Otro bostezo me obliga a darle un trago largo a mi taza caliente de café cargado, completamente inmerso en mi trabajo, cuando el estrés y el cansancio comienzan a pesar sobre mis hombros como una losa. El día ha sido agotador y las horas de sueño han sido escasas, pero aún así, me esfuerzo por mantenerme concentrado en la tarea que tengo entre manos.
Ya estamos en temporada alta, hemos tomado dos empleados para el restaurante que se han sumado a los tres que ya teníamos, pero lo que nos falta es descanso o tiempo para mí mismo: necesito hacer ejercicio, volver a las pesas, seguir adelante con mi vida.
Doy vueltas a estas ideas mientras abro el horno bajo que acabo de precalentar y busco una tarta que acabo de armar.
De repente, el sonido de algo cayendo al suelo rompe el silencio de la cocina y mis ojos se abren con sorpresa y horror al ver a Polo, mi pequeño bebé, a punto de meterse en el horno. Sin pensarlo dos veces, arrojo la tarta sin ver muy bien dónde cae y corro hacia él para sacarlo antes de que entre al calor incinerante.
Una vez lo tengo en mis brazos, llevo el corazón latiendo con furia y pánico.
–¡Paula!–grito desesperadamente el nombre d emi esposa con mi voz llena de angustia mientras corroboro que Polo no se haya hecho daño.
Paula aparece en la cocina con una expresión de confusión y preocupación en su rostro, pero antes de que pueda decir algo, me apresuro a contarle lo que acaba de suceder. Mi voz suena áspera y llena de ira mientras describo la situación, dejando escapar toda la tensión y la frustración que he estado acumulando.
–¡¿Qué hace Gema que no está cuidando de los niños?!
–Gema no viene hoy.
–¡Qué descaro, por todos los cielos!
Ella se acerca y lo toma en brazos.
–Ni mañana, estoy en búsqueda de otra persona.
–¡¿Otra niñera ha renunciado?!–. La indignación recorre mi voz mientras veo el desastre que ha dejado la tarta perdida en el suelo–. ¿Cómo vamos a cuidar de los niños si siguen yéndose? ¡Estoy harto de esto!
–¡¿Te crees que yo no estoy cansada también?! ¡Las niñeras tienen su vida, también se agotan! ¡Nos queda solo la de la tarde, no podemos obligarlas a dormir!
–¡Entonces toma una niñera cama adentro si es necesario, pero si esto sigue así vamos a estallar en cualquier momento, Paula!
Nuestra discusión se intensifica, nuestros argumentos llenan el aire de la cocina mientras luchamos por encontrar una solución a nuestros problemas. Estoy furioso y agotado, mi mente nublada por la falta de sueño y la preocupación constante por el bienestar de nuestros hijos.
–¡Bien!–grita, furiosa mientras Polo también llora–. Iré a ver a Nina y abriré el local, pero entiende que tenemos que tomar decisiones: o nuestra familia o el restaurante.
–El restaurante no se cierra. Son diez años que llevo con esto, estamos a nada de ganar una estrella Michelín.
–Lo hubieras pensado antes de tener una familia. La otra opción es que me largo de tu casa con los niños y contratas a una contable y una cajera que te administren esto porque o te quedas sin un restaurante o sin tu familia, Leo. Te ayudo, pero también tengo mis límites.
De este modo me deja con la palabra en la boca y se va.
¡¡¡CARAAAAY!!!