Capítulo 12
No por primera vez Amalia creyó estar cometiendo un error al consentir a la propuesta de Renault. ¿Es que acaso no podía darle un no por respuesta o algo malo ocurría con ella? ¿Por qué después de tantas decepciones seguía tras él como un manso corderito? Ese hombre le había hecho daño, la había abandonado y, para colmo, ¡fingía amarla después de haber admitido amar a su esposa muerta! Rechinó los dientes. Al menos su enojo era parcialmente aplacado por la franca alegría de su hija, nunca había pensado en Maddie como la típica niña a la que le gustaba ver a sus padres juntos, pero luego de presenciar en primera fila cómo disfrutaba ser el centro de atención de su padre, y que siempre buscaba que estuvieran los tres juntos, una incipiente bola de culpa se le instaló en la boca del estómago. Suspiró con la culpa creciendo a ratos.
Renault parecía no notar su malestar, o fingía no hacerlo, su mente solo tenía cabida para la familia que él creía que eran y debía admitir que estaba haciendo un grandioso esfuerzo para demostrarselo. La noche del martes luego que ella se resistiera con malevolencia a pasar la noche en su apartamento, él había actuado con exquisita cordialidad y una caballerosidad excesiva al suplicarle que aceptara por esa noche, que por la mañana hablarían, y le había dejado la habitación para ella y Maddie, ocupando el sofá, cómodo para sentarse, pero como un roca para dormir, más aún para alguien de su estatura. Aunque ahora lamentaba su animosidad, la fugaz idea de que estuviera haciendo eso para hacerla deber algo, casi germinó en ella, mas luego se recordó que era el padre de su hija y que solo se estaba asegurando no perderla. Si le preguntasen si aquello la hizo sentir mejor, posiblemente la repuesta seria NO.
No tuvo una noche mala del todo, pero percibir la respiración de quien en otrora fuera su amor fuera de la habitación, entre ratos le caldeaba la piel, quería salir y cobijarse en sus brazos, como antiguamente solía hacer, sin embargo hace mucho que perdió ese derecho. Cuando se fue sin despedirse, huyendo al igual que una ladrona. En algún momento de la noche se quedó dormida, soñando haber vivido una pesadilla y que tenía junto a él el hogar que siempre ansió. Cuando despertó, Maddie saltaba en su cama y Renault entraba cargando con una bandeja del desayuno y la sonrisa que parecía imborrable adornando su rostro. No la sorprendió descubrir su mermelada favorita, de ciruelas, untada en un par de tostadas y café negro bien cargado, Renault siempre había tenido una excelente memoria y desde el primer día de conocerse aprendió sus gustos, lo que la sorprendió fue el delicado beso que le dio acompañado de un buenos días, mi amor. Seguido de una larga lista de cosas por hacer. Se había tomado el día libre en el trabajo para pasarlo con las dos chicas de su vida, le dijo. Ante eso, ¿qué podía hacer ella? Tragarse el nudo en la garganta y aceptar su esfuerzo, trabajador compulsivo como era, no debió resultar fácil dejar de lado sus ocupaciones para dedicarles su tiempo a ellas. Así que después de dar cuentas del desayuno, le pidió llevar a Madeleine al salón para poder darse un baño y posteriormente vestirse para salir al paseo del que comentara antes.
Cuando por fin pudo reunirse con ellos en el salón, Renault se afanaba porque su hija dijera papá con la voz ronca de emoción, una escena bastante conmovedora: Maddie sentada en sus piernas, mirándolo con los ojos bien abiertos, y él suplicando entre beso y beso en sus mofletes ser complacido, sin obtener los resultados añorados. Carraspeó para interrumpirlos porque no soportaba pensar que la distancia emocional entre padre e hija se debía a su incapacidad para perdonar, si hubiese sido un poco más abierta, más comprensiva en su momento, su familia no tendría ese bache ahora. Renault se puso de pie y le entregó a la niña, fue bastante seco al comunicarle que sacaría el auto del estacionamiento, aunque su alegría regresó en seguida cuando agregó que la esperaría abajo. Entonces supuso que le pedía unos minutos a solas para recomponerse, por lo que se los otorgó gustosa, porque también ella los precisaba, y se temía que su necesidad era mayor a la de él.
Bajo la insistencia de su hija de seguir a su papá, cinco minutos después fueron tras él en el ascensor, lo encontraron en la entrada del edificio con las manos en los bolsillos, la cabeza echada hacía atrás y los ojos cerrados, como perdido en sus pensamientos. Esperó un tiempo prudencial y anunció su llegado con un simple ya estamos aquí.
Renault asintió sin volverse y la precedió al auto, donde solo se detuvo para acomodar a Madeleine en la silla infantil y luego se situó tras el volante. Dio gracias a Dios de que al menos esperó a que ella se hubiera sentado a su lado para arrancar en dirección al parque de atracciones. El trayecto fue bastante tenso e incómodo, tanto que por poco no le pidió retroceder de vuelta a su apartamento, pero por suerte para ambos el buen humor regresó a Renault, en cuanto llegaron a su destino, tomó a Maddie con un brazo y el otro lo utilizó para redearle la cintura, así, se encaminaron a la boletería para comprar los boletos a las atracciones que permitían niños de la edad de Madeleine. No fueron muchos, pero lo pasó bien viendo a su hija disfrutar, incluso en una oportunidad la acompañaron en el carrousel, con la risa infantil de fondo. Al agotar los fuegos de menor riesgo, comieron toda clase de comida chatarra: hot dog, papás fritas, pizza, soda y unos enormes helados de chocolate. Maddie en seguida se quedó dormida en los brazos de su padre, quien no perdió tiempo de preguntarle si había decido regresar con él o no. Como ella no respondió, le besó la palma de la mano, seguido por los nudillos, y le pidió una semana para demostrarle que lo suyo no había acabado. Fue así que se vio envuelta en aquella terrible situación, viviendo en casa de Renault, sin saber si irse o no y siendo conducida a una cena con unos amigos a los que no había visto hace más de tres años. ¡Y ni siquiera tenía a Maddie para servirle de amparo!