Inesperado Amor

4. INÉS

Con mi valija en una mano y mi dignidad ligeramente maltrecha, me encamino hacia la enorme casa al pie de la montaña donde se supone que empezaré mi nuevo trabajo. O sea, creo que no es estrictamente montaña, ¿sino un monte? ¿O la sierra? Yo le diré montaña de aquí en más, le llaman “Monte Calvario”, vaya nombre, es mucho más bonito en realidad de lo que parece. El calvario es subir calle arriba, pero el panorama lo amerita.

Llegué a este lugar tras poner en conocimiento de mi situación a Manuela, mi mejor amiga y quien es mi compañera en el restaurante, ella me comentó que escuchó que un primo de los dueños tiene una casa bellísima y enorme en Tandil, a pocas horas de Mar del Plata y que estaban buscando personal porque el dueño y su esposa trabajaban de tiempo completo aquí y tienen dos bebés chiquitos de menos de un año con niñeras poco fehacientes.

Tuve una entrevista mediante videollamada, fui completamente honesta de mi situación incluyendo lo de mi embarazo y me ofrecieron trabajar con ellos por la temporada alta de verano, es decir de enero a marzo. Acepté y tengo trabajo por casi tres meses completos hasta bien poder decidir qué haré con mi vida.

De hecho, la entrevista solo fue con la mujer, con Paula, porque su marido estaba con mucho trabajo. Él es chef y trabaja en la cocina mientras que Paula es contable y lleva la caja además de lo administrativo del lugar que no me cuesta encontrar en absoluto.

La casa es enorme y sobresale al pie del monte, además que toda la parte baja es el restaurante con una terraza y el letrero al frente me muestran un lugar familia gourmet con algunas mesitas fuera y varias de ellas ocupadas con turistas cool bebiendo café llevando gafas oscuras y tomándose fotitos para las redes.

No ponen buena cara al verme pasar además que todo se ve impecable, no quisiera entrar y ensuciar todo.

Consigo ver a Paula a través del vidrio y le hago gestos sacudiendo los brazos para que sepa que estoy fuera aunque su teléfono está en un oído contra su hombro y las manos las tiene ocupadas escribiendo algo en un anotar al tiempo que su mirada está puesta en la computadora.

Me sigo sacudiendo hasta que consigo llamar su atención. Ella parece terminar con rapidez lo que está haciendo y viene en mi dirección. Está vestida con un conjunto deportivo, una coleta alta y su edad acompaña bien su estilo, ha de tener unos diez años más que yo. Ya quisiera yo ser como ella, siendo tan joven, tan exitosa y tan de buena familia. No es envidia, o sí, sí que lo es, pero de la buena. ¿Hay envidia de la buena? Es envidia y punto. Es bonita y adinerada, yo soy una niñera de temporada que encima está embarazada.

Al verme, Paula me sonríe y me sienta agradable su manera de verme.

–¡Santo cielo! ¿Tú eres Inés?

–Sí…

–¿Te caíste?

–No, me robaron y me ensuciaron en un lodazal.

–¡Cielo santo, Inés!–su cara cambia rápidamente a la preocupación, un gesto compasivo que hace tiempo nadie tiene por mí–. ¿Estás bien? Ven, pasa, por favor.

–Voy a ensuciar…

–Quítate los zapatos y si algo se ensucia, se limpia. ¡Mira tu bolso!

–Lo siento, lo siento.

–Nada que sentir, lo siento yo porque te reciban de este modo recién llegada a la ciudad–me explica mientras pasamos por el frente del restaurante y me acompaña hasta el pasillo que conecta con la casa, creo que me perderé fácilmente en este lugar hasta que me acostumbre. Viene un aroma delicioso de la cocina–. Siempre fue un lugar seguro, pero últimamente está complicado ¡como en todas partes!

En Mar del Plata es aún más complicado, lo aseguro.

–Muchas gracias, yo… Ay, qué vergüenza aparecerme en este estado, por favor.

–¡Chissst! ¡Nada que lamentar! Lo importante es que estás bien.

–¡¿Todo bien, Pau?!

La voz de un hombre llega desde la cocina.

–Ven–me dice ella volviéndonos por el pasillo hasta una entrada lateral a la cocina–. Cielo, te presento a Leo, mi marido.

Mi corazón se hunde mientras lo veo.

Está entre mesadas ampliadas y hornos anclados a la pared.

En cuanto se acerca a mí, me sonríe y el corazón me da un vuelco en el pecho.

Madre mía, que saquen el matafuegos porque me prendo fuego aquí y ahora. ¡Es un bombón!




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