas áreas recreativas pero al menos estaba limpio, pensó. Buscó una banca vacía y sacó a Madeleine para que jugara mientras él leía el diario y la vigilaba a la vez.

Madeleine en seguida buscó con qué entretenerse, subió a un resbalín diminuto en el que apenas entró su cuerpo y se impulsó a gran velocidad. Al llegar al final, soltó una carcajada cuando sus pies tocaron el suelo y volvió a empezar. Renault sonrió, sacudiendo la cabeza, era maravilloso para él la facilidad que tenían los niños de ser feliz con las cosas más simples. La risa de Madeleine se hizo escuchar alrededor de diez minutos en los cuales él leía un párrafo de la sección empresariales y levantaba la vista para asegurarse de que estuviera bien.

En una de las ocaciones en que dejaba de leer y la supervisaba, no la vio y su corazón se saltó dos palpitaciones. ¡Dónde se había metido su preciosa niña! Se incorporó a gran velocidad y comenzó a buscarla por todo el recinto. Había dado un par de vueltas cuando recordó su celular, lo sacó del bolsillo y deslizó el dedo por la galería de fotos hasta dar con la última que le tomó. Era una foto de Madeleine mirando a la cámara, con el rostro serio y los ojos vidriosos de haber llorado porque no quería irse a dormir. Con el celular mostrando la imágen, se la enseñó a toda la gente que se cruzaba en su camino.

—¿Ha visto a esta niña? Es mi hija, tiene tres años —Repetía una y otra vez, siempre recibiendo la misma respuesta: lo siento señor, no la he visto.

Sentía que se volvería loco si no la encontraba, las piernas le flaquearon de manera que tuvo que sentarse en el muro de la caja de arena donde jugaban un par de niños. Una traicionera lágrima rodó por sus mejillas, pero él no se molestó en retirarla, se merecía sufrir la vergüenza de que lo vieran llorar por ser tan negligente al cuidar de su hija. ¿Cómo llegaría a ser un buen padre si no podía encargarse de ella por unos minutos? De pronto, unas pequeñas manos le cubrieron los ojos desde atrás al tiempo que su dueña emitía un sonido que quería sonar como el de un buh. ¡Madeleine! No había forma de confundir esas suaves manos. Se volvió tan deprisa que por poco la tira, su afán por abrazarla era mayor al temor de lastimarla, lo que en efecto estaba ocurriendo porque su hija gimoteó en protesta. Sin embargo él no la soltó, sentía que había pasado una eternidad desde que la abrazara por última vez.

—No vuelvas a hacer esto, quédate a mi lado siempre —Suplicó, desgarrado.

Una mirada a su cara le indicó que lo había hecho adrede, mas de la emoción por saberla a salvo, no le dio importancia, sabía que debía regañarla para que no volviera a hacerlo, pero se dijo que la reprendería en otra ocasión. Puesto que no pensaba pederla de vista otra vez, lo único que quería era abrazarla, por toda la eternidad a ser posible.

Sí, como siempre, su hija pensaba distinto. Se desembarazó de su abrazo y señaló los columpios.

—¿Quieres ir allá? —Miró el lugar que apuntaba como si fuera un león hambriento que esperaba demorarla, sacudió la cabeza para quitar esas locas ideas de su mente y finalmente asintió. Observó cómo los demás padres acomodan a sus hijos en los asientos y los imitó. La sentó en el columpio que tenía unos broches delante, los aseguró a su pequeño cuerpo y comenzó a balancearla.

—¿Te gusta, verdad pequeña brujita? —Preguntó al escuchar su melodiosa risa infantil. El hombre a su lado, sonrió mientras mecía a su hijo.

—Es linda —dijo, y él estuvo de acuerdo, Madeleine era una preciosidad—. ¿Qué edad tiene?

—Tres años —murmuró con ternura y el pecho henchido de orgullo—. ¿Y su hijo? —Preguntó por compromiso, porque en realidad no tenía mucho interés en la respuesta.

El hombro amusgó los ojos.

—Vaya, es una pregunta difícil de responder. Verá, me separé de mi esposa cuando mi hijo tenía un mes de nacido, esto me hace sentir como un mal padre, pero ni siquiera sé cuándo nació. Solo sé su nombre, y que es niño, obviamente —rio, ruborizado.

Renault miró entonces al niño, no parecía tener más de un año por lo que se preguntó si el sujeto tendría problemas con las matemáticas.




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