Inefable pasado

Capítulo 13

Capítulo 13

«Retiro lo dicho», pensó Amalia. «Eleazar no es ni la cuarta parte de discreto de lo que es su esposa». ¿Qué tenía la gente que no podía ver a una mujer mareada que en seguida asumían que estaba embarazada? Si supieran la vida casi de monja que llevaba no habrían hecho esa pregunta. Decidió abordar el tema directamente, en aquellos casos, la mejor forma de salir airoso era ir directo al meollo del asunto, abrió la boca pero nunca sabría lo que habría dicho si hubiese tenido oportunidad puesto que Renault se le adelantó y lo que dijo a continuación la obligó a cerrarla de golpe, no así sus impactados ojos.

—Como le dije a Carla, Lía y yo no estamos juntos, así que tu suposición es del todo desacertada. Además, puesto que me he hecho la vasectomía, me temo que Madeleine será nuestra única hija —explicó con un encogimiento de hombros. No dijo que ya había hecho una cita para revertir la vasectomía, como todavía estaba dentro de los diez años, cabía la posibilidad de conseguirlo, quería tener más hijos, darle hermanos a Madeleine, pero solo si Amalia lo aceptaba. No existía otra mujer en el mundo con quién le gustaría compartir un hijo, ella era la indicada, la elegida de su corazón, mucho antes siquiera de saberlo él mismo.

El silencio que invadió la estancia fue tan espeso que comenzó a faltar el aire, Amalia se miraba la punta de los zapatos a falta de una mejor idea para pasar el mal trago, mientras tanto, sus anfitriones parecían querer lanzarse de cabeza por la ventana. Renault era el único tranquilo, estaba conforme con haber desviado la atención de Amalia hacia él, de esa manera tal vez no estaría tan furiosa cuando regresaran a casa, porque sabía que llegarían las recriminaciones por esa noche.

Carla fue la valiente de retomar la conversación.

—¿Les parece si pasamos al comedor? Me pareció ver a Helga hacerme una seña, seguramente esté devanándose los cesos en busca de una forma de decirme que la cena está lista.

Mientras la seguían al comedor, nadie acotó nada y volvieron a sumirse en el pesado silencio. Por suerte Helga sirvió la cena con bastante presteza y amabilidad, lo que relajó un poco la tensión. La comida consistía en Carpaccio de salmón como entrada, Shepherd's pie de primer plato y Carmenere para acompañar. Amalia tomó un gran sorbo de vino, no le interesó si la miraban con desaprobación o no, necesita con urgencia abstraerse de la realidad aunque fuese por un segundo. ¿Por qué Renault no le había hablado de la vasectomía y por qué decidió hacerlo delante de Eleazar y Carla? Se clavó las uñas en las piernas por debajo de la mesa. ¿Por eso quería a Maddie, porque ya no podía tener más hijos? Y ella, ¿qué lugar ocupaba en la ecuación, acaso no tenía opinión para él, ninguna relevancia?

En ese momento, Carla interrumpió su debate mental.

—Cuéntame, Amalia, ¿qué has hecho durante estos años de ausencia? Seguramente has disfrutado a lo grande la experiencia de ser madre.

Por primera vez desde que entrara en aquella casa, agradeció su sincera curiosidad por su vida, de ese modo le daba un tema de conversación con el que sentirse cómoda.

—Así es, ser la madre de Madeleine me ha transformado como no tienes idea —sonrió recordando a su hija—. Hasta que no la tuve en mis brazos, no entendí el verdadero sentido de la palabra amor, no tenía en claro lo glorioso de la maternidad, lo mucho que te llena, ahora no recuerdo mi vida antes de ello. Es como si de pronto me hubiese levantado un día siendo madre y todo lo de demás hubiese desaparecido. Ella es mi empuje, el motor que me insta a seguir, mi inspiración, mi todo.

Carla sonrió.

—Con tus palabras me han entrado ganas de tener un hijo —musitó, enjugándose una lágrima.

—Oh, ¡no doy crédito a lo que oigo! —Eleazar alzó la voz, sus ojos brillantes de burla—. ¿Será que por fin se ha obrado el milagro y me darás un hijo?

—Dije que entraron ganas, no que estuviera preparado. No antes de los treinta, ya lo sabes.

Eleazar fingió una mueca.

—Mujeres, mujeres—agitó la cabeza—. Hermosas, dulces, espléndidas, pero ¿quién las entiende? Te compadezco, amigo mío, tu hija te volverá loco dentro de poco —agregó dirigiéndose a Renault. Chasqueó los dedos cuando este no respondió.

—¿Eh? ¿Decías algo?

La pareja de esposos se miraron por un segundo y luego se echaron a reír. Amalia, como siempre que la conversación se desviaba a Renault, guardó silencio y aparentó estar centrada en su plato de comida.

—Tal parece que alguien te tiene en las nubes —arguyó Eleazar, alzó una ceja y repitió su comentario anterior—. Como decía, te compadezco por tener una hija que en poco tiempo te sacará más de una cana verde.

Renault pestañeó varias veces. Cuando escuchó la confesión de Amalia sobre su maternidad y lo que eso significaba para su vida, se había sumergido en la fantasía de haber estado junto a ella el día que nació Madeleine, sujetado su mano, secado su sudor, compartiendo la emoción de tenerla por fin con ellos. Aunque la paternidad nunca lo repelió, lo cierto era que le costaba verse en esa faceta, volcar su mundo hacia una personita que era parte de él, su sangre y carne, y que ella lo expresara de una forma tan sencilla le hinchó corazón de orgullo. El amor de padre era nuevo para él, su propio progenitor lo aceptó por compromiso, por miedo a un escándalo, pero jamás le dedicó una mínima muestra de cariño. Emerilda, su madrastra, tampoco se la podía catalogar propiamente de madre, si alguna vez le dijo te quiero a Jared, seguramente lo hizo frente a ciento de personas para quedar como la perfeta ama de casa. Sin ir más lejos, su misma madre le había dado la espalda a la maternidad en cuanto las cosas se tornaron complicadas, entonces, ¿cómo podía Amalia hablar de eso como si se tratara del tiempo? ¿Él sería capaz de hacerlo, manifestar el amor que sentía por su hija?




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