Inesperado Amor

1. INÉS

Me senté en un chorizo y ahora voy a tener un bebé.

Dios, no, no puedo decirle eso a mi madre. A veces el humor me ha sacado de problemas gigantes, tiendo a echarle una manita cuando lo necesito, pero esta vez lo mejor sería tomarlo con la mayor seriedad posible sino puede que no me crea o bien puede que se lo tome como insulto, no lo sé. Hay momentos como este que una mujer piensa que puede suceder, que gran parte tiene cierta certeza de que sucedería, pero yo jamás quise que fuese tan pronto.

Cada paso que doy hacia la puerta de casa se siente más pesado que el anterior, sumando el esfuerzo de sacar cualquier atisbo de chiste malo de mi memoria. Mis pies parecen hundirse en el suelo de cemento mientras me acerco a lo inevitable. Llevo todo el día de mi trabajo como camarera en un restaurante marplatense preparándome para este momento, pero aún así, no estoy lista. No estoy segura de si alguna vez estaré lista.

Sí, soy parte de esa pequeña porción de población que muchos consideran “afortunada” por vivir cerca de las playas de Mar del Plata, pero lo cierto es que está bueno cuando vives en zona de edificios de lujo y no en las casitas de los vecindarios más bien aledaños de la clase más trabajadora que de los que rentan de manera temporaria apartamentos al turismo.

Finalmente, llego a la puerta de entrada y respiro profundamente antes de empujarla. La familiar calidez del hogar me recibe, pero la tensión flota en el aire como una espesa niebla. Mamá está en la cocina, el suave tintineo de los platos choca entre sí mientras ella prepara la cena. Su rostro se ilumina cuando me ve entrar.

–¡Inés! ¡Qué bueno verte! Ponte fregar estos platos que necesito terminar con la comida, llego enganchadísima a una serie que me quiero terminar hoy mismo–me saluda con su manera peculiar, secando sus manos con un trapo cerca antes de seguir de largo hasta el horno eléctrico de donde saca unas empanadas que Inésmente no cocinó sino que debe de haber traído de camino a casa tras su trabajo. Ella limpia en un hotel en el turno diurno y vespertino, por lo que solemos comer empanadas caseras de una señora del barrio más o menos cuatro veces a la semana.

–Hola, mami–le digo, sintiendo un nudo en la garganta pasando a los platos tal como me indica luego de dejar mis cosas en el mueble lateral.

–Deberías de ver esa serie, el protagonista es un bombón y todo el mundo está hablando de ella. ¿Puedes creer que la protagonista se enamora del tipo que la arrolla con el auto tras haber llegado a Punta del Este?

–Je… Parece… ¿Divertida?

–¡Es divertidísima! No sabes cuánto me he reído ayer con el tercer capítulo. ¿Sabes cómo se llama? “A segunda vista”, búscala en tu cuenta y agrégala, no me cambies de donde yo la he dejado aunque casi que la termino.

–Ah, sí, algo vi… ¿El libro no se llama “A primera vista”?

–Les pareció más original darle el nombre del segundo libro, además tengo entendido que hicieron la serie con los dos libros primeros que son cortos, me los voy a comprar. Leí el primero gratis en internet con la opción de voz mientras arreglaba camas en el hotel.

–Ya. Lo tendré en cuenta–murmuro dubitativa, tratando de rastrear en la conversación algún resquicio para filtrar el tema.

–¿Y tú, nena? Pareces haber visto a un fantasma, te ves medio pálida.

–Mmm, un día raro.

Ella me mira con preocupación dejando la fuente caliente con las empanadas sobre la mesa de la cocina.

–¿Te vino?

–Mmm.

–¿Qué tienes?

–Ese es el problema.

–Tengo un ibufem en la cartera.

–No, ma. No me vino.

–¿Entonces?

–El problema es que tampoco me va a venir.

Ella se mueve hasta la nevera de donde saca jugo de sobrecito que está hecho en una botella con agua y añade:

–Siempre fuiste tan irregular, nena. Tenés que volver a hacerte esos estudios de gineco, ¿quéres?

Me ofrece una empanada envuelta en una servilleta.

Se la acepto y decido no prolongar lo inevitable y me sumerjo directamente en lo que debo hacer:

–Mamá, necesito hablar contigo–digo, haciendo un esfuerzo para que no se me quiebre la voz.

Ella me mira con curiosidad, dejando a un lado los platos y girándose hacia mí por completo.

–¿Y por qué tanta seriedad? Vamos a comer que quiero terminar la serie temprano, mañana a las siete debo estar en el hotel.

Respiro profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

–Es... es sobre algo importante–empiezo, sintiendo cómo mi corazón late con fuerza en mi pecho–. Es sobre... sobre mí.

–Te dije que te saques turno de gineco–insiste ella, masticando su empanadas, pero niego con dificultad, haciendo un esfuerzo por moverme para mantenerle la mirada y que me tome en serio al menos por esta vez.

–Mamá, ¿puedes escucharme un momento?

–Es lo que hago. Trae unas servilletas de papel de la alacena.

Suelto un bufido y le muevo la fuente de empanadas para que deje de ser tan cínica y me escuche de una bendita vez:

–¡Estoy embarazada!

Por un momento, el silencio es ensordecedor. Puedo ver cómo la expresión en el rostro de mamá pasa de la confusión al shock en cuestión de segundos. Sus ojos se abren de par en par, la incredulidad pintada en cada línea de su rostro.

–¿Qué... qué dijiste?–balbucea, como si no pudiera creer lo que acaba de escuchar.

–No me vino, mamá–repito, esta vez con más determinación en mi voz–. Me compré dos evatest y los dos me dieron lo mismo, ma. Estoy…embarazada.

Por un momento, mamá no dice nada. Simplemente me mira, como si estuviera buscando alguna señal de que esto es una broma, una broma de mal gusto que pronto se desvanecerá. Pero cuando se da cuenta de que estoy completamente seria, su rostro se endurece, sus ojos se estrechan en una mirada de desaprobación.

–Basta, no. No puedes estar hablando en serio–dice ella con su voz apenas en un susurro, pero el peso de sus palabras se siente como un golpe en el estómago–. Es otra de tus pesadas bromas, no estoy para estupideces, Inés. Déjame en paz que quiero terminar de comer y ver la serie e irme a dormir, mañana hay que trabajar.




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