Inefable pasado

Capítulo 6

Capítulo 6

Tarde. Esa era la palabra tabú dentro del vocabulario de Renault, tanto como si se refería a los demás o a él mismo, más aún en la segunda opción. Un hombre joven, en la veintena todavía, no se daba el lujo de tomarse los negocios a la ligera si quería triunfar. En cualquier ámbito de la vida, se debía poner lo mejor de uno mismo, sobre todo si aquello suponía todo por lo que has estado luchando, por eso el control de Renault escapó por la ventana del auto que lo llevaría a la reunión con los accionistas al verse en medio de un embotellamiento. ¿Qué tendría que hacer en tales circunstancias? Bajar del auto y caminar hasta el restaurante, de dijo, haciendo una seña al chófer para que abriera la puerta. Dio un par de instrucciones y comenzó a andar.

Era mediados de julio y el clima comenzaba a ser sofocante, pero él, pese a llevar terno y corbata, no sentía calor. Más bien, casi sentía frio solo de pensar que el señor Smith se hubiese cansado de esperar y decidido marcharse, aunque solo iba con cinco minutos de retraso, sabía lo estricto que un hombre como él, con más de treinta años de experiencia, se pondría si su cita le hacía el insulto de dejarlo esperar. Rogaba porque no repara en la hora, o en el mejor de los casos, también hubiese tenido algún imprevisto. Un grupo de personas se apresuró a pasar el semáforo en rojo y él se unió a ellos, no podía darse el lujo de aguardar al siguiente. A medida que se acercaba al lugar de encuentro, su vista volaba constantemente a los negocios abiertos: librerías, farmacias, tienda de músicas y algunas cafeterías. Una de ella tenía paredes cristalizadas, donde un pequeño grupo de personas degustaba el aromático elixir de la vida, como muchos solían llamar al café. Se fijó en que habían un par de parejas, las demás, era gente que andaba por su cuenta, como la atractiva joven de melena castaña, la cual no saboreaba el líquido humeante, no, ella lo vivía. Se llevaba la taza a la punta de la nariz, olfateaba el vapor en el aire, luego tomaba unos segundos para decidir si le gustaba o no, y por último daba un largo sorbo con un sonoro ah al final. El sonido recorrió los vellos de sus brazos, enfriándolo en el acto, aunque en realidad no había escuchado nada porque el cristal era demasiado grueso para que se filtrara cualquier sonido. Agitó la cabeza al tiempo que se hacía una pregunta ¿Se había detenido frente a la cafetería como un idiota? Miró a ambos lados de la calle. Sí, lo había hecho, gruñó, y retomó la marcha. ¡Le parecía inaudito haber perdido el tiempo espiando a una joven solo porque tomaba el café de forma peculiar!

Ahora no llegaba cinco minutos tardes, sino diez. Entró al restaurante sin agradecer al portero y le pidió al matrier que lo condujera a la reservación del señor Smith. Este lo condujo a una mesa cerca de la ventana, donde ya lo esperaban tres hombres. En cuanto lo vieron, se levantaron, inclinando la cabeza a modo de saludo, aunque notó que uno de ellos lo hacía más leve que los demás. Era el mayor de los tres y en seguida se percató que era el señor Smith.

Sabía que sería incorrecto excederse en disculpa, por lo que dijo en tono neutro.

—Espero que no se hayan privado de probar los aperitivos a causa de mi demora, si es así, me disculpo. Y vuelvo a hacerlo una segunda vez, porque probaré estos bastoncitos untados en mantequilla, el tráfico me ha abierto el apetito. ¿Gustan acompañarme? —Preguntó, ofreciendo la bandeja con los bastoncitos.

Solo dos de ellos aceptó, el tercero, declinó y comenzó a hablar. Era un hombre delgado, de más de cincuenta años, pero aún conservaba la tenacidad de su juventud, así lo demostró al hacerle una pregunta certera.

—¿Por qué crees que deberíamos invertir en tu empresa, qué la hace especial de las otras?

Y él se lo dijo, sin titubear ni una sola vez. Le dijo que debían invertir en RS. Kincaid ya que era una empresa dedicada a los cosméticos, aunque en un futuro no muy lejano darían publicidad también otras marcas, se planteaban enfocarse en los nuevos cosméticos que salían al mercado porque creían que eso vendía en esa época. Ya que no solo las mujeres usaban maquillaje o productos para el cuidado de la piel, ahora también los hombres empezaban a preocupara más por su aspecto.

Mientras esperaba a saber si había logrado convencerlos, inexplicablemente se presentó en su mente la imagen de la joven en la cafetería, y fortuitamente, tomó la decisión de seguir sus pasos: disfrutar del momento.

Al salir del restaurante, se sentía más realizado que nunca. Lo había conseguido, había conseguido los inversores que necesita su empresa para despegar y hacerse un sitio en el territorio de publicidad. Ahora solo tenía que luchar porque no se arrepintieran y quisieran seguir invirtiendo.

Decidió dar un paseo antes de volver a la oficina. Caminaba por la acera cuando una fragancia peculiar le atrajo la atención. Una fragancia femenina, como a lirios y a frutos secos, sin darse cuenta, sus pies siguieron la estela de perfume en el aire. El rastro lo llevó a una tienda de música, entró sin pensarlo dos veces y casi de inmediato lo recibió una ráfaga de viento frío que trajo con ella la fragancia que venía buscando cuadras atrás. Inspeccionó las estanterías, cada una con etiquetas, desde baladas hasta rock metálico. En medio de cumbias y tango, había una joven con audífonos, sumergida en la tarea de elegir el disco ideal. Se movía al compás de la música que escuchaba como si fuera una hada haciendo su magia, irremediablemente, sus ojos fueron a parar a las caderas femeninas, las cuales bamboleaban sinuosas, irreverentes. La respiración se le pausó y quiso unirse a su atrayente baile.




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