Capítulo 9
Los labios de Amalia se curvaron en una sonrisa casi feroz cuando se miró en el espejo de cuerpo entero que tenía en el salón de su pequeño apartamento. Su mente no dejaba de volar hacia el lugar en donde estaba su preciosa hija, Maddie, la razón de su vida, y eso hacía que su determinación se afirmara. A veces temía que la niña le reprochara lo que tenía planeado, que en un futuro llegara a odiarla por lo que estaba a punto de hacerle a su padre, pero se reconfortaba recordando que él se los hizo a ellas primero, a ellas y a su hermano mayor. Cuando su hija fuese lo bastante madura para entender, le explicaría todo y contaba con que estuviera de acuerdo con su proceder. Tomó el bolso y salió por la puerta manteniendo el control, algo que le serviría de mucho para la entrevista que tenía.
Era martes por la tarde y sabía que por lo general Renault no tenía mucho trabajo ese día, no a esa hora. Adicto al trabajo como era, se aseguraba de liquidar los pendientes el lunes, por ello había aguardado toda una semana para el encuentro, aunque tenía presente que podría estar en alguna reunión en ese instante, confiaba en llegar en un momento oportuno para tener con él la conversación largamente esperada. Sus labios volvieron a esgrimir una sonrisa al tiempo que detenía un taxi y subía a este sin dejar de paladear el triunfo.
El taxista recorrió las calles en un tiempo excesivamente corto para ella, pero pese al repentino casi quebranto en sus nervios, agradeció ya estar frente a las oficinas del hombre que desconocía su próxima visita. Pagó la tarifa que marcaba el taxímetro y descendió del auto como si fuera una reina orgullosa, buscando venganza por la ofensa cometida hacia su buen nombre. Inclinó la cabeza para saludar al guardia sin importarle si la reconocía y ponía sobre aviso a Renault, poco le preocupaba ya que, preparado o no, su presencia allí sería una nada agradable sorpresa para él y no tendría tiempo de recomponerse cuando ella lanzara la siguiente bomba. Al pasar por recepción, se escabulló de la rubia que le exigía detenerse y fue directo al despacho del padre de su hija, no pudo evitar fijarse en que el puesto de secretaria estaba vacío y se preguntó si la mujer no estaría ayudando a su jefe en algún «asunto» importante. Soslayó esa absurda idea a un rincón bien apartado de su mente y giró el pomo de la puerta del despacho, entre cerrando los ojos, por si acaso. Los mantuvo así alrededor de quince segundos, pero como no oyó ningún movimiento o exclamación de sorpresa, pensó que no había interrumpido nada y los abrió otra vez. La claridad del enorme ventanal le dio de lleno en la cara, así como el descubrimiento de que en el lugar estaba solo ella junto a su conciencia, esta le decía que era una suerte aquello porque de esa manera podría regresar a su casa a idear una mejor forma de contar lo sucedido y rescatar a su hija. ¡Su hija! ¡Su preciosa y preciada hija, que por cierto no sabía dónde estaba! ¿Le habría pasado algo? ¿Acaso Renault se atrevió a lastimarla? Agitó la cabeza con vehemencia. Renault podría ser muchas cosas, arrogante, insensible, grosero, un tirano capaz de cortar la existencia de un embrión, pero no lo creía tan monstruoso como para hacer daño a una niña de verdad, porque aunque para ella su primer bebé había sido demasiado valioso, sabía que algunos pensaban que solo eran un montón de células, de modo que había una gran diferencia entre un cigoto y una pequeña de tres años, ¿no?
Se dejó caer con pesadez en el amplió sofá frente a la puerta a la espera de que Renault apareciera, y rezando por que Maddie se hallara bien. Gimió de dolor, pegándose en la frente, había estado tan ensimismada en su deseo de venganza que no reparó en las posiblees consecuencias de su acto, sin embargo ya nada podía hacer, solo tener un poco de paciencia, soltar todo lo que tenía dentro y llevarse a su amada hija lejos del inhumano de su padre. Esperaba no le fuera difícil, porque Maddie se encariñaba muy rápido con las personas.
Voces, el sonido de voces y pisadas cada vez más cerca la pusieron al tanto del regreso de la persona esperada. Se puso de pie con agilidad y buscó un lugar adecuado para presenciar su ingreso, y el asombro al verla de nuevo. Contuvo el aliento, estaba tal cual lo recordaba, más apuesto si cabía, con su abundante cabello negro, ese porte elegante tan característico suyo y sus ojos... ¡Sus ojos iguales a los que la miraban todos los días desde hace tres años, de un café peculiar y las motitas verdes adornándolos!
Lo vio ir directo a su escritorio, donde se dejó caer con abandono en la silla, confirmar una fecha en el calendario del ordenador y pasar saliva con dificultad, y finalmente murmurar:
—Quién será tu madre, Madeleine...
Era la oportunidad propicia, y ella no se lo pensó dos veces.
—Soy yo —dijo con voz lo más firme de lo que fue capaz, y se plantó en su campo de visión para que no tuviera duda de quién era.
Renault se incorporó como un resorte, no daba crédito a lo que sus ojos veían.