Capítulo 11
Un beso puede contener el efecto catalizador de sanar, avivar y resucitar, tanto el espíritu como un viejo amor. Pero también puede revivir amargos recuerdos, de sueños rostos e ilusiones pérdidas. Eso era lo que le pasaba a Amalia con el roce persuasivo de los labios de Renault sobre los suyos. Un toque la empujaba a recordar, el siguiente a olvidar, uno la hacía soñar, el otro la forzaba a ver la realidad. Si acaso un alma enamorada podía desdeñar el reencuentro de una ilusión, ella era incompetente en la tarea, servil si cabía. Impulsivamente, ofrecía cuanto deseaba, daba y pedía, como siempre le ocurría en sus brazos. Su boca se rendía a los caprichos de una vorágine de pasión, ante los ojos de curiosos parecería impúdico, mas para ellos era naturaleza inocente, la sencilla conclusión de dos corazones latiendo a la par.
Como un marino que ha zozobrado en alta mar, buscando amparo, se sujetó a los hombres varoniles, rogándole con aquel simple movimiento no soltarla jamás. Entreabrió los labios, permitiendo la entrada a ellos aquella dulce caricia a la que se unió con brío. Los suspiros se entremezclaron con el rumor de sus vestimentas al deslizar sus febriles manos desde la espalda a la cadera y de nuevo hacia arriba. Si no hubiesen tenido que parar para bombear aire a sus pulmones, seguro estaban que se habrían sumido en la mas pura de desapariciones, el uno en el otro.
Renault puso las manos tras la nunca fémina y juntó sus frentes, sus bocas a nada de tocarse.
—Lía —jadeó—, cariño, me alegra tanto poder tenerte otra vez, no sabes cuántas veces soñé con este momento —le dio un ligero beso—. Me haces muy feliz, amor, todo será diferente a lo de antes, te lo prometo.
Amalia no atinó a retirarse a tiempo cuando Renault volvió a besarla. ¿De qué estaba hablando, pensó, creía que un simple beso borraba lo mal que lo pasó al perder a su bebé? Si bien entendía sus razones, le seguía doliendo ser para él una mujer débil de espíritu, además, si tanto la quería ¿por qué nunca la buscó? Aquello era lo que más dolor le generaba. Durante todo esos años ella se batió entre el desprecio y el amor por Renault, mientras que él había conseguido desterrar cada uno de sus recuerdos. No olvidaba sus múltiples apariciones en las revistas del corazón, siempre acompañado de una deslumbrante mujer. ¡Y ella criando a su hija y muriendo por su recuerdo!
Con ninguna gentileza, deshizo el beso. Renault tenía esa expresión de orgullo y triunfo que muchas veces le hicieron querer abofetearlo, como ahora, pero no lo hizo. Ser directa, aunque cruda, era lo mejor en esos momentos.
—¿De dónde sacaste la absurda idea de que volvería contigo? —se irguió en toda su estatura y chasqueó la lengua con pedantería, mirándolo de arriba abajo—. ¿Acaso te has vuelto adicto a la bebida? Porque hace falta más que un roce de tus labios para hacerme olvidar tanto dolor... —la frase quedó a medias cuando de pronto se vio retirada del suelo y fue dirigida al sofá en donde fue depositada en las piernas de Renault. Este la tomó por ambos lados de sus mejillas y comenzó a repartir rápidos veces a lo largo de su cara. En los ojos, las cejas, nariz y boca, en la cual se detuvo más de la cuenta.
—¡No sabes cuánto te quiero! —exclamó—. No me importa si me insultas, me golpeas o me dices lo idiota que soy, siempre y cuando te tenga a mi lado, valdrá la pena cualquier agravio. Te amo y haré lo imposible por que lo creas, te perdí una vez, no volverá a ocurrir.
Amalia hizo lo posible por desembarazarse de su agarre, pero este era demasiado firme, casi posesivo, como hierro.
—Suéltame, Renault, suéltame.
—Nunca —rebatió él—. Nunca más te soltaré, te tendré aferrada a mí, como una segunda piel, tan fundida que nadie podrá adivinar si somos uno o dos personas independientes.
—¡Estás loco!
—Sí, eso es —afirmó satisfecho—. Estoy loco, y me da gusto que lo reconozcas, porque estoy loco de amor por ti, ¡y quiero que todo el mundo lo sepa!
«¿De qué madera estaba hecho Renault para poseer esa persuasión difícil de resistir?», pensó Amalia.
En un instante pasó de estar sentada en su regazo a estar instalada en el asiento del acompañante de un auto, de él, asumió. ¿Cuándo y cómo la sacó de la oficina, y lo más importante, dónde la llevaba? La voz de Renault le dio la respuesta.
—Iremos a mi apartamento a buscar a nuestra hija, ya verás lo contenta que se pone cuando te vea, cuando nos vea a los dos juntos por primera vez —puso en marcha el motor y siguió hablando muy feliz—. Aunque no lo demuestre, sé que te echa mucho de menos, ¿qué hijo no extraña a su madre? Ahora nuestra familia está completa, Madeleine tendrá un papá y una mamá... Y yo tendré a mi amor.
Ella maldijo por lo bajo.
—Basta, Renault, estás sacando las cosas de contexto, más bien, las estás organizando a tu conveniencia —resopló y se desplomó en el asiento—. Esto tiene la pinta de un secuestro, porque en ninguna parte de mi mente registra una aceptación de ir contigo.